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Alex Ixmatá, 25, barre el salón de su casa en Santo Tomás La Unión, Sololá. Asume algunas tareas en el hogar y socializa esas prácticas con su círculo cercano sus amigos. Realizar actividades domésticas ha vuelto a ser parte de su cotidianidad. G Escobar

Hombres que pegan, hombres que «ayudan»: La violencia de la masculinidad

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Hombres que pegan, hombres que «ayudan»: La violencia de la masculinidad

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Ricardo cree que no debe hacer la cama porque perdería autoridad sobre su esposa, Alex es el único de sus hermanos que «ayuda» en las tareas domésticas. Estos dos hombres nos cuentan su papel en el hogar. Las posturas difieren porque uno ha recibido talleres para reinterpretar su masculinidad, el otro no. Las expertas consultadas notan que esto apenas es el inicio de un cambio y mientras se aprende a «ser hombre» en casa, en la escuela, en la iglesia y otros espacios, las mujeres se llevan la peor parte.

En un cuarto con luz anémica y muchas fotografías colgadas sobre las paredes, Ricardo accede a hablar con la condición de no usar su nombre real. Recuerda la vez en que asumió lo que él considera un rol de mujer: ir al mercado y hacer la compra. Recuerda el enojo que le causó esa misma noche, en la cena, darse cuenta de que no había picante. «Yo soy el hombre aquí y soy el que manda» recuerda que gritó. «Yo traigo todo a la casa ¿por qué no está el picante en la mesa?».  Reconoce que agredió verbalmente a su compañera y que no estuvo bien. La solución que encontró fue no volver a ocuparse de tareas que, según él, no le corresponden.

Ricardo es un maestro de educación primaria y padre de tres hijos que vive en el centro de San Juan Ostuncalco, municipio de Quezaltenango. Cuenta que las muestras de afecto que recibió de su padre no fueron constantes en su infancia, pero cree que la manera en que le criaron le ha ayudado a sobrevivir porque se recalcó la disciplina y la responsabilidad.

En su forma de ver la vida, la responsabilidad se entiende en dar dinero al hogar y asegura que ese es el modelo adecuado para sobrevivir en el mundo.

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Masculinidad, una exigencia para sostener privilegios

La masculinidad está definida socialmente por rasgos y comportamientos opuestos a lo femenino, que le permiten al hombre un ejercicio de poder y dominación. Es decir, ser percibido como superior, entender que sus necesidades son prioritarias sobre las de las mujeres. Lo masculino se vincula a la autoridad, pero también a la razón. Esto otorga poder y ese poder se normaliza. Genera privilegios.

Pierre Bourdieu, sociólogo, señalaba que el privilegio masculino no deja de ser una trampa en la que cada hombre debe afirmar su virilidad, entendida como capacidad reproductora, sexual, social, aptitud para el combate y para el ejercicio de la violencia. Bordieu lo identifica como una carga, un ideal imposible, el principio de una inmensa vulnerabilidad.

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Alex y el proceso de sensibilización

A Ricardo y a Alex Ixmatá los separan 150 kilómetros. Después de veredas empolvadas y al final de un pasaje lleno de vegetación, se encuentra la casa de Alex, en el municipio de Sololá, quien asegura que no quiere ser un hombre machista, violentador y con privilegios.

Alex tiene 25 años y explica que involucrarse en programas de alfabetización le ha llevado a participar en otros talleres de formación.

 Su casa es de block a diferencia de las construcciones de adobe cercanas, las mejoras visibles fueron posibles gracias al trabajo de su padre, con quien Alex vivió solo hasta los diez años. El padre de Alex, en un intento por salir de la pobreza y darle mejor calidad de vida a su familia, migró hacia Estados Unidos.

Ixmatá habla en español, que es su segundo idioma. Se anima al contar su proceso de sensibilización. Explica que el no conocer los derechos de las mujeres le ha llevado quizás a agredirles, por eso cree que estas actividades son útiles para educar.

