Desde hace un tiempo se ha soltado la consigna de que, si se aprueba la reforma constitucional, Guatemala se convertirá en un país como Venezuela. Como es de esperarse, a personas que pertenecen a círculos de cierto nivel económico les ha generado preocupación, especialmente por la falta de información, de conocimiento mínimo, de cultura general y, sobre todo, de sentido crítico.
Considero que la comparación, además de burda, es irrespetuosa, especialmente cuando dicho país es escenari...
Desde hace un tiempo se ha soltado la consigna de que, si se aprueba la reforma constitucional, Guatemala se convertirá en un país como Venezuela. Como es de esperarse, a personas que pertenecen a círculos de cierto nivel económico les ha generado preocupación, especialmente por la falta de información, de conocimiento mínimo, de cultura general y, sobre todo, de sentido crítico.
Considero que la comparación, además de burda, es irrespetuosa, especialmente cuando dicho país es escenario de una serie de situaciones difíciles y enfrenta una profunda debilidad institucional, así como una polarización que no ha hecho otra cosa que poner en peligro a su misma población.
No obstante, el tema no es Venezuela. Acá el tema es la construcción y la utilización de dicho discurso para generar miedo, incluso pánico, pero sobre todo para generar desinformación. Crear y diseminar una corriente de opinión pública de esa naturaleza no hace más que develar lo vil y miope que puede llegar a ser cierta clase de personas.
Y es que hay una razón de fondo que niegan. No quieren que el sistema de justicia cambie, pues desean que Guatemala siga siendo la misma, donde la impunidad siempre alcance niveles de excepcionalidad debido al secuestro de la justicia. El tema es que en este país la impunidad favorece única y exclusivamente a unos cuantos, mientras que las grandes mayorías se encuentran ante la indefensión de un sistema que no garantiza las libertades fundamentales.
Querer que la justicia no cambie es desear que continúe el sistema de corrupción, que ha llegado hasta la médula del sistema público. Durante muchos años quienes se oponen a las reformas han gozado de las prebendas y los privilegios. No quieren que cambien las reglas del juego, pues les conviene que siga existiendo un sistema en el que la compra de voluntades sea la norma de la cultura burocrática. Además, no quieren que la justicia cambie, pues quieren continuar evadiendo impuestos de manera descarada y cínica.
Pero es que también los ofende que un sistema de justicia tenga la posibilidad de meter a la cárcel a cuanto asesino y genocida ha habido en este país. Eso los saca de sus casillas. Eso va contra su lógica de un país del que siempre se han servido y del cual han mamado como al pie de la vaca. Lo que pasa es que la vaca ya está raquítica y a punto de morir.
No es que se llegue a ser como Venezuela. Para nada. Lo que pasa es que no tienen la valentía de aceptar que quieren seguir siendo corruptos, impunes, evasores de impuestos, y, sobre todo, solapar con todo descaro a asesinos y genocidas.
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