La batalla estaba perdida desde hacía mucho tiempo. La gangrena de poder y de corrupción había carcomido el cuerpo del rey, que falleció una mañana cuando el otoño apenas se preparaba para empezar. Semanas antes, su cuerpo había empezado a emitir fétidos humores que eran perceptibles a metros de distancia, y los nobles que lo rodeaban se veían obligados a ignorarlo bajo pena de ser enviados al calabozo o peor. Todos le rendían pleitesía al hombre que había gobernado con absolutismo, temor y lujos por más de 70 años.
El reinado de Luis XIV fue uno de poder ilimitado para él, de goces y fiestas para su nobleza, de joyas, riqueza y esplendor para sus concubinas, pero también de miseria para los miles de soldados que murieron en las guerras y de hambre inmisericorde para los artesanos y los campesinos, que morían de hambre a la vera del palacio.
La salud del rey comenzó a agravarse meses antes, cuando los primeros olores de su corrupta enfermedad empezaron a ser olfateados por sus favoritos. Para el resto de las almas, el rey siempre había estado enfermo: su enfermedad era la sed de poder absoluto y el carácter indomable y altanero del que se había servido para violar la ley no en una, sino en muchas ocasiones.
Cuando los campesinos nos enteramos de su enfermedad, nos sentimos aliviados. Sabíamos que el rey moriría y, aun sin saber en qué momento caería, esperábamos la noticia con ansias. ¡Es que el hambre y la miseria que se acumulaban no nos permitían otro sentimiento por nuestro amado soberano! Los indicios de su gangrena eran claros: su cuerpo estaba corrompido por una enfermedad de corrupción absoluta que le había permitido asirse del poder por muchos años y que ahora le estaba pasando la factura. Un antiguo sabio nos explicaba que la corrupción tenía que ver, en su sentido original, con los cuerpos vivos, que pueden ser descompuestos en partes y que, por tanto, por extensión, corrompen las instituciones. De esta manera, nuestros campos y cultivos estaban tan corrompidos como la gangrena que consumía el cuerpo del rey.
El Rey Sol de Francia falleció el 1 de septiembre de 1715 luego de una lenta batalla contra la gangrena. De la misma manera, en Guatemala estamos viviendo la muerte de la carrera política de quien se creyese el rey del palacio de la loba por más de 20 años de gobierno sin control o fiscalización. Su corrupción le está pasando la factura como una gangrena que infectó su sistema político y de alianzas. Tal como Iván Velásquez indicó hace un par de meses, el pecado original del sistema político guatemalteco es el financiamiento ilícito de las campañas electorales. El rey cayó víctima de su propio sistema, gracias al cual fue elegido presidente una vez y alcalde en muchas ocasiones.
Junto con él caerán muchos nobles, pues el uso de fondos públicos y privados para el financiamiento ilícito de campañas enriqueció con millones de quetzales a una clase política que se sentía intocable en Guatemala. Estamos viviendo los últimos días y meses de una nobleza política que, como la gangrena que consumió al Rey Sol, los consume ahora a ellos. Solo quienes estamos libres de esa corrupción podremos seguir luchando con la frente en alto por construir una nueva Guatemala.
En su lecho de muerte, el Rey Sol confesó sus faltas, dijo que lamentaba «haber amado demasiado la guerra y los gastos excesivos e innecesarios» y les pidió a sus descendientes que no lo imitaran. Sus herederos gobernaron por 75 años más, hasta que la Revolución francesa acabó con el último de los reyes y la cabeza de este pasó por la guillotina. Ojalá que en nuestra Guatemala logremos llevar más pronto a los tribunales a la nobleza que abusó de la autoridad que se le confió y que la justicia sea como una guillotina para todos aquellos que violaron nuestra Constitución y nuestras leyes.
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