«Es una violación (a sus derechos) cuando los esposos obligan a las mujeres cómo deben vestirse, qué traje o vestimenta deben utilizar, qué hacer, qué no hacer. En general: mandarlas». Alex es soltero y vive con tres hermanas y dos hermanos. Es el único de los hombres de la familia que participa en las tareas del hogar, de las que se encargan sobre todo las mujeres que, además, estudian o trabajan en casa bordando.

Alex ha asumido tareas como barrer, trapear, ordenar y cocinar. No considera que haya logrado una completa transformación. Entiende que le faltan actitudes por revisar.

A diferencia de Ixmatá, Ricardo no está de acuerdo con que el hombre asuma tareas domésticas. «Soy una persona de carácter fuerte, si mi esposa dice que tienda la cama yo no lo haría porque no me dejaría mandar por ella. Pero si yo le digo a ella que tienda la cama, ella lo tiene que hacer porque es una tarea que le corresponde», dice.

Rosa, una de las hermanas de Alex, ve algunos cambios de actitud en su hermano. «Él barre, por ejemplo, ayuda en cosas de la casa y es comprensivo», afirma. Además cuenta que los cambios ayudan a mejorar la convivencia en el hogar.

Sin embargo, las tareas domésticas que Alex realiza se asumen como voluntarias para él y obligatorias para ellas. De la manera en que se dividen las tareas depende el tiempo del que se dispone. El trabajo doméstico no determina el tiempo que emplea Alex en otras cosas, como sí lo determina para sus hermanas. Las sujeta a esta obligación.

El Foro Económico Mundial situaba a Guatemala en el puesto 122 del Índice Global de Brecha de Género presentado en 2020,  donde 156 países fueron analizados. Ese documento nos advierte que quizá pasen más de 99 años sin que alcancemos igualdad de género, que es fundamental para construir economías más justas e inclusivas. En otras palabras, la diferencia entre hombres y mujeres en el acceso a salud, educación, economía y espacios políticos; sostenida por una visión que segrega y excluye a las personas por su género, no permite a más de la mitad de la población gozar de sus derechos.

Las relaciones desiguales no solo limitan las oportunidades de las mujeres, lo que ya resulta violento. También se se manifiestan en otras formas de violencia diaria, algunas sutiles y otras más evidentes.

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«Agarró un machete y deseaba matarme»

Virginia Gonzáles vive en Coatepeque, un municipio de Quetzaltenango. A sus 30 años no imaginaba que el machismo de su ex cónyugue la podía matar. «Todo empezó bien, nos fuimos a vivir con sus padres. Los primeros meses fueron normales, él trabajaba yo me quedaba en casa y hacía los oficios» relata.

«Él empezó a consumir licor. Primero los fines de semana, después no había día ni hora y con ese mismo ritmo iniciaron los insultos y fueron aumentando. No me daba dinero para los gastos del hogar y con dificultades empecé a trabajar». Pero entonces él le prohibió incluso el arreglo personal. «Empecé a descuidarme, no me cambiaba ni me arreglaba, eso lo tenía prohibido. Girar la mirada para otro lado era un riesgo» cuenta.

«No podía salir ni a la esquina» cuenta González. «Regresamos a vivir cerca de mis padres, alquilamos una casa. Cambió por unos meses, luego regresamos a vivir del mismo modo. El se levantaba y la comida debía estar lista, yo debía estar a la altura de cómo su madre lo había criado».

«Ese día había una fiesta, él se fue con sus amigos a tomar. A mí me invitaron a bailar y acepté. Al finalizar la fiesta, junto a mi hija nos fuimos a casa. Horas más tarde alguien empezó a somatar la puerta: era él. Su enojo porque fui a bailar fue fuerte. Agarró un machete y deseaba matarme. Corrí tan rápido como pude” a González se le quiebra la voz al recordar ese episodio. Se lastimó la planta de los pies al correr descalza y de madrugada para salvarse.  Con la ayuda de sus padres logró separarse, ahora vive con ellos pero aun siente miedo y no se atreve salir sola.

