De hecho, hay cualquier cantidad de ejemplos de sociedades que han tenido crisis y luego han prosperado. Sin embargo, como dicen Acemoglu y Robinson en ¿Por qué fracasan las naciones?, el molde del círculo vicioso del subdesarrollo puede romperse con la consolidación de las instituciones. Y las instituciones son esas prácticas que se consolidan en las sociedades.
Es así como, en Guatemala, la actitud del comediante y presidente por accidente, Jimmy Morales, de declarar no grato al comisionado Iván Velásquez, la persona que más ha luchado contra la impunidad, resulta no un acto de lealtad a la patria, sino uno digno de Judas Iscariote: traidor.
Usted, que lee esta columna y es empresario, ¿destituiría a su mejor gerente? Si es funcionario público, ¿es digno trabajar para un jefe acusado de financiamiento ilícito en la campaña electoral?
La jornada del 27 de agosto deja muy claro que en este gobierno son las mujeres las que tienen los pantalones bien puestos. Lucrecia Hernández, exministra de Salud, y Ana María Diéguez, exvicecanciller con más de 30 años de carrera pública, prefirieron renunciar a sus puestos antes que formar parte de un gobierno cuya legitimidad la tiró al suelo el mismo presidente de la república, quien tuvo la oportunidad de cambiar las cosas para bien, pero no lo hizo. En medio de su torpeza develó su verdadero rostro, el de mayordomo de la impunidad, al utilizar su puesto de trabajo (aún) para obstruir la justicia en el caso de corrupción en contra de su hijo y de su hermano y para protegerse del antejuicio en su contra por financiamiento electoral ilícito.
Y es que comprendo la decisión de estas damas. Considere esta observación. ¿Quiénes apoyan a Jimmy Morales? La Asociación de Veteranos Militares de Guatemala (Avemilgua), con varios miembros acusados de crímenes de lesa humanidad; la Fundación contra el Terrorismo, que nunca devela sus fuentes de financiamiento, y diputados del partido de gobierno con ene cantidad de señalamientos por corrupción, como Juan Manuel Giordano. Mis abuelos tenían un dicho: «Dime con quién andas y te diré quién eres».
En Guatemala, un país donde la desnutrición crónica en menores de cinco años apenas disminuyó un 3 % en seis años, donde las escuelas les han dado la espalda a casi cuatro millones de alumnos, con un índice de homicidios de adolescentes superior a los de Irak y Siria, resulta que nuestros niños y adolescentes, por cobardes y torpes decisiones, sufrirán aún más los costos de la impunidad y de la corrupción.
La lucha contra esa afrenta no es una cuestión ideológica, de izquierdas o de derechas, sino de quién está a favor de que siga el crimen organizado dentro de las estructuras del Estado y quién no. Si usted cree que esta decisión no lo afectará, espere cuando vengan las agencias calificadoras de riesgo país y rebajen la calificación de Guatemala, cuando nos resulte más caro y difícil colocar deuda, cuando disminuyan los programas de apoyo a diferentes programas sociales que financia la cooperación internacional. También es seguro que muchas empresas reconsiderarán la opción de ver a Guatemala como una plaza para invertir cuando el mismo presidente, a su sabor y antojo, cambia las reglas de juego. ¡Eso sí aleja la inversión!
Al terminar este día pienso en mis cuatro esperanzas para un mundo mejor. Qué tristeza ver el país que les estamos dejando a nuestras niñas y a nuestros niños. Tal vez uno peor que el que heredamos. Como ciudadano me niego a aceptar que mi país caiga una vez más en las garras de las mafias que copan el Estado y nos garantizan la miseria y el subdesarrollo.
Es preciso que todas y todos tengamos una ciudadanía más activa y emulemos el ejemplo de estas damas que el día de hoy prefirieron llegar con la frente en alto a sus hogares, y no ser cómplices de una debacle institucional.
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