El ágape cristiano se distingue del eros por no tener como móvil la carencia. Es también una experiencia allende la filia, pues no se aficiona exclusivamente con un individuo u objeto de preferencia. Se trata de una actitud existencial que aprovecha cualquier ocasión para el reparto de buenas noticias. Se parece por eso a la atmósfera de resonancias de los banquetes festivos en los que se afianzan los lazos de amistad de los comensales. Como fuente generadora de embriagadores climas de acogida y cuidado, le van de suyo la abundancia y la incondicionalidad del dar. El ágape puede traducirse por eso como mecenazgo de coexistencialidad. De suyo, quien ama cuida, acoge, reparte, celebra y vitaliza. Es el amor incondicional el que mueve a Dios a encarnarse, a devenir humano, demasiado humano, con el fin de tomar parte en las fiestas seculares de la amistad. Por amor Dios abdica de la soberanía y se transfigura en amigo.
Es el ágape, y no tanto la verdad, el distintivo del cristianismo. En las pocas ocasiones en las que emerge la palabra verdad (alétheia), Jesús la pone en compañía de algún otro sustantivo: gracia, libertad y vida (Jn 1, 14; 8, 32; 14, 6). Es verdadero lo que produce vida, libera o indulta. ¿Sabía ya el Nazareno que, cada vez que la verdad se va por la libre, suele ocurrir alguna desgracia? Es por esto quizá que, cuando el cristianismo se presenta como verdadero, algún homicidio, genocidio o epistemicidio está por ocurrir. Frecuente es el hecho de que el alzamiento de biblias en los espacios públicos viene acompañado de declaratorias de guerra. ¿Por esta razón aparecen en escena actores castrenses cuando verdad, biblia y cristianismo se fusionan en la arena política? Ronda cerca la violencia cuando verdad y cristianismo se juntan. Saberse elegido por la verdad, su guarda y administrador incita tanto a la invención de territorios infestados de partidarios del error como a la elaboración de listados de enemigos de la verdad que deben ser neutralizados.
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Este cristianismo verdadero justifica golpes de Estado y el racismo (Bolivia), junta a corruptos y corruptores en la causa proexcomunión de comisiones que desocultan iniquidades (Guatemala), bendice el crimen y la perpetuación en el poder (Nicaragua), exacerba las fobias anti-LGBTIQ+ (Brasil) o les declara la guerra santa a los inmigrantes indocumentados (Estados Unidos). En el caso latinoamericano, la violencia de este cristianismo verdadero no es el resultado de malinterpretaciones de su tradición, sino una expresión auténtica de una larga praxis de colonialidad incapaz de ágape. El pseudoamor del cristianismo verdadero contemporáneo abreva del espíritu castrense del Requerimiento. En este documento teopolítico del cristiano imperial del siglo XVI se ofrecen «amor y caridad» a los impíos de las cavernas no verdaderas a condición de la sumisión al orden de las cosas: «Si así lo hicieres haréis bien, é aquello á que estáis obligados é sus Altezas é Nos en su nombre os recibiremos con todo amor é caridad é vos dejaremos vuestras mujeres, é hijos, é haciendas libres, sin servidumbres». Amistad y soberanía parecen incompatibles.
La incondicionalidad del ágape se sostiene en lo abismal. El dios del amor no es, pues, un dios verdadero. Y si lo es, se trata de uno que propicia la vida. Si el ágape es como un banquete en el que se refuerzan los lazos de amistad en la comunidad, los escandalosos índices de desnutrición crónica infantil en Guatemala son huellas de la ausencia del mecenazgo existencial en el cristianismo local. Los heraldos del dios verdadero antiágape prefieren instaurar obscenas comisiones de la verdad antes que banquetes para la salvación de los niños.
El dios agápito se acerca más al anarquismo ontológico que a la verdad de la epistemología. ¿Qué es una amistad postsoberana sino anarquía? Un dios tal no parece ser ya útil al cristianismo verdadero-castrense-golpista-racista-homófobo. ¿No es el amor constitutivamente inútil y abismal? Parafraseando a Heidegger, quizá solo un dios del mecenazgo de la abundancia, anárquico, poscastrense e incondicionalmente amoroso puede aún salvarnos. Nota bene: cuando un cristiano comience a hablarle de la verdad, ¡ubique la salida de emergencia más cercana!
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