Según esta organización, «los puntajes de CI generalmente reflejan la calidad de la educación y los recursos disponibles para las personas en su región geográfica local. Las áreas del mundo con puntajes de CI más bajos suelen ser más pobres y menos desarrolladas, particularmente en el área de la educación, en comparación con los países con puntajes de CI más altos».
Si bien existen otros criterios para medir los distintos tipos de inteligencia, Guatemala confirma que los puntajes de CI reflejan la calidad de la educación y de los recursos educativos disponibles en la región. Este deshonroso último lugar a nivel continental y antepenúltimo a nivel mundial es únicamente una radiografía de las carencias en este país de la eterna desigualdad y del presidente mejor pagado.
Nuestra educación pública es deplorable. No siempre fue así: hubo buenos momentos en la formación de estudiantes en el país, pero eso solo pervive en los recuerdos de antaño. Personalmente, conozco a buenos docentes, pero puedo decir, sin temor a equivocarme, que la mayoría de los maestros de las nuevas generaciones no dominan siquiera un poco de ortografía, matemáticas básicas, lectura, geografía o historia nacional. Si consideramos la efectividad del año escolar sin los días de asueto y le restamos los días dedicados a ensayar actos para actividades cívicas y desfiles, celebraciones, ensayos, además de los dedicados a hacer trabajos manuales, nos quedamos con muy pocos días para aprender lo que los malos maestros no pueden enseñar.
Durante la pandemia, esta situación solamente empeoró. Por ejemplo, veo a los alumnos de escuelas públicas pidiendo prestado un dispositivo móvil para hacer las tareas que les llegan por chat sin ninguna explicación y limitándose a transcribirlas a su cuaderno. Conversando con un amigo que vive en España, él me comentaba que las escuelas de allá eliminaron la modalidad de clases por internet porque «acentuaba la desigualdad de oportunidades». ¡Imagínese usted! Y estamos hablando de un país en otro orden en desarrollo. Por si esto fuera poco, pese a que su líder magisterial ofreció clases después de la vacunación, en algunas escuelas no dieron clases este año y en las que sí dieron fueron durante menos de ocho días.
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Si hablamos de la escasez de oportunidades y de la falta de recursos, de mi parte puedo contarles que conozco becados que, pese a estar preparados para pasar las pruebas de los exámenes específicos para ingresar al Centro Universitario del Norte de la Universidad de San Carlos de Guatemala, pasan años y obtienen resultado «insatisfactorio» en las pruebas. Julieta, una jovencita de mi comunidad, angustiada por no haber logrado ingresar durante tres años seguidos, decidió buscar apoyo en grupos de Facebook. Encontró cientos de jóvenes con el mismo problema. En uno publicaron las fechas de examen en un centro universitario de la misma casa de estudios, pero en otra región. Sin pensarlo, ella aplicó a la misma prueba y logró ingresar a la primera oportunidad.
Esta experiencia no hizo más que desnudar una realidad que me deja desilusionada. Cualquier joven que desee superarse deberá echarlo a la suerte. No basta con superar la desnutrición, con conseguir los recursos económicos y con buscar complementar la mediocre educación que se ha venido recibiendo, sino que además hay que mantener una actitud positiva ante una farsa de exámenes de admisión que no dan ningún chance, pero sí mucha frustración.
Además, hay casos como el de Wilson Vásquez, quien con sacrificio cerró carrera en 2019 cumpliendo cada uno de los requisitos exigidos por la Escuela Nacional de Enfermería y de la USAC. Fue solo gracias a la intervención del diputado Aldo Dávila que dos años después él logró examinarse y graduarse. Hace cinco días, este viernes 26 de noviembre, viajó a la ciudad a traer su título y al día siguiente falleció en un trágico accidente. Lució el título sobre el ataúd. Como dicen sus compañeros, le robaron dos años de oportunidades y le frustraron los sueños a la familia entera.
En definitiva, ese pésimo lugar en educación tristemente lo tenemos bien merecido.
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