No bastó que sacrificara sus proyectos de transparencia fiscal al renunciar, que igual fue señalado por tardío. Lloviendo sobre mojado, el diario La Hora lo acusó de participar en la obscenidad legislativa del #PactoDeCorruptos. Para ponerle la tapa al pomo, Nómada publicó un audio en el que se oye al ministro opinando sobre el plan indecente.
Conozco poco a Estrada: participé en una reunión en que explicó a columnistas sus planes de reforma fiscal. Intercambié con él mensajes cuando se tomó el tiempo de leer y comentar una columna mía. Y un amigo en quien confío trabajó de cerca con él y da referencia de sus buenas intenciones.
Admitida la superficialidad, pero, gracias a la particularidad humana de formar juicios a partir de primeras impresiones, me queda la intuición de que es un tipo decente. Mi impulso es ponerlo en el terreno medio, que quizá yo habito también: no parece ser el ingenuo o racista buen chapín que justamente condena Juan Pensamiento, tampoco un malicioso lobo oligárquico vestido de oveja. Sin duda, está bien calificado para el cargo.
Estrada representa una nueva generación de gente de derechas cuyo origen social y referentes políticos afortunadamente no alcanzan para sofocar lo que reconocen su intelecto y su conciencia: que el país que construyeron dos generaciones oligárquicas es invivible e injustificable ética y económicamente.
¿Prueba el audio de Nómada que era parte de la conspiración? No sé. Pero, aunque estos días todo mundo resultó ser abogado penalista, es en lo ético donde sí podemos evaluar con propiedad como ciudadanos. Porque el caso de Estrada representa un parteaguas.
Al menos desde el gobierno de Arzú se estableció un pacto funcional. Por una parte estaban los políticos, cada vez más corruptos. Por la otra, los técnicos que con pericia e intención recta operaban la cosa pública y empujaban agendas de buena política en sectores específicos. El pacto se concretó dejando en sus manos algunos ministerios: Educación a las universidades y a las Iglesias, Cultura a los indígenas, Finanzas a los tanques de pensamiento. Más recientemente, la lucha contra el crimen organizado y la pobreza expandió el trato hasta Gobernación, Trabajo, la SAT y Salud. Sigue exento Defensa, por supuesto.
En medio del pacto han estado las personas: sean quijotes, ambiciosos o imprudentes, convencidos de que alguien debe hacerlo, se tragan el riesgo y hacen gobierno técnico en yunta con gente cuestionada. Apenas entre quienes conozco y aprecio, eso incluye a Juan Alberto Fuentes durante la administración Colom, con Ana de Molina, Karin Slowing y Bienvenido Argueta en la órbita de Sandra Torres; Fernando Carrera bajo Pérez Molina, y ahora Lucrecia Hernández Mack con Jimmy Morales.
Pero, al igual que el resto de nuestro exhausto modelo de Estado, esta pieza también se requiebra. Como la historia se escribe en los cuerpos, hoy la prensa inscribe con un clavo ardiente en la piel de Estrada: «La renuncia no basta». Con más tino, Hernández Mack reconoció que, quitándose Jimmy la máscara de «ni corrupto ni ladrón», no quedaba sino cortar por lo sano y de inmediato. Así sacrificara, quizá para siempre, el sueño de décadas que es el Modelo Incluyente en Salud.
Pero, a diferencia de la izquierda, la derecha cría disciplina. Estrada solo podría saltar del barco en llamas —no importaba lo que dijera su conciencia— cuando la élite económica, su élite, recompusiera las piezas lo suficiente para tomar bando (y control).
Hoy eso ya no alcanza. La lección —también para el hijo del privilegio— es que el cambio es inaplazable y personal. No lo entiende, nunca lo entenderá, gente como Roberto Arzú, presto a representar a Jimmy Morales en negocios con probable doble fondo. Aun siendo relativamente joven, viene de otro universo ético, ya caduco.
Guatemala intenta redefinirse como Estado justo. No lo dude: este es el corazón del debate desde 2015[1]. Ese esfuerzo exige una nueva función pública. No basta renunciar y pronto no alcanzará tampoco denunciar. Es que se acaba para siempre la posibilidad de hacer gobierno con gente cuestionable. Mala noticia para quienes aun con asco quisieran ser ministros de algún Jimmy o Baldizón del futuro «porque alguien tiene que hacerlo, porque debe ocuparse el espacio». Ya no será éticamente aceptable esa opción. En adelante, el Gobierno, o se hace con gente decente, o no se hace. El papel del técnico —también para el hijo de la élite— está hoy en la calle, en la llanura ciudadana, en acceder a la política desde la base.
[1] Por eso yerra la ética incompleta de Felipe Bosch cuando piensa que su enemigo es el Codeca. El asunto no es quién controla el Estado, sino asegurar que todos tengamos un lugar en él.
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Fe de errata. El nombre del señor Bosch es Felipe, no Juan Luis, como se publicó inicialmente. El autor les ofrece sus disculpas a los lectores y a los involucrados.
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