Bajo condiciones que aún deben esclarecerse en su totalidad, varios miembros de su comunidad asumieron que él era brujo. Y ello fue su condena. El hecho conmocionó a Guatemala y a muchas personas a nivel internacional. Este martes 9 fueron capturados varios de los acusados, e incluso uno —en video— aceptó haber sido cómplice del crimen: un crimen que las instancias correspondientes esclarecerán. El crimen, aunque cometido por personas q’eqchi’ contra un q’eqchi’, tiene todas las connotaciones de un ataque racista.
¿Por qué racista? El racismo se puede definir como una ideología, actitud o doctrina (como lo define El Colegio de México), incluso cultura, que asume que determinadas diferencias biológicas son justificación para que un grupo oprima a otros. Estas diferencias son, sobre todo, fenotípicas (es decir, de los rasgos visibles), y no una diferencia tal que se pueda hablar de razas humanas (otro equívoco terco). Esta doctrina, además, construye todo un entramado que impide a quienes son sus víctimas tener los mismos derechos que aquellos que la practican, desde lo sutil (como sospechar de alguien por su color de piel) hasta formas extremas como los genocidios, la esterilización masiva o la eugenesia legalizada. El racismo es más que un catálogo Pantone. Su triunfo consiste en mimetizarse bajo muchas formas y muchos sujetos, incluso contradictorios.
¿Cómo puede ser racista que un grupo de q’eqchi’ mate a un q’eqchi’? El racismo se entrecruza con otras formas de desprecio a la diferencia (desde los sujetos dominantes, por supuesto). Acusar de brujo es una sentencia de muerte que se cruza con otra postura de odio: el extremismo religioso. Durante la Colonia, los mayas fueron vistos primero como menores de edad en el cristianismo y después como idólatras. Esto último implicaba que cometían delitos ante la Iglesia y la Corona. El racismo moderno, surgido después de 1750, unificó la idea de la inferioridad biológica con la cultural, de manera tal que ser idólatra era también una forma de inferioridad racial. Así, cuando alguien es racista contra los mayas, no solo lo es por su color de piel o su apariencia, sino contra su cultura, como algo dado naturalmente y que incluye vestimenta, formas de organización, ideas políticas, economía, relaciones sociales y, por supuesto, las creencias.
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Un brujo no pertenece a la comunidad cristiana del país, pero tampoco a la identidad dominante. En el caso de los mayas, implica reforzar las ideas de peligrosos, soberbios, rebeldes y otras. De pasar a atacar a alguien por brujo solo hay un pequeño paso, por ejemplo, a una acusación de asesinato. Así, la muerte de tat Domingo fue, y será, un crimen racista, un crimen de odio y de intolerancia a la diferencia, por cierto una diferencia aceptada por la Constitución, pero no por la cultura dominante. Y sí: una persona maya puede ser racista al asumir esa doctrina dominante, pero no puede ser racista utilizando su cultura —la maya— como mecanismo de opresión. Esto explica por qué algunos soldados mayas pudieron cometer matanzas etiquetadas como genocidas y no dejar de ser mayas. Porque no se trataba de su cultura maya yendo contra lo no maya, sino de su socialización no maya (militar en este caso) actuando contra los otros mayas, vistos como peligro. La racista acá no fue la cultura y espiritualidad maya —más dialógica y abierta a la diferencia—, sino la cultura y espiritualidad dominante, central en los q’eqchi’ que asesinaron a tat Domingo.
Explicaciones complementarias existen, pero es un hecho que este crimen fue (también) racista. Y antiintelectual. Tat Domingo era un científico entre los q’eqchi’. Su crimen también es un recordatorio de la intolerancia hacia el conocimiento científico, que cuestiona las creencias más autoritarias de Guatemala, donde se asume que el que grita más o el que es más popular es el que tiene razón, y no el que tiene datos. Tat Domingo también buscaba romper con ello, tan mortal como el racismo.
Fue asesinado. Y la ciencia debe apoyar que las expresiones más extremas de violencia y de autoritarismo desaparezcan de Guatemala.
Tat Domingo ya está con los abuelos, y su vida guía el camino.
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