Los datos nacionales reflejan, según el portal del Observatorio de las Mujeres del Ministerio Público, que de enero al 8 de agosto de 2021 se han reportado 240 denuncias por día. Dentro de los delitos más denunciados en 2021  (118 mil 692), los casos de violencia contra las mujeres representan el 71%.

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«Ir contra la corriente no es fácil»

Armando Barreno es oriundo de Totonicapán y subcoordinador de la Red Nacional de Hombres. Para él, las nuevas masculinidades son un enfoque nuevo para el conjunto de conductas y valores que se enseñan a los hombres. «En otros lados se les conoce como masculinidades transformadoras. En una sociedad conservadora como la nuestra es romper el orden, es ir contra la corriente y no es fácil», comenta Barreno.

«La construcción de pensamientos que han hecho la escuela, iglesia, el círculo social, el espacio de trabajo, todo el aparato estatal y los medios de comunicación, no se deconstruyen con un taller, pero sí se provocan cambios, se motivan reflexiones», agrega.

Para él, la masculinidad aprendida tradicionalmente, lejos de producir bienestar causa desequilibrios físicos y emocionales. Cumplir con las exigencias sociales para sostener los privilegios de la masculinidad implica renunciar a cualquier gesto que pueda entenderse femenino. Atender a este mandato de dureza y poder afecta el desarrollo de la personalidad, por ejemplo.

Aunque no se puede negar todo el impacto negativo en ellos, para las mujeres, sus hijos y las personas con otras identidades, estas dinámicas desiguales se traducen en múltiples violencias.

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Exclusión, discriminación y violencia para sostener privilegios masculinos

El Foro Económico Mundial tiene un índice para medir la desigualdad de género, que va de 0.00 (desigualdad) a 1.00 (igualdad); la calificación de Guatemala fue de 0.65 en 2020. No se observan mejoras en los últimos cinco años. A lo largo de su vida cada mujer debe lidiar con discriminación y violencia.

Carmen Tacam es abogada y notaria. En 2012 fue presidenta de 48 cantones de Totonicapán, la única mujer que ha presidido esa organización ancestral. Ahora se dedica a atender una oficina jurídica en Totonicapán. La mayoría de los casos que lleva son de violencia contra la mujer. «Pareciera que sólo le pasa a mujeres de escasos recursos que tienen cierta dependencia económica hacia sus esposos, pero puedo decir que hasta mujeres con cierto grado de escolaridad o que aparentemente están empoderadas, vienen a mi despacho» afirma.

Brenda Tax es estudiante de Trabajo Social y está realizando una investigación sobre la participación de las mujeres en Totonicapán. Tax hasta el momento puede resumir «los motivos que frenan la participación de las mujeres son: el machismo, el cuidado de los hijos, y ser amas de casa».

«En la mayoría de casos a las mujeres se les ve en directivas de escuelas, en donde preparan refacciones y velan por la limpieza. Del hogar no las dejan salir, les dicen que ellas solo se dediquen a cuidar a los hijos».

Solo en el municipio de Totonicapán las denuncias recibidas por distintos tipos de violencia de 2019 a la fecha son mil 264. Estas en su mayoría se refieren a violencia intrafamiliar, según Juana Tax, delegada de la Defensoría de la Mujer Indígena (Demi).

Educación popular para sanar

«Todos los martes me junto con un grupo de obreros de la zona 3 de la ciudad de Guatemala, gente que trabaja en un vertedero reciclando. Llevamos tres años reuniéndonos, al principio para hablar de paternidad y tener elementos (para practicar) una crianza con cariño» cuenta el educador popular y psicólogo Juan Pablo Flores.

Flores cuenta que durante este tiempo empezaron a cuestionar la masculinidad, el ser hombre y cómo se aprende. «En varios casos salió a relucir la relación que tuvimos con nuestro padre. Esa relación que muchas veces fue fría, sin expresiones de cariño, marcada por violencia y muy machista», dice.

Para hablar de esto, los hombres han tenido un espacio para expresar sus sentimientos, que les da la organización Plantando Semillas. Juan Pablo es voluntario y el grupo es comunitario.

