Nos situamos primero en Beirut, capital de Líbano, una ciudad árabe cosmopolita en el mar Mediterráneo. Entre muchas otras cosas, Beirut es también uno de los principales centros económicos y financieros (semiestables) de Oriente Medio y una ciudad donde prácticamente todos los hogares tienen empleadas domésticas. Quienes trabajan en este sector laboral son, en su mayoría, mujeres migrantes provenientes de Filipinas, Etiopía y Sri Lanka. Las estimaciones indican que estas migrantes son aproximadamente 200 000 mujeres que ganan alrededor de $200 por mes y que casi el 80 % están asociadas a una empresa que recluta mujeres jóvenes en sus países de origen[1].
Según algunos informes, las empleadas domésticas filipinas, etíopes y esrilanquesas tienen que pagar hasta $3 000 a las empresas para ser reclutadas. Desde su llegada al aeropuerto libanés, estas mujeres son apartadas del resto de viajeros: solo pueden ser recogidas por sus empleadores o por representantes de las empresas de reclutamiento. Los abusos en el lugar de trabajo son constantes y las libertades pocas, fenómeno reforzado por el hecho de que las trabajadoras viven en el lugar de trabajo. Si bien en los últimos años las migrantes trabajadoras domésticas se han organizado (y hasta han creado un sindicato) y el Gobierno libanés incluso ha decretado un contrato unificado para el trabajo doméstico (que limita este a 10 horas al día y obliga al empleador a dar un día libre a la semana), la sociedad libanesa continúa teniendo una percepción negativa de estas mujeres, la cual se explica muchas veces en la xenofobia y el racismo: la misma razón que explica por qué las migrantes filipinas son mejor vistas que las etíopes y las esrilanquesas[2].
Situémonos ahora en Guatemala, ciudad del caos mesoamericano. Esta vez, también un centro económico y financiero importante de la región y un lugar donde también muchos hogares tienen empleadas domésticas. Se calcula que las empleadas domésticas en la ciudad de Guatemala son alrededor de 200 000 y que más del 75 % son menores de edad. Se calcula que, del total, el 92 % no son del área metropolitana, sino de los departamentos más pobres del área rural. Antes de llegar a trabajar a la ciudad como empleadas domésticas, muchas son reclutadas por empresas o por personas dedicadas a la obtención de mano de obra para este sector laboral. Muchas veces ellas tienen que pagar para ser reclutadas y posteriormente reciben salarios que rondan entre los $150 y $200 por mes. Estas mujeres son, en otros términos, migrantes internas, de las cuales se estima que el 80 % son indígenas del altiplano central y occidental (en realidad son pocas las que vienen del oriente o del Petén).
Como es de nuestro conocimiento, las empleadas domésticas de Guatemala son vulnerables a abusos en el lugar de trabajo y los conflictos entre empleador y empleada son constantes. Al igual que con las trabajadoras domésticas filipinas en Líbano, nos encontramos con el fenómeno de que las empleadas domésticas de Guatemala muchas veces viven en el lugar de trabajo. Como bien lo indica la antropóloga Manuela Camus, muchas de las mujeres indígenas venidas del área rural para laborar en este sector aprovechan que viven en el lugar de trabajo para ahorrar en alquileres, pues muchas veces solo alquilan un cuarto por una noche para dormir en su día de descanso. Si bien esto las ayuda a ahorrar, vivir en el lugar de trabajo también las expone a otros tipos de abusos (que pueden llegar a violaciones), lo cual crea una atmósfera conflictiva inevitable[3].
Ambos casos son muy parecidos, y la labor etnológica (comparativa) nos obliga a enfatizar varios aspectos. Uno de los más importantes es que ambos casos se justifican en la ilegalidad. En ambos países estos son sectores económicos informales, razón por la cual las trabajadoras se ven aún más vulnerables ante los abusos en el lugar de trabajo. Luego, es necesario reparar en el abuso laboral desde el racismo: en ambos casos los prejuicios creados a partir de bases fenotípicas refuerzan la conflictividad empleador-empleada y justifican el punto de vista de quien comete el abuso. Por último, se hace evidente la necesidad investigativa: una diferencia primordial entre ambos casos es la información generada y el acceso a esta. Mientras en Beirut varias organizaciones como Caritas y la academia franco-libanesa ya han trabajado en el tema, en Guatemala aún se necesita un diagnóstico y un análisis mucho más profundos de la realidad de las trabajadoras domésticas. Generar conocimiento en este tema debe ser tenido en consideración por la academia y por los organismos públicos, privados e internacionales.
Rótulo en el vestíbulo del aeropuerto internacional de Líbano que reza: «Zona de espera para empleadas domésticas». Fuente: Assaf Dahdah (2012).
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[1] Dahdah, Assaf (2012). «Chapitre 1. La domesticité internationale au Liban. États des lieux». En L’art du faible. Francia: Presse de l’IPO. Págs. 45-91.
[2] Ibídem.
[3] Camus, Manuela (2002). Ser indígena en la ciudad de Guatemala. Guatemala: Flacso.
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