Me he visto en la necesidad de hacer esta clasificación rápida al respecto porque era de madrugada y recordé una palabra e inmediatamente después otra y entonces me intranquilicé porque sabía que no iba a poder dormir si no lograba recordar con claridad de quién eran aquellas dos palabras y a cuenta de qué habían venido a mi mente con tanta claridad.
Como si la almohada fuese un auricular, escuché dentro de mí mientras cerraba los ojos a mi propia voz diciendo «ahora vuelo». Sin embargo, sabía que esas palabras no habían nacido de mí, que en esa noche de pensamientos desordenados yo era incapaz de poner esas dos palabras juntas. De eso estoy segura porque llevaba varios días sin pensar en el presente, y nada es más presente que «ahora». Además, ¿volar? No, mi mayor deseo en ese momento era dejarme caer, por lo tanto esas palabras no podían ser mías, no esa noche. Pero, ¿entonces de quién y por qué habían venido a mí para alimentar al grotesco insomnio?
A veces, para entender un verbo tengo que hacer el gesto que me parece que le corresponde. «Ahora vuelo» se había clavado en mi mente y el verbo volar me obligó a mover un brazo, pero estaba acostada y eso no me permitió hacerlo de modo placentero, entonces me incorporé y sentada en la orilla de la cama levanté y bajé el brazo con suavidad varias veces. Como si hubiese conjurado a la totalidad con ese movimiento, recordé de golpe todas las palabras que iban antes y después de esas dos: «ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mi». Tuve suerte, porque lo usual es que olvide y no que recuerde, así que quise forzar un poco más mi memoria. Pasó un poco menos de una hora y muchos movimientos más para que pudiera recordar que esas eran, por supuesto, las palabras de un profeta. Es innecesario que me extienda explicando quién y justificando por qué.
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No tuve más remedio que creer que el movimiento de mi cuerpo había despertado la potencia elástica, no solo del espacio, sino también del pensamiento. Pude, de algún modo, deshacer el nudo chicloso que es mi memoria. Voy a tomarme la libertad de utilizar una palabra que significa otra cosa pero que por esta vez va a significar que atravesé el tiempo mientras transitaba el espacio, voy a decir que me «espacié», porque ¿qué es moverse sino liberar el espacio? ¿Qué es el movimiento sino un recurso estético para describir? Casi de inmediato vino un espíritu de ligereza cuando mi brazo huyendo de la inercia intentaba construir una palabra. Huir, leí una vez, es trazar una línea, líneas, toda una cartografía.
Acaso podríamos hacer mapas de nuevos caminos en la medida en que nos sirvamos de nuestras piernas y de nuestro cuerpo entero. Tengo, por momentos, la impresión de que lo que alguna vez fue lenguaje que comunicaba, ahora es ruido que entorpece y que si lográramos hablar también con nuestros cuerpos, avanzaríamos pronto al lugar que los justos exigen pero que al mismo tiempo, con su pequeña razón alejan. Quizás solo es posible alcanzar a lo que corre llevando los oídos en los dedos de los pies, haciendo que la escucha genere movimiento y no solo un eco inútil de voces inflamadas.
Antes de volver a acostarme hice un último esfuerzo, quise recordar con mayor precisión cómo habló el profeta y, entonces, como una benevolencia que la soledad ofrece únicamente a sus hijos insomnes y predilectos, me vino a la mente más palabras de las que me creía capaz de pensar con el peso del desvelo encima: «mi Alfa y mi Omega es que todo lo que es pesado y grave llegue a ser ligero; todo lo que es cuerpo, bailarín; todo lo que es espíritu, pájaro». Y me pregunto si acaso alguien podría creer que minimizo la aterradora realidad, pero no tardo en responderme que, por el contrario, exalto las posibilidades que aún nos quedan y, a fin de cuentas, esto no lo he dicho yo, lo ha dicho el profeta, así habló.
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