Por ello, cuando se trata de explicar los terribles acontecimientos que han sucedido recientemente, en busca de respuestas se llega a la conclusión de que es precisamente esa entidad denominada familia como primera escuela de la vida la principal responsable, la culpable de lo sucedido. En ella, se dice, no se ha procurado dar a los hijos los valores para ser unos ciudadanos, como mínimo, respetuosos de la ley.
Cabe entonces preguntarse cómo son en realidad las familias en Guatemala.
En principio, las actuales familias guatemaltecas son un resultado del pasado conflicto armado interno. Dicha guerra terminó hace 20 años, pero dejó un rostro impregnado de sangre: más de 200 000 muertos, unos 50 000 desaparecidos, otros 50 000 desplazados e iguales números de familias fragmentadas.
Luego, la pobreza, que ha provocado el incremento de pandillas (cada uno de sus miembros también producto de hogares desintegrados), así como de los integrantes del narcotráfico y del crimen organizado (bajo este argumento, sin duda, involucrados en estas actividades ilícitas como resultado no solo de la falta de oportunidades, sino de valores, es decir, de proceder de familias desintegradas).
A estos grupos podemos sumarles el de quienes se encuentran en prisión purgando su castigo por delitos comunes cometidos. Estos, sin duda, proceden también de estas familias carentes de valores. A ellos, además, se agregan los niños y adolescentes que por las mismas razones están recluidos en correccionales.
Entre los prisioneros también hay que destacar el número cada vez más creciente de exfuncionarios públicos, oriundos de las clases medias y altas del país, que han empezado a llenar las celdas. Ello nos demuestra que ni la clase social ni la educación que recibieron en el seno de sus familias fueron lo suficientemente sólidas como para alejarlos de la corrupción y de los otros delitos por los que están siendo o ya fueron juzgados.
Asimismo, podemos agregar que, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2014, de las familias «sin problemas», un 20 % están integradas por los hijos con uno solo de sus progenitores y casi otro 20 % por las familias extensas (es decir, en ambos casos no son la clásica familia nuclear, hecho que de por sí ya es una situación irregular y presenta ciertos riesgos para quienes sostienen el argumento de la vida en valores de la familia tradicional).
Además, valdría la pena preguntarse por qué entonces aquellos que sostienen que la familia es la base de la sociedad y que en esta se generan los valores no se cuestionan qué tipo de ciudadanos brindan a la sociedad esas familias tradicionales. Resulta extraño que no se cuestionen por qué hay en nuestro país tantas personas que no pagan impuestos, que son tan crueles, que explotan a los demás, que son poco solidarias, que son intolerantes y que no tienen las virtudes que se espera que surjan del seno de una familia sana.
Como corolario, no podemos dejar de mencionar a los niños y adolescentes que, como las niñas que murieron trágicamente en el hogar Virgen de la Asunción, son víctimas de diversas formas de violencia, por lo cual el Estado se ha hecho responsable de ellos, con las consecuencias nefastas que conocemos.
Visto este somero panorama, no nos queda más que reconocer que la idea de la familia guatemalteca como base de la sociedad solo es un mito. Un mito fomentado tendenciosamente, además, por quienes a toda costa quieren evadir la responsabilidad que les corresponde.
La familia, así como está estructurada en la actualidad, es una institución que se muestra como lo que es: una entidad fallida, carente de sostén y de unidad, una falsa ilusión y una idea agigantada en las posibilidades de su accionar por quienes, ya sea por falta de información o por malévola intención, quieren usar este falaz argumento para desviar la atención de las mayorías y lograr así su beneficio individual.
Vemos que el Estado necesita refundarse. Y con este, la familia. Uno es el reflejo de la otra y viceversa, ambos en una crisis total y a todas luces irreversible.
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