Según la psicóloga Marcela Álvarez, «la identidad tiene que ver con nuestra historia de vida, que será influida por el concepto de mundo que manejamos y por el concepto de mundo que predomina en la época y el lugar en que vivimos. Por lo tanto, hay en este concepto un cruce individuo-grupo-sociedad, por un lado, y de la historia personal con la historia social, por otro».
Pero muchas veces pareciera que quisi...
Según la psicóloga Marcela Álvarez, «la identidad tiene que ver con nuestra historia de vida, que será influida por el concepto de mundo que manejamos y por el concepto de mundo que predomina en la época y el lugar en que vivimos. Por lo tanto, hay en este concepto un cruce individuo-grupo-sociedad, por un lado, y de la historia personal con la historia social, por otro».
Pero muchas veces pareciera que quisiéramos borrar de un plumazo nuestra historia de vida, como si nuestra historia social nos generara una carga de vergüenza.
Ejemplos de ello hay varios. Analicemos tres.
- La dicotomía ciudad-provincia. El 4 de marzo de 2013 publiqué un artículo en este medio. Se llama Soy de la ciudá… Y con no poca ironía puse de manifiesto ese «algo más» que muchos citadinos sienten o creen tener en relación con las personas que moramos en el interior del país, a quienes nos llaman provincianos. Resalté el diálogo que tuve con una persona nacida en la provincia, pero residente en la ciudá, según pronunciaba, y cómo ese algo más no pasaba (para ella) de la factibilidad de poder visitar los Mac, los mol, los súper y la Zona Viva. No tener dichas posibilidades en el interior del país generaba en dicha persona un terrible conflicto motivado por una falsa percepción de atraso o incivilización.
- Reforma constitucional y derecho indígena. Ni dudarlo. Las reformas en orden al derecho indígena polarizaron a la sociedad guatemalteca. Respecto a ello no argüiré acerca de si se debe reconocer o no el dicho derecho (que mi opinión cimentada tengo), sino la manera como algunos grupos detractores han vociferado, chillado y casi aullado sin tener argumentos en mano, como no sean aquellos cuyo rostro es el racismo y la discriminación. Y hago la aclaración de que sí hay opiniones contrarias dignas de oírse. Empero, son las menos. La mayoría van en orden a la pregunta que en la película La misión hace Cabeza (Chuck Low) al padre Gabriel (Jeremy Irons) cuando este le reclama por los azotes que sufrió un guaraní: «¿Qué son unos cuantos azotes comparados con las penas del infierno que ustedes ofrecen?». A la inversa, bien podría preguntárseles a quienes se rasgan las vestiduras ante ciertos castigos realizados en las comunidades del interior y que, conste, no pertenecen al derecho indígena: «¿Qué son unos cuantos azotes comparados con la pena de muerte que ustedes piden?». Porque esas personas, las mismas que detractan el derecho indígena, son las que, cuando se refieren al delincuente común, gritan como seguidores de Barrabás «¡crucifíquenlo!» y piden la pena de muerte sin más argumento que el hígado.
- La perenne negación de quiénes somos y de dónde venimos. Nuestro cuño es la identidad: quién soy, de dónde vengo, adónde voy. Los seres humanos no nacemos signados. Los tratadistas como Marcela Álvarez son muy explícitos cuando ilustran cómo los procesos de identificación se realizan desde los primeros años de vida hasta el final de la adolescencia. Quizá haya sido Jean Piaget quien mejor haya definido el desarrollo de esas etapas neurobiológicas vinculadas a la evolución de la inteligencia humana. Desafortunadamente, al no conocerlas, no podemos encontrar el porqué de esa tendencia a la negación que muchas veces padecemos y tanto daño nos hace (recordemos que nuestras historias personales y colectivas están difuminadas en muchos casos). Así, en orden a la identidad, los expertos nos dicen que la individual nos hace diferentes a la individualidad de otras identidades y que la colectiva nos distingue de otros grupos en un contexto dinámico (óp. cit.). Pero para ubicarnos hemos de reconocernos, asumirnos tal cual somos y encarnarnos sin prejuicio alguno. Ya situados en nuestro aquí y ahora, el ayer nos parecerá un lapso digno de recordar, imitar o remontar.
Cuando se percibe tanta disconformidad sin razón en nuestras sociedades, no podemos sino reconocer la harta razón que tenía el doctor Guzmán-Böckler. Y a estas alturas del siglo, o nos aceptamos tal cual somos (que mucho valemos) o seguiremos en ese perenne intento de escondernos de nosotros mismos. ¿Cuáles serán las caudas? A mi saber y entender, la frustración es una de ellas.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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