«Crear un espacio seguro y confiable donde los hombres puedan expresarse, ha sido también terapéutico. Es importante ver la relación del hombre adulto con su niño interno. El miedo y el deseo de controlar responde a cosas que pasaron en la niñez, hacer un viaje a ese niño interno para abrazarte, poder perdonarte y atender las necesidades de la infancia ha sido un momento curativo», dice Flores.

«El mandamiento machista dice que las emociones se expresan a través de la violencia. Si se está cansado, se demuestra violencia; si se está con miedo se manifiesta violencia. Las reuniones están enfocadas en la prevención de violencia contra la mujer y los cuerpos feminizados para de esta manera construir masculinidades basadas en la ternura, el respeto y el cuidado», señala.

Flores narra que abordan estos temas durante 12 semanas. Emplean la metodología de educación popular partiendo desde las experiencias personales: «esto no es moralista, no es decir “fuiste mal hombre, entonces ahora serás un buen hombre”. Son espacios de reflexión, nacen de ellos esos cambios».

«Las mujeres quieren ser más»

Son las diez de la mañana. Alguien llama a la puerta de Ricardo pues debe salir a cultivar un lote de tierra. No dio clases, le dieron el día libre por haberse vacunado contra el COVID19 y espera la reacción. Ricardo pasa poco tiempo en su hogar, la mayor parte está haciendo pequeños negocios o dando clases y en algunas oportunidades dedica tiempo a sus hijos.

Cuando se le pregunta qué pasaría si se quedara sin trabajo, guarda un silencio y luego responde: «Me sentiría incapaz. Y si mi pareja ganara más dinero, yo vería como dar más».

La última Encuesta de Condiciones de Vida (2014) del Instituto Nacional de Estadística (INE) dice que  en comparación con los hombres, el acceso de las mujeres al empleo remunerado es menor. La proporción de mujeres con empleos remunerados en el sector no agrícola es de 43.5 %. El costo del trabajo doméstico que realizan las mujeres no se calcula, permanece invisible.

A Ricardo ser considerado un «mantenido» le parece insultante. Ve inadecuado que las mujeres tengan un salario mejor que los hombres: «Yo ahora veo que las mujeres quieren ser más, quizás por el grado académico. Por ejemplo, en mi escuela (donde trabaja) tengo compañeras que ganan más que sus esposos y por ese motivo ellas quieren mandar. Eso no está bien».

La esposa de Ricardo, también se dedica a la docencia, actividad que combina con la crianza de tres hijos, uno que tienen en común y dos que Ricardo tuvo en un matrimonio anterior. Además se encarga de las tareas de casa.

Silvia Federici, teórica feminista, planteaba que el sistema capitalista está necesariamente vinculado al racismo y al sexismo. Y que en este sistema las mujeres han pagado el precio más alto, con sus cuerpos, su trabajo y sus vidas.

Silvia Trujillo es socióloga e investigadora social. Comenta que «para ser hombre como el sistema pide, se debe ser productivo. Eso lo demandan los dos sistemas de opresión: el patriarcado y el capitalismo. No se puede ser hombre sin trabajar y sin ser quien da el principal aporte de la casa, los hombres entran en crisis cuando sus compañeras de vida ganan más salario que ellos, porque se les desmorona esa seguridad».

Trujillo sostiene que en esta construcción de masculinidad hegemónica se enseña a ser violento y se censura a quien no lo es. Un niño que no es violento, por ejemplo, es llamado con términos despectivos que implican feminización, porque el ser femenino es considerado inferior y por tanto se usa como insulto. Por el contrario, se fomentan y premian las actitudes agresivas en el juego y deporte.

Nuevas formas ¿viejas prácticas?

Ixmatá no lleva la cuenta de cuantas capacitaciones ha recibido. Dice que en cada una va aprendiendo cosas nuevas y las pone en práctica. Ricardo asegura que nunca ha recibido capacitación al respecto. Silvia Trujillo menciona que si bien los talleres o capacitaciones contribuyen a formar,  no son la única herramienta. Considera que no se debe formar y sensibilizar de manera esporádica, sino de forma constante: «es un cambio fuerte de paradigma, un taller ayuda, pero el cambio es más profundo».

