No tenía un minuto para mí. El poco tiempo que me sobraba lo dedicaba a leer y escuchar noticias. Esto no era poca cosa, pues estamos frente a un virus del cual casi no sabemos nada y mantenerse al tanto era y es cosa de no acabar. Desafortunadamente, así como la información entraba sin parar, así mismo el polvo y los pelos de los gatos se acumulaban todos los días. Todos los días barría, sacudía y trapeaba y todos los días aparecía más suciedad. Igual estaba pasando con el coronavirus: cada día aparecían más casos y cada vez estaban más cerca de mi círculo personal y familiar.
Los días pasaban volando y las noches no eran muy reparadoras. Al cansancio físico hay que agregarle el cansancio emocional: la soledad, las ansias de que la enfermedad dé alcance a un ser querido, la necesidad de afecto… Y, por supuesto, también la falta de sexo nos afecta, pues somos seres sexuales con o sin covid-19.
Una rutina perversa se fue instalando en mi vida. Si tenía que estar encerrada en mi casa ocupada casi exclusivamente en los quehaceres domésticos, para qué iba a gastar tiempo en arreglarme. Un atuendo de playa era más que suficiente, con la ventaja de que lo podía usar por varios días y no requería de plancha. Nunca he sido de mucho maquillaje, pero ahora ni me peinaba. Total, nadie me iba a ver. Además, como estaba siempre cansada, no me daban ganas de hacer ejercicio. Antes salía a caminar o bajaba al gimnasio, pero desde la pandemia estas actividades quedaron censuradas.
Es de suponer que todos mis niveles de serotonina, dopamina y endorfinas estaban por los suelos. Tenía que hacer algo con urgencia.
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Liberar tiempo y concentrarme en mí misma era y es la prioridad. Y fue así como tomé la sabia decisión de comprar una aspiradora. Este aparato marcó un antes y un después en mi vida. Limpiar se hizo mucho más fácil y menos cansado. Hasta divertido resulta si te haces acompañar con una buena cumbia.
Nada que no hubiera descubierto ya la industria de los electrodomésticos. A inicios del siglo XX aparecen las primeras lavadoras eléctricas, que se convierten en artículos de masas después de la Segunda Guerra Mundial. Las lavadoras llegan para liberar a las mujeres de la tediosa y cansada labor de lavar ropa. En la misma época, William Hoover —de ahí que muchos ingleses llamen Hoover a la aspiradora— creó este otro invento que succiona polvo y otras partículas de suciedad (como los pelos de mis gatos).
Benditos y santificados sean los creadores de estos dispositivos porque, gracias a ellos, yo pude liberarme del cansancio y tener más tiempo para mí.
La mitad de mi problema estaba resuelto. El destino hizo el resto. Los designios del creador son infinitos. En una tarde de total ociosidad me topé con el Satisfyer Pro, que, oh coincidencia, también succiona. Este pequeñito tiene 11 niveles de succión que me llevan a la gloria y me dejan sin aliento por un buen rato, cosa que hasta ahora no ha hecho mi aspiradora.
La pandemia sigue y cada día trae su propio afán, pero ahora tengo tiempo para mí y me lo gozo que es una delicia. La serotonina y las endorfinas bailan alegres, celebrando la dicha de estar viva.
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