La palabra «universidad», entre otras, se puede entender como «universalidad», ya que representa la variedad de criterios y opiniones que conviven en una comunidad. Quiero iniciar con este concepto porque considero que es fundamental en toda discusión que busque estabilizar la anormalidad institucional que vive actualmente la Universidad. Puede sonar dura la palabra «anormalidad», pero en mi criterio abarca bastante de lo que se respira en las distintas interacciones y pláticas de lo que sucede.
Anormalidad porque, valga la redundancia, no es normal que por primera vez en la historia exista un rector electo desconocido por cinco Juntas Directivas, por unanimidad o mayoría, respecto a su proceso de nominación; no es normal que en una elección a rector solo participen 72 electores, siendo esta la cantidad más baja con la cual un universitario ha sido electo para el más alto cargo; no es normal que en un acto electoral existan personas con bates resguardando un edificio; no es normal que entre universitarios la crítica a distintas posturas y formas de trabajar escale a discursos de odio, falacias ad hominem e intentos de cancelación, tal cual régimen autoritario; así como tampoco es normal que la persona que hace uso de la libertad de expresión y el derecho a disentir sea visto como un enemigo al cual se debe eliminar, difamar o ridiculizar.
Partiendo de esto, se debe reconocer que el reciente proceso electoral profundizó una serie de crisis interminables por falta de diálogo y postergar tantas inconformidades colectivas transmitidas por generaciones que se deben nombrar y tratar de construir mínimos comunes para encaminar a la Universidad pública donde debe de estar, siendo un referente académico, de investigación y movilidad social que impulse el desarrollo del país. Este espacio no es suficiente para profundizar en todo ello, pero si para reflexionar sobre la necesidad de acordar un mínimo común que hoy permita reencauzar la legitimidad de la figura de rectoría y, con ello, fijarnos metas a corto, mediano y largo plazo para convivir y mejorar la institución educativa.
[frasepzp1]
Considero que el primer mínimo democrático inmediato debe ser recuperar la integridad del Cuerpo Electoral Universitario. Si de por sí ya tiene serios cuestionamientos por su diseño (aún no se logra concretar una propuesta que incluya a los Centros Universitarios Departamentales y Escuelas no Facultativas), resta a su legitimidad la exclusión de miembros sin una explicación oportuna, certera y que permitiera la subsanación de cualquier error de forma. Incluso la plataforma que al día de hoy impulsó al candidato electo bajo esas circunstancias, debería reconsiderar la conveniencia de abrir un diálogo maduro y aceptar que les será muy difícil hacer gobierno porque el primer error, mala declaración o deficiencia de gestión o comunicación será magnificado vinculándolo con el proceso de elección. El Cuerpo Electoral Universitario no solo es un formalismo para ser nombrado rector, es un espacio de coincidencia de los distintos estamentos de la universidad que dota de un grado de legitimidad al electo y le permite a la oposición organizarse para el próximo evento electoral.
En esta oportunidad, se eliminó completamente eso. Y no es poca cosa. Gobernar con una oposición agraviada, que no se les puede responder con el argumento de derrota electoral ya que no se les permitió votar y con más de la mitad de Unidades Académicas en contra no es propicio para nadie, ni para el electo ni para su equipo de trabajo. Y ante esas dificultades y crisis de legitimidad, la mayoría de veces se tienen dos alternativas: o renunciar y repetir el proceso, o utilizar al sistema para eliminar opositores y disidencias. Y precisamente por el riesgo del segundo escenario es que es necesario reencauzar la legitimidad democrática del Cuerpo Electoral Universitario, ya que como lo anote al principio: en la Universidad pública deben coexistir una universalidad de criterios. Eliminar estudiantes, docentes, investigadores y trabajadores críticos dará cierta comodidad al corto plazo al hoy rector electo, pero destruirá procesos necesarios de intercambio de ideas, haciendo un oficialismo estático y solo felicitado por ellos, mientras profundizan la crisis institucional sin contrapesos. Se debe dialogar, empatizar y reconstruir.
Más de este autor