Esta búsqueda de cambios, según Trujillo puede prolongarse. «Cada generación irá aportando, se deben dar herramientas para cuestionarse, de lo contrario la gente joven seguirá siendo más conservadora que generaciones pasadas».

El ejercicio del poder, sin embargo, puede extenderse. Lucía Rosales considera que estos procesos de formación son delicados, sobre todo porque hay «lobos vestidos de ovejas» que se aprovechan de estos espacios. Es decir, hombres que utilizan las circunstancias y a veces el discurso, para generar herramientas que les permitan continuar con ese ejercicio de poder hacia las mujeres, usando nuevas formas y ocupando otros espacios.

«Nos enfrentamos a actitudes machistas dentro de espacios sensibilizados»

Jessica Xon Ixtuc es una lideresa comunitaria que impulsa programas de desarrollo para mujeres jóvenes en Sololá. «El machismo nos afecta desde lo psicológico, debemos reconocer que dentro de la familia vamos a ver actitudes micro machistas (aunque) a veces no las queremos reconocer».

Ixtuc coordina programas de salud sexual y reproductiva. «Coordino un proyecto donde tengo a cargo a gente mayor. A ellos les cuesta aceptar que yo esté a cargo, eso es parte aún de cómo las mujeres jóvenes nos enfrentamos a distintas actitudes machistas dentro de espacios sensibilizados”, señala Ixtuc.

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Las violencias que se sufren pueden ser distintas. «Todas las mujeres en algún momento hemos experimentado el machismo, algunas hemos pasado una violencia sexual o física en nuestra infancia, y eso es muy triste, causa mucho dolor el tener que ocultar y guardar ese sufrimiento», comenta Ixtuc. 

Según el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (Osar) de enero al 30 de junio de 2021, se reportan 57 mil 578 embarazos en niñas y adolescentes entre 10 a 19 años. De estos embarazos 2 mil 737 son en menores de 10 a 14 años. Tales casos se consideran violación según la ley de protección integral de la niñez y adolescencia. Muchos de los violadores son los propios padres u otros familiares cercanos.

Perfil del agresor

Dina María Elías es psicóloga, tiene un doctorado en psicología clínica y maestría en psicología comunitaria, además es docente e investigadora. Según Elías existen «los agresores manifiestos y los de bajo perfil. Los primeros agreden públicamente y los otros operan en casa, a puerta cerrada». No hay un perfil único de agresor, pero existen rasgos que con dos décadas de trabajo clínico e investigativo ha podido recolectar.

«En el historial individual de un agresor se ven elementos como violencia en su crianza, roles de género rígidos, una masculinidad frágil y construida violentamente», señala. Socialmente esto se refuerza y se naturaliza.

Los agresores son narcisistas, egocéntricos, siempre culpan a alguien más, tienen poca empatía, son posesivos, controladores y codependientes, presentan carencias de autoestima e historial de trauma. «Son muy pocos los agresores que buscan apoyo emocional».

El machismo y el patriarcado producen sufrimiento, según Juan Pablo Flores, porque a partir de la ruptura emocional de los hombres se genera la violencia. «Si estás feliz no tenés la necesidad de hacer infeliz a los demás, sobre todo a las mujeres que están alrededor: hermanas, amigas, compañeras de trabajo» puntualiza.

Alex Ixmatá se plantea a futuro una relación de pareja. «Estoy proponiendo crear una relación de respeto y armonía con mi novia, en donde ambos nos sintamos cómodos». Ricardo enfatiza: «Si a mí una mujer me falta el respeto verbalmente, puedo llegar a golpearla».

Ambos se plantean distintas maneras de relacionarse con las mujeres. Alex piensa que una transformación es posible, aunque lenta. Que es importante cuestionarse para cambiar la forma de entender el ser hombre.

Mientras en algunos espacios ellos se cuestionan cómo la masculinidad y el machismo les afectan a sí mismos y su relación con los demás, las mujeres siguen llevando la peor parte. No es a ellas a quien beneficia que esta reflexión sea tan lenta.

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