Aunque cada año las entidades públicas organizan actos para conmemorar la independencia de nuestro país y una que otra empresa del sector privado emite anuncios alusivos a la ocasión, además de que establecimientos educativos sacan a marchar al alumnado para emular a los planteles castrenses y ahora algunos ofrecen coreografías con éxitos musicales, la celebración del 15 de septiembre no alcanza los niveles de intensidad de otras latitudes.
Es preciso mencionar que el 15 de septiembre de 1821 se suscribió el Acta de Independencia de Centroamérica, paso con el que Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica rompieron los vínculos de sumisión con España que se asentaban en la Capitanía General.
Tal emancipación fue bastante particular. Primero: la encabezaron autoridades que habían velado por los intereses de la Corona. Segundo: además de las referidas, la integraron diputados, clérigos, universitarios y comerciantes criollos. Tercero: la desvinculación se logró «sin choque sangriento», a diferencia del sello bélico en el resto del entorno hemisférico, en donde la fuerza de las armas y el valor del combate marcaron las gestas liberadoras. Cuarto: tres meses y días después de haberse independizado de España, los impulsores acordaron que el territorio se anexara a México.
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Respecto de lo suscitado a las 9:35 horas de la mañana del 15 de septiembre de 1821, resulta ilustrativo lo plasmado en el numeral que abre el documento firmado: «Que, siendo la independencia del gobierno español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el señor jefe político la mande publicar, para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo». Más claro, ni el agua.
Vale destacar que, más que el 15 de septiembre de 1821, cuando se cambió para que nada cambiara, la fecha significativa debería ser el 1 de julio de 1823. Lo anterior porque los movimientos políticos de la época derivaron en que se promulgara el decreto que estableció la absoluta independencia del área, no solo de España y México, sino de cualquier otra nación que quisiera gobernarla, tomando a partir de ese momento el nombre de Provincias Unidas del Centro de América.
Por cierto, los otros 77 años del siglo XIX trajeron que la unidad se fuera fraccionando y en cada nuevo espacio se acomodaron las expresiones dominantes. En el caso de Guatemala, la discriminación, la apropiación y otras manifestaciones de la injusticia social afloraron. En esa línea, lo desangelado del 15 de septiembre tiene antecedentes en los momentos descritos.
De cualquier manera, Guatemala hoy es constituida por 18 millones de personas que deben sentir los 108,889 kilómetros cuadrados de que son parte. Ese sentimiento no debe limitarse a cuando las y los deportistas ponen en alto el azul y blanco o, menos, cuando los manejos comerciales crean competencias de canto en las que cada voto lleva la erogación de pagos por mensajes telefónicos.
Guatemala debe asimilarse y quererse por las fortalezas que aportan su calidad multilingüe, plurinacional y multiétnica, con base en las cuales se deben generar beneficios para crecer y desarrollarse en los distintos ámbitos que mueven a una sociedad. Como la identidad nacional debe estar por encima de expresiones que, antes de lo nuestro, privilegian lo foráneo, es fundamental romper prácticas malinchistas y evaluar para corregir los yerros históricos.
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