En el año 2003 pasé alrededor de cinco meses colaborando con Manolo Maquieira, S. J., en el Proyecto Educativo Laboral Puente Belice. Más que hacer o proponer actividades, mi labor fue la de acompañar procesos ya iniciados en niños y adolescentes valientes que decidieron no abandonar la escuela y luchar por mantenerse en un trabajo digno.
Durante ese poco tiempo entendí, tanto por el testimonio de Manolo (español de nacimiento, guatemalteco de corazón) como por el de los voluntarios que ofrecían sus capacidades y su tiempo, que para transformar Guatemala se requiere cambiar una vida a la vez.
«Imaginar un futuro distinto», era una de las ideas fuerza del proyecto, en el cual se les ofrecía al niño y al adolescente las condiciones que les permitieran construir un proyecto de vida que incluyera cursar una carrera universitaria.
Cada día se vivía con sus propias alegrías: un cumpleaños, una celebración del Día de la Madre, un almuerzo comunitario en la casa de Manolo, felicitar a alguien por sus buenas calificaciones… En fin, alegrarse de que al menos ese día no había sido asesinado ningún miembro del grupo, familiar o conocido.
En ocasiones, lamentablemente, ocurrían episodios o momentos de gran tristeza y frustración. Escribiendo estas líneas recuerdo una escena: llegó un pandillero y (con pena y temor) le contó a Manolo que su pandilla había decidido violar a 10 jóvenes del proyecto. Manolo se levantó de la silla de plástico y le gritó: «Si ustedes empiezan a violar, voy a buscarlos y los llevo a la Policía. Yo sé dónde vive cada uno de ustedes, ¡hijos de puta!». Unas semanas después, un día domingo, antes de que saliera la luz del sol, tocaron a la puerta de la casa de Manolo. Era una de las jóvenes y acababa de ser violada.
Al finalizar mi corta presencia en el proyecto, por amigos me fui enterando de los pequeños-grandes avances: que les habían donado diez computadoras, que gracias a donativos habían logrado alquilar una casa más grande donde impartir las clases, que la universidad Landívar ofrecía un terreno con más seguridad y mejores condiciones, que a pesar de la entrega y el trabajo desinteresados ahora sí podrían pagarle a uno que otro profesor o administrativo, etc.
Manolo falleció en su casa, en el proyecto, de un infarto en octubre de 2006. El proyecto continúa y, conforme pasan los meses, se hace más fuerte con la ayuda de voluntarios, educadores y profesionales de buena voluntad.
He aprovechado esta ocasión para recordar el trabajo en el proyecto, pues una vez más los guatemaltecos estamos desconcertados y frustrados por la forma como unos pandilleros acabaron con la vida de Ángel Escalante, un niño de 12 años que fue lanzado del puente Belice por negarse a asesinar a un piloto.
A Manolo nunca le ofrecieron ayuda los políticos. Y la única vez que uno de ellos hizo el intento, la intención era aprovecharse más que colaborar real y efectivamente.
Estoy seguro de que, ante este condenable acontecimiento, ni el presidente ni los políticos ni mucho menos los candidatos que se dicen preocupados por Guatemala tendrán la delicadeza de preguntar cómo pueden ayudar para mejorar de forma integral las condiciones de vida que circundan a niños como Ángel, pues, al enterarse de que no recibirán dinero a cambio y de que no saldrán favorecidos con aplausos y fotografías con niños en brazos, no se verá ni la sombra de nuestros queridos servidores públicos ladrones, que al ser partícipes de la corrupción también son asesinos.
De cualquier modo, Manolo no hubiese aceptado la presencia dañina de ninguno de ellos, pues siempre procuraba rodearse de gente honesta para intentar cada día cambiar una vida a la vez.
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