Siempre he visto como perniciosa la prédica del Movimiento Cívico Nacional (MCN), esa estridente mixtura de populismo, libertarismo y elitismo que vocean su presidente y Gloria Álvarez, su cara mediática. Y estoy siendo generoso al no llamarlo neofascismo tropical.
Partiendo del prejuicio político que confieso, es difícil no regodearse a costa del MCN. El revés de Arenas —quien resultó tan severo en denunciar la corrupción de otros como generoso en excusar su propia laxitud ética— es la materia con que se construyen los mejores memes. Y, sí, he reenviado más de uno.
Sin embargo, esto es demasiado fácil. Fácil porque permite poner una distancia que no existe en la práctica entre los individuos y las agendas que promueven. En un plano serio lo ha hecho un analista que aprecio, quien ha recomendado que Arenas se aparte del MCN para no dañar la organización. Funcionaría si, al separarse Arenas de la entidad, esta pudiera tener vida y voluntad institucional propias. Pero no alcanza si, como sospecho, la organización es apenas un canal por el que fluye la agenda de su líder y de sus cuestionables megafinanciadores.
Más problemático es el hecho de que patear a Arenas ahora que está en el suelo es insuficiente porque deja intacta la dinámica que lo elevó en primera instancia. Una primera parte de esa dinámica es el financiamiento lícito que le permite dedicarse al activismo (y que, dicho sea de paso, hace tan cuestionable el insulto de vividores que la élite económica empuña como arma arrojadiza contra campesinos, líderes de oenegés y otros que no son de su agrado). Los financiadores lícitos del MCN harían bien en preguntarse por qué apoyan con tanto dinero y de forma tan exclusiva al mismo caballo radical de derecha. Especialmente habiendo otra gente —de derecha, centro e izquierda— que igualmente promueve agendas de anticorrupción. Especialmente cuando a la vez incluso denuncian y debilitan a otras entidades del espectro de la anticorrupción. Aunque tengan buenas intenciones, esos ciudadanos con dinero y poder no han entendido que así, fortaleciendo un solo lado de la ecuación, el lado más radical y reaccionario, no se construye democracia.
Finalmente está la parte de esa dinámica que pone la ciudadanía más amplia. Quedarse en el insulto a Arenas y al MCN es perder de vista que aquí todo empezó con la relación entre un actor y su audiencia. Rodrigo Arenas montó una tarima literal para denunciar injustamente a Colom por la muerte de Rosenberg y figurada con el MCN desde entonces. Al hacerlo encontró un público ávido de escuchar y aupar su prédica de cizaña. Esta es la relación que usted y yo, ciudadanos, necesitamos cuestionar. Esta es la relación que muy especialmente necesita cuestionar quien hasta aquí se haya considerado afín al MCN.
Una cosa es que haya quien pague al MCN por resistirse al pluralismo jurídico o por lanzar consignas de un libertarismo tóxico e hipócrita. O que pague por ofuscar el hecho de que la corrupción es un tango para dos: funcionario corrupto y empresario corruptor. Peor aún, que pague para que los voceros del MCN inventen culpables entre los pobres, cuando no son sino víctimas de expolio.
Pero otra cosa muy distinta es que los ciudadanos acepten esa prédica. Porque estos ciudadanos también son mestizos, incluso indígenas, aunque lo oculten o se nieguen a sí mismos. Estos ciudadanos también conocen corruptores y han sido sus víctimas. Estos ciudadanos saben perfectamente que todos los pobres que conocen personalmente trabajan duro. Pero aún así han dejado que otro les diga que el problema son los pobres por perezosos.
Así que bien por la justicia en Guatemala, que sigue demostrando que nadie debe estar por encima de la ley. Pero de aquí no podemos salir contentos con el linchamiento político y mediático de Rodrigo Arenas, aunque se lo haya buscado él mismo. Aquí urge revisar nuestros propios valores. Cuestionar y descartar esas patrañas que hemos mamado y amado durante 40, 60, ¡100 años! No, la élite empresarial no es necesariamente buena. No, los pobres no lo son porque quieren. No, los indígenas no son el problema (son ciudadanos y son gente). No, los libertarios no tienen razón. No, la libre empresa no es suficiente (hace falta también Estado). El que predica las patrañas podrá ser un bribón. Eso ya lo determinarán el Ministerio Público y las cortes. Pero el que las siga creyendo se arriesga a ser un bobo.
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