Mientras el país se encuentra en evidente abandono por parte del Estado, el presidente, en su mediocre gestión, se ha dedicado a utilizar el aparato público y la autoridad depositada en él para gobernar para una pandilla de criminales de cuello blanco, testaferros de escritorio, mercenarios de la impunidad y secuestradores del desarrollo.
El presidente Morales ha cometido desaciertos tras desaciertos inadmisibles en una república democrática. De la inexperiencia puede aceptarse un error y tal vez tolerarse faltas menores. Sin embargo, cuando la evidencia muestra decisiones sistemáticas inauditas que atentan contra el bienestar social y, más aún, que ponen en peligro los fundamentos de la república, la libertad de la ciudadanía y el Estado de derecho, la tolerancia no es una opción.
El saldo del nefasto gobierno de Morales es negativo. Después de haberse colocado como un lacayo del gobierno de D. Trump, Jimmy se convirtió en un tonto útil a la hegemonía de la facción conservadora estadounidense más radical, rayana en un neofascismo global.
Para algunos fanáticos religiosos, Jimmy es el ungido cuyo mandato divino en Guatemala es evitar el aborto, condenar el matrimonio entre personas con diversas perspectivas sexuales y mover la embajada de Israel a Jerusalén. Con una gran cantidad de la población altamente religiosa, la táctica tiene sentido político. Crear una división irracional a partir de un discurso religioso extremista logró lo que quienes se benefician de la impunidad querían: atrincherar irreflexivamente a esa parte de la población fundamentalista a favor de un gobierno mediocre, nefasto e ineficiente, que con sus acciones tiende a proteger intereses de un pequeño gremio de delincuentes. Movidos por sus convicciones religiosas, aceptan (y algunos incluso defienden) lo que en otras circunstancias no hubiesen tolerado.
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Con carreteras abandonadas, escuelas cayéndose, índices de pobreza en aumento, desnutrición prevalente, la salud de la población precaria, los ecosistemas destruyéndose y la economía en picada, el gobierno de Morales claramente ha fallado en su objetivo primordial, que es procurar el bien común. Más aún, derivado de las infames decisiones de sacar a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, apoyando a una élite berrinchuda, la imagen del país está por los suelos, las calificadoras de riesgo alertan, gobiernos extranjeros hacen advertencias a turistas de no visitar el país y Guatemala corre el riesgo de verse aislada ante la comunidad internacional civilizada. La división social propiciada por el mismo presidente es constante, la inestabilidad social y política ha sido la norma en estos tres años, la violencia en las calles continúa cobrando vidas, la delincuencia de cuello blanco ve con alegría cómo se pavimenta el camino a la impunidad y la mayoría de la población sigue tratando de sobrevivir en un país paradójicamente rico en recursos.
A tres años de su elección, el presidente del Organismo Ejecutivo y su gabinete trascenderán como quienes expusieron a Guatemala como una vergüenza internacional ante el mundo y como la peor administración de un Organismo Ejecutivo ante el país. Peor aún, el presidente y sus camarillas lograron visibilizar en la población lo que esta acertadamente denomina el pacto de corruptos.
Es evidente que no es el presidente quien gobierna en Guatemala. Morales se ha dedicado a hacer parafernalia mediática a favor de sus mecenas distrayendo y dividiendo a la población con sus caprichos y retórica de farándula, aprovechándose de la apatía de muchos, de la pobreza de más y de la ignorancia de todos.
Así las cosas, Jimmy Morales pasa a la historia como el fantoche que apoyó el pacto de corruptos y como el peor presidente que ha tenido Guatemala en su vida democrática contemporánea.
Y eso no es poco decir.
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