Después de darle vueltas, tiene una idea que la emociona mucho. El plan es invitar a la maestra “a algo” durante la hora del recreo. Así que va con la maestra y le comparte la idea. La niña es una de las mejores estudiantes del salón. La niña es una de las preferidas de la maestra.
La maestra se sorprende, no tanto por la invitación, como por la capacidad adquisitiva recién adquirida de la niña. Realmente se sorprendería de la de cualquiera de sus alumnos. La maestra le pregunta a la niña por el origen del dinero. Me lo regaló…, le contesta. Esta otra niña está en otro salón. No son de la misma edad. Esta otra va un par de años adelante y ya los pasos de la adolescencia empiezan a aparecer tras el horizonte de lo que será su vida en alguna barriada de esta ciudad.
La maestra le pregunta de dónde obtuvo el dinero y por qué razón se lo regaló a la niña. La otra niña le contesta de forma lacónica: los que me la encargaron. La niña regresa con una golosina de la tienda y se lo da. La maestra lo acepta y no indaga más. El bullicio de la hora de recreo, que apenas empieza en una escuela pública, aumenta hasta sustituir por completo el acostumbrado y tranquilo paisaje sonoro.
La maestra se sienta, destapa la bolsita de papel platinado e intenta digerir la información que acaba de recibir. Pero le cuesta. Ella viene acá solo durante el día, y tal parece que para entender a profundidad un lugar como éste, hace falta también pasar la noche. Muchas noches. También piensa en el hermano de otro de sus estudiantes. Un recuerdo causado por esos juegos de la memoria. Asociaciones memorísticas, que le llaman.
Este adolescente la esperó alguna vez cuando terminó la jornada de clases y la acompañó el par de cuadras hasta la parada del bus. Él quería hablarle de su hermano pequeño, a quien ella le da clases. El niño tiene serios problemas de aprendizaje, de comportamiento, de socialización y cualquier otra definición de especialista en estos temas.
El asunto es que este adolescente ya sabe que, en su barrio, estos problemas escolares se arreglan platicando con la maestra. La charla y la caminata transcurrieron en los términos más amables y en apariencia, inofensivos. Tal como hablamos en esta parte del trópico. Que esperaba que su hermanito no perdiera el año y que no tuviera que abandonar la escuela como él. Que no lo soportaría. Que lo que más quería en la vida es que él sí pudiera seguir estudiando… A ella le quedó claro el asunto.
La maestra se termina la golosina. El ciclo escolar está a punto de clausurarse y tendrá un par de meses para replantearse su futuro. Una especie de placebo. Después de todo, esperar y soñar en mejores tiempos nunca estuvo prohibido. Por lo menos no literalmente
Pero es casi seguro que termine acá mismo. Es que, ¿opciones para trabajar en otra cosa para un maestro? Sólo que sea en un call center, o de cajera en un supermercado, o de vendedora de tarjetas de crédito. O más bien, opciones para cualquiera que tenga alrededor de 20 años. Después de todo, es mejor estar acá con mis niños, se dice.
De algo está segura, ambos niños aprobarán y pasarán de grado. O por lo menos eso dirán los cuadros con las notas de fin de año que ya pronto debe entregar.
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