A lo largo de mi vida he visto varios diálogos a nivel nacional. Me he percatado de que, independientemente de los temas tratados, lo que usualmente ocurre es un diálogo en el que los involucrados buscan protagonismo, es decir, demostrar que saben más que los otros y así humillar a sus contendientes, amenazarlos sutil o descaradamente. En suma, lo que menos se realiza es precisamente un diálogo.
Reconozco que me siento escéptica ante esta convocatoria de Jimmy Morales. Sobre todo porque ni siquiera han pasado seis meses de su mandato y él no solo ha demostrado ya su poca capacidad para escuchar las buenas sugerencias, sino que está asumiendo el papel para el que fue elegido no como el de un estadista, sino como si esta fuera una comedia más y él un personaje-presidente, todo válido como una ficción. Nosotros, al fondo, según él, somos su gran público. No obstante, como ciudadana preocupada por los derroteros que está tomando este país, me gustaría que quienes participan activamente en el diálogo tuvieran en cuenta algunas consideraciones que, de pronto, podrían contribuir a que este sí sea efectivo.
En primer lugar, se debe alcanzar una participación realmente amplia. El objetivo es que cada uno de los sectores que conforman la sociedad tenga la oportunidad no solo de participar, sino también de exponer sus necesidades particulares. Se debe tener en cuenta, en particular, la participación de aquellos que reciben de manera directa las consecuencias negativas de las medidas a adoptar. Debería existir un interés real por buscar la forma más rápida y efectiva de subsanar tanto las cuestiones urgentes como aquellas que aseguran la posibilidad de seguir existiendo en el futuro.
En segundo término —y considero que esta es una cuestión de carácter fundamental—, quiero pedir a quienes participen que piensen, hablen y actúen teniendo como prioridad el presente y el futuro de Guatemala, y no la satisfacción ni de sus intereses personales ni de los de su grupo. En buena medida, el hecho de haber actuado así en el pasado es la razón por la cual hoy como país nos encontramos en la grave situación en que estamos.
Asimismo, considero que las autoridades de turno deben recordar que solo son funcionarios públicos, que el poder que actualmente ostentan es temporal y, sobre todo, que fueron elegidos por la mayoría del pueblo (y no por las élites) para que velen precisamente por los intereses de esa mayoría. No pueden olvidar que eventualmente tendrán que rendir cuentas por las medidas equivocadas.
Finalmente manifiesto mi deseo de que quienes formen parte de este diálogo, ya sea como oradores, como ideólogos, como analistas o como meros observadores, mantengan siempre una postura de respeto, conciliación, tolerancia y comprensión hacia quienes no piensen ni sientan como ellos. En estos momentos se deben trascender posturas y pensamientos personales o grupales que suelen llevar a diálogos fallidos. Debe privar la idea del bien común, tan necesaria para nuestra subsistencia como sociedad. Las rivalidades de cualquier índole solo son expresiones de la intolerancia y el dogmatismo, que no comulgan con la necesidad de llegar a los acuerdos nacionales urgentes que tanto necesitamos.
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