Desde Roma, llegar a ella toma cuatro horas y media en auto. El paisaje es hermoso, por supuesto. Pero esta vez la belleza no está en el trayecto, sino en el destino. Porque Matera es una de las ciudades más antiguas del mundo. De hecho, los registros históricos y arqueológicos indican que fue uno de los primeros asentamientos humanos de Italia y que data del Paleolítico.
Se la conoce internacionalmente como «i Sassi di Matera» (las piedras de Matera), por ser pueblos antiquísimos construidos en roca. Unas 1 500 cavernas en un empinado barranco, sistemas subterráneos de cisternas para recolección, almacenamiento y distribución de agua, pinturas rupestres, iglesias, cementerios, frescos bizantinos, monasterios y modestísimas cuevas-viviendas, literalmente montadas unas sobre otras, alguna vez habitadas por artesanos, campesinos y monjes.
A mediados del siglo pasado (1945), Carlo Levi la hizo famosa al publicar el libro Cristo se detuvo en Eboli y poner en evidencia la «belleza trágica» (sic) de Matera. Mezcla de historia milenaria y marginación, pobreza y mortalidad infantil, arte y hacinamiento, animales y humanos conviviendo dentro de las mismas casas. En una palabra, abandono.
A la ciudad se la conoció entonces como «la vergüenza de Italia», y el Gobierno puso en marcha un programa de evacuación y reubicación total de la población. Eran los años de la posguerra y del Plan Marshall, cuando la inversión pública era el instrumento por excelencia para el cambio estructural. No todos los esfuerzos fueron exitosos, pero ciertamente detonaron un proceso de transformación que se volvió irreversible.
Los habitantes de Matera, los más viejos sobre todo, recuerdan mucho el sentido de comunidad que los unía. Y es natural: ante la necesidad extrema, la solidaridad se extrema. Algo que temporalmente se perdió con la desocupación de los sassi.
En los años 1960 y 70, varios grupos de vecinos jóvenes comenzaron tímidamente a pensar en formas de retornar al sitio y recuperarlo. Su sitio. Su espacio. Y poco a poco fueron ganándole terreno al abandono. En los años 1980 se hizo un nuevo esfuerzo, esta vez sumando fondos e incentivos públicos a diferentes iniciativas de una población ya convencida y emprendiendo acciones para recuperar el valor histórico de su ciudad.
En 1993 fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, que la llamó «el más destacado ejemplo intacto de un asentamiento troglodita en la región mediterránea, perfectamente adaptado a su terreno y ecosistema». Y en octubre de 2014 Matera fue declarada capital europea de la cultura 2019.
Hoy en día se puede ver el cambio de marea. Los sassi poco a poco van repoblándose de emprendimientos (cafés, albergues y talleres de artesanos, entre otros) que dinamizan la economía local y generan prosperidad. Pero lo más importante es que se han revalorizado la ciudad y el sentido de pertenencia de sus habitantes.
Al salir recordé la tesis del libro Por qué fracasan las naciones. Y me di cuenta de que justamente allí, en Matera, hay una historia de reconversión y cambio que hay que contar. Mezcla de acción colectiva e inversión pública. De emprendimiento y revaloración de un pasado que devuelve identidad y sentido de pertenencia. Muestra viva de que el curso de la historia se puede cambiar (¡y en muy corto plazo, además!). Parece que no es cierto que estemos fatalmente condenados al determinismo de instituciones y vicios de otros tiempos. ¡Auguri, Matera!
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