No seguimos aquí para cumplir una fantasía ingenua de cambiar el mundo y tranquilizar nuestras conciencias poniéndonos la capa de superhéroes porque se nos dio una gran responsabilidad. Tampoco seguimos aquí para ganar dinero, cumplir agendas de terceros, posicionarnos como futuros candidatos a lo que salga y volvernos parte del problema de siempre abogando por todos (todos los de siempre), jugando sucio y mamoneando porque así es la política, muchá.
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No seguimos aquí para cumplir una fantasía ingenua de cambiar el mundo y tranquilizar nuestras conciencias poniéndonos la capa de superhéroes porque se nos dio una gran responsabilidad. Tampoco seguimos aquí para ganar dinero, cumplir agendas de terceros, posicionarnos como futuros candidatos a lo que salga y volvernos parte del problema de siempre abogando por todos (todos los de siempre), jugando sucio y mamoneando porque así es la política, muchá.
Seguimos aquí porque la realidad atravesó la burbuja y nos rompimos. Algo que seguramente marcará el rumbo de lo que nos queda de vida. Seguimos porque no hacer algo al respecto duele. El equilibrio injusto de las cosas no nos permite reconstruirnos porque sabemos que sí podemos desplazar ese punto de equilibrio a un lugar más justo. Esta transformación la buscamos desde cualquier esfera, sector y dimensión. Asumir un cargo público, por ejemplo, no es el objetivo (ni debe serlo). Es un medio más (entre muchos otros) para lograr ese nuevo equilibrio que relegitime la política, reivindique la importancia y necesidad de lo público y coloque la empatía en el centro de nuestra pluralidad. Es un punto de partida ineludible.
La lucha contra la impunidad continúa en medio de señalamientos, excusas e intentos de desprestigiar a quienes la lideran e impulsan. El ojo está puesto en el Organismo Judicial y en el Congreso, mientras el Ejecutivo intenta pasar desapercibido. Tenemos unas reformas constitucionales que buscan mejorar nuestro frágil sistema de justicia y que corren el riesgo de quedarse entrampadas o de salir tan golpeadas que se vuelvan inservibles. Las municipalidades operan con escasa fiscalización y le fallan a la gente en servicios básicos y espacios públicos adecuados. La televisión abierta sigue siendo un monopolio de impunidad. Más allá de que el Estado esté secuestrado (y de que nosotros mismos contribuyamos a mantenerlo así con indiferencia, pasividad y doble moral) hay una conversación que ha ido escalando en estos casi dos años y que debemos amplificar: ¿qué país queremos? ¿Cabemos todos en esa definición? Por otro lado, ¿es posible tener esta conversación de manera significativa y constructiva cuando las heridas del conflicto armado siguen abiertas?
Este año es crucial. Por eso, con espíritu de autocrítica y tercos en la esperanza, encajemos expectativas. Construyamos y apliquemos la doble mirada. Luchemos por lo inmediato sin dejar de trabajar en lo estructural. Rescatemos la memoria y definamos un futuro común. Potenciemos lo privado y apostémosle a lo público. Ampliemos nuestras redes sin abandonar lo local. Infiltrémonos en el sistema sin sucumbir a su fuerza. Resistamos en lo digital y retomemos los espacios públicos. Propiciemos el autoconocimiento y la conciencia ideológica. Denunciemos el odio y apelemos al amor. No perdamos de vista el verdadero objetivo, aunque sea difícil mantener el enfoque cuando más gente nos exige según sus propias expectativas y prioridades. Sigamos encontrándonos, formándonos, organizándonos, y venzamos el miedo porque lo nuevo apenas está naciendo.
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