Algo así solía pasar frente a la Procuraduría de Derechos Humanos con el anterior inquilino del edificio. Un policía con guantes y gorro amanecía bajo la cornisa en la acera de enfrente. Algo así pasa con los policías que tienen que cuidar que jovencitos no se salten las paredes de las escuelas. No para capearse, sino para ejercer una presión cada vez más estéril.
Apenas serán las seis de la mañana y los gallos están próximos a cantar. Sí, en esta ciudad aún lo hacen. Pero no hay que buscar su canto en la cuadratura de calles y avenidas, de semáforos y talanqueras, de alambre de púas y muros infranqueables. En cambio, el canto de los gallos sube de los barrancos. Parafraseando a Vania Vargas, ahí donde la ciudad se rebalsa. O donde se hunde, según sea el grado de pesimismo.
Es ahí, al borde de uno de estos barrancos, en la frontera entre la zona uno y la zona cinco, donde los policías y soldados tienen su fogata. Yo corro con alguna premura. Trato de superar mi tiempo. Mi plan es prepararme y que la próxima vez que corra una media maratón, no termine con las rodillas desechas y mi autoestima por los suelos. Estoy en la fase de entrenamiento en la que tengo que mejorar mi rapidez.
Cuando veo la fogata pienso en esas películas donde los vagabundos las hacen para buscar calor. Sin lugar a dudas, es lo mismo que ha motivado a estos tipos, los policías y soldados, a juntar basura y restos de madera para hacerse una fogata y mal pasar la noche. Tienen una expresión entre rudeza, cansancio físico y hartazgo psicológico. Algunos se entretienen con el celular en la mano o en la oreja. Todos ven pasar las horas entre el tedio, el aburrimiento y la tristeza.
Para el resto de nosotros, ciudadanos modelo, resulta que son estos mismos tipos, cansados, mal comidos, mal pagados y mal queridos, algunos de los culpables de este desastre. Son estos tipos que, con los insumos que reciben para llevar a cabo sus tareas de una forma humana y digna, apenas les alcanza para buscarse un poco de calor de entre la basura ardiendo en llamas.
Me gustaría quedarme con ellos, es verdad. Pero debo mejorar mi rapidez. Además ¿de qué pudiéramos hablar? La ciudad nunca amanece, se queda gris. Las noticias empiezan a fluir. Hablan de otra fogata en otro lado de la ciudad, en el lado de la cuadratura. La tribuna empieza el festejo. Esas particulares maneras que tenemos de comunicarnos en esta ciudad.
El cuerpo carbonizado. Un arma de fuego en una mano y en la otra una billetera. Empieza la ola, las hurras y las carcajadas respectivas. Fríos, desolados y desesperados corazones que buscan una forma para calcinar todos sus miedos y prejuicios. Ojalá y este tipo de fogatas lo hicieran y purificaran el corazón. Pero no. ¿Qué sigue después de una fogata? ¿Otra? ¿Por qué no dos al mismo tiempo? Y si eso no funciona, ¿lo intentamos con tres?
Logré correr cinco kilómetros a una velocidad mucho mayor de lo que acostumbraba. Pero me queda la sensación de que debo mejorar aún más, para cuando sea el momento de huir a toda prisa. Ojalá aún encuentre la salida.
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POSDATA (O ANTEDATA)
En el brillante conversatorio del 2do aniversario de PzP, uno de los expositores decía que se dejara ya la bulla por una columna. Que había cosas más importantes de las cuales hablar. Tiene razón. También supongo que se dirigía a los periodistas. Resulta que mi papel en este medio es el de columnista. Y mi postura es que no sirve de nada, o de muy poco, que existan temas de mayor o menor importancia, si más de alguno de ellos no podemos hablar con absoluta libertad, en un espacio que en los medios de comunicación es para eso: conversar y discutir. Así que suscribo el comunicado que desde hace días, varios columnistas han transcrito en sus espacios. Acá el link para los interesados.
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