El estereotipo, por supuesto, es falso. Igual hay ancianos innovadores que jóvenes timoratos. Hay quien se atreve tanto si es conservador como si es progresista. Y a cualquier edad. Pero hay una diferencia fundamental entre mayores y juventud: con menos años de edad, más tiempo tendrá que vivirse con las consecuencias de las propias acciones. Las buenas y las malas.
Hace 60 años hubo jóvenes que se lanzaron tras el anticomunismo rábido de Castillo Armas y Sandoval Alarcón. No solo derribaron un gobierno democrático para instalar un infierno represivo. ¡Luego tuvieron que pasar toda su vida en él! En la década de 1960, otros jóvenes apostaron por la violencia guerrillera. Ni con la firma de la paz pudieron quitarse esa carga, que los acompañará hasta la tumba.
Para quienes crecimos sofocados por las decisiones de esos jóvenes, la suerte fue echada hace seis décadas con la guerra, hace 30 años en la Constitución y hace 20 con la paz. Hoy hacemos lo que podemos con las cartas que nos quedan en la mano. Pero hay una nueva generación que no carga nuestro lastre. Son estos jóvenes, los de izquierda y de derecha, progresistas o conservadores, quienes hoy hacen las apuestas que pesarán sobre todos por el siguiente medio siglo.
En este marco, la juventud de izquierda lo tiene fácil. Ante los fracasos de la izquierda histórica —perdió en el campo de batalla, en las urnas y, sobre todo, en el corazón de la mayoría de los guatemaltecos— no cuesta rechazar el pasado y querer algo distinto. Basta con salir a la calle y denunciar las elecciones y los candidatos. Patear el fuego, que salten los tizones y se queme todo. Quieren algo distinto. Y aunque lo malo es que no saben qué, lo bueno es eso precisamente. Porque saben que tendrá que ser distinto del pasado.
El problema mayor lo tienen los jóvenes en la derecha, esos que combinan sentimientos conservadores con muchas décadas de vida por delante. Esos que representa el Movimiento Cívico Nacional (MCN)[1]. Por un lado, saben que las apuestas de sus mayores fracasaron. Pero por el otro, ¡no pueden, no quieren rechazarlas!
Piénselo. En medio siglo la izquierda no consiguió nada mientras la derecha reinó suprema. Controló todos los gobiernos —los propios, como el de Arzú; los mafiosos, como el del FRG, y los ajenos, como el de Cerezo—. Privatizó los servicios y amplió el mercado. Aprovechó la democracia para quitarles a los militares el control keynesiano de la economía. Desde Cerezo hasta Pérez Molina recortó la capacidad del Estado para intervenir en la sociedad. ¿El resultado? Una pobreza que persiste y una desigualdad que se profundiza aunque todos tengamos celular. Los militares confirmados como narcos. Las ciudades crecen con desorden mientras los riesgos ambientales acechan y matan a mansalva. El Cambray II es el hijo legítimo de la apuesta que hicieron.
Qué terrible dilema enfrentan, entonces, los jóvenes conservadores, pidiendo lo mismo que sus mayores: más mercado, menos Estado, libertad sin compromisos, una igualdad pseudorrepublicana que soslaya el privilegio, rechaza la obvia diversidad y esconde la marginación. Atropellados por la maquinaria propagandística de sus progenitores políticos y económicos, se arriesgan a vivir con las consecuencias de insistir en lo mismo que nos trajo a este mal lugar, sin la ventaja de una ideología para rechazarlo.
Hoy vemos al MCN apostando todo contra Torres, silencioso ante las debilidades de Morales, cuando ambos candidatos son malas noticias para su generación. Dicen ser resistencia al «socialismo del siglo 21», pero usted y yo aún recordamos que nacieron de un error marrullero, queriendo aprovechar el caso Rosenberg para romper sin bochorno el orden constitucional. Qué dilema el del MCN, el de la juventud conservadora: queriendo hacer futuro con piezas viejas. Y si tienen éxito, en otros 50 años harán las cuentas para descubrir con horror que fueron usados. Los culpables largamente habrán pasado, pero ellos les dejarán a sus hijos y sus nietos lo mismo que hoy heredan de sus abuelos: exclusión, pobreza, violencia y corrupción.
Hace 71 años una alianza amplia soñó que podíamos ser mejores. El domingo vamos a unas elecciones que confirman que matar ese sueño fue un error que los jóvenes del 54 tuvieron que pagar toda su vida —y con ellos, todos nosotros—. Si lo suyo es la derecha, si lo suyo es el conservadurismo, mire la historia, aprendamos juntos.
[1] Obviamente, el MCN no es toda la juventud conservadora, pero la representa muy bien y por ello me sirve de modelo.
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