Pambach, un paraíso en la miseria
Pambach, un paraíso en la miseria
Pambach es una comunidad pocomchí, ubicada en la montañosa zona de Alta Verapaz, que esconde una terrorífica historia: la del día en que los hombres del pueblo fueron detenidos y asesinados. El hecho ocurrió hace 35 años, pero población sigue esperando respuestas y explicaciones: ¿por qué los atacaron? ¿Algún día se sabrá quiénes fueron los responsables?
Juana Calach trató de mantener cerrada la puerta de madera de su casa. La madrugada del 2 de junio de 1982, escuchó unos pasos que rodeaban su vivienda y presintió que le iban a tumbar la puerta. Entonces, sin pensar mucho, como suele suceder en las emergencias, se puso de pie y trató de echar toda su fuerza contra la puerta. La defendió todo lo que pudo, pero no fue suficiente y de un golpe fuerte se la derribaron. Un comando de soldados del Ejército ingresó y se llevó lo más preciado: a su hijo Miguel.
En su intento por defenderlo se fracturó una mano. No hubo médico que la enyesara, ni medicina que aliviara su dolor. Desde entonces, esa mano que nunca sanó, es un recordatorio constante del día en que su hijo y otros 71 hombres fueron llevados por la fuerza hacia la muerte. Les dijeron que los enlistarían en el Ejército, pero fue un engaño. Juana Calach encontró a su hijo muchos años después, entre las osamentas enterradas en la antigua sede militar de Cobán, Alta Verapaz, hoy conocida como el Comando Regional de Entrenamiento de Operaciones de Misiones de Paz, (Creompaz).
Tiene 79 años y es una de las ancianas que emitió su testimonio como anticipo de prueba en el caso conocido como Creompaz. En la antigua sede militar, fueron encontradas, enterradas en fosas clandestinas, poco más de 500 osamentas de víctimas del conflicto armado interno. En su idioma pocomchí y gracias a la traducción que hace su hijo Roberto, Juana Calach acepta a charlar unos minutos sobre su vida.
Es una mujer dada a los abrazos y las sonrisas. Anda descalza y sus pies llevan las marcas del lodo sobre el que siempre camina.
Mientras dos de sus hijos y dos pequeños nietos escuchan, Juana cuenta que Pambach, una aldea de Santa Cruz Verapaz, ha sido la tierra de sus ancestros. Ahí nacieron sus abuelos, sus padres, ella, sus hijos y ahora, sus nietos. Cinco generaciones en esa espléndida zona montañosa. Esa raíz profunda que echó su familia, la detuvo de huir luego de la incursión militar del 1982.
De haberse ido, habrían perdido la única tierra que tenían para sembrar y vivir. En aquella fecha, los terrenos eran propiedad privada. Con el paso del tiempo el propietario le otorgó dos manzanas a cada habitante.
En el pueblo hay varias viviendas con acceso a energía eléctrica. Los que están a la orilla del camino tienen el privilegio de tener televisión por cable. Otros, como doña Juana, viven con un foco de luz. Pero ninguno paga un recibo de energía. Hace unos años, ante los cobros excesivos, según afirman, decidieron unirse a la lucha del Comité de Desarrollo Campesino (Codeca) para la nacionalización de la energía eléctrica. Y, mientras esa sea la consigna, tienen servicio, pero no lo pagan.
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Todas las casas están rodeadas de animales de patio, vacas y siembras. Maíz, tomate, maicillo, coliflor, entre otras verduras y hortalizas. La producción, en algunas familias, alcanza para cubrir la subsistencia y la venta. Doña Juana depende de sus hijos para tener unos sacos de maíz al año para su subsistencia. Vive sola y se sostiene, adicionalmente, con los Q400 del aporte al adulto mayor que ofrece el Estado. Roberto ayudó a varios ancianos, como su madre, a que completaran la documentación legal para exigir el beneficio económico.
El maíz y ese dinero son los únicos ingresos que tiene doña Juana. Su casa es un pequeño refugio de tabla, con piso de tierra y una cama de madera en la que tiende cada noche un petate para dormir. La dureza de su lecho es la analogía perfecta para explicar cómo ha sido su vida.
Como la mayoría de viviendas, la suya posee dos tinacos de agua que recibieron como donación de un proyecto internacional, en los que se recolecta el agua de lluvia y del sereno nocturno. Esa es la única fuente de agua limpia a la que tienen acceso. En época de sequía todos deben recorrer largas distancias para conseguir un poco de agua en cualquiera de los 10 nacimientos que hay en la montaña.
Nancy Ical, una joven enfermera que se encarga de la jefatura del Centro de Salud de la comunidad, asegura que el agua es una de las causas principales por las que se enferma la población. Infecciones respiratorias, gastrointestinales y pulmonías, son los tres males que se tratan en el lugar. El Ministerio de Salud elevó de categoría este año a ese Centro de Salud, para que se ocupara de atender las necesidades de ocho aldeas vecinas con una población de 4, 512 personas, aunque mantiene las mismas instalaciones de un centro de convergencia.
En 2008, doña Juana recibió un resarcimiento económico de Q24 mil del Programa Nacional de Resarcimiento (PNR), como muchos otros en el pueblo. Ella resolvió que el dinero sería la única herencia que podría repartir entre los hijos y así se le desvaneció el dinero. Dejó un poco para unos gastos personales, como ropa, y se acabó.
El dinero ni siquiera pudo alcanzar para atender enfermedades propias de la edad. Ni para resolver problemas viejos, como la fractura no atendida en la mano izquierda.
En 2012, cuatro años después de recibir la compensación estatal, se confirmó el hallazgo de las 564 osamentas en la antigua base militar de Cobán, ahora Creompaz. En aquel momento empezó el trabajo de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) para sacar los cuerpos y encontrar a sus deudos.
A doña Juana le entregaron los restos de su hijo en 2013. Ya lo enterró, al menos físicamente.
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Pambach es la imagen perfecta para una postal turística. Aunque, por supuesto, este no es un destino promovido por el INGUAT. La aldea está ubicada en una quebrada, tupida de altos pinos y diversa vegetación. De noviembre a enero, el clima es lluvioso. Y debido a que no hay carretera asfaltada, el ascenso de poco más de cinco kilómetros, se vuelve lodoso y complicado. Sin embargo, la vista es un privilegio, casi toda la ruta es un mirador.
En la comunidad viven 1,281 personas de la etnia pocomchí, distribuidas en alrededor de 200 familias. El frío y la lluvia de la temporada hacen que la mayoría de los habitantes permanezcan en su casa temprano en la tarde y hasta después del amanecer. Casi todas las casas son de tabla, lámina y piso de tierra.
Roberto Jalal Calach, es hijo de doña Juana y se ha convertido en un importante líder en su comunidad. Tiene 47 años, apenas había cumplido los 12 años cuando se llevaron a su hermano Miguel y a los otros hombres jóvenes y adultos.
Roberto es ahora padre de familia, agricultor y, por temporadas, empleado de una empresa de seguridad. Ha sido líder comunitario y concejal (por el extinto FRG de 2008 a 2012).
Es una persona activa y propositiva. Aunque ya no tiene un cargo en el pueblo, se encarga de coordinar ayuda para satisfacer varias necesidades. Tramitó la instalación de una torre de telefonía, porque estaban incomunicados. Promovió la pavimentación de algunas laderas empinadas que funcionan como pasos comunitarios y la construcción de tanques de captación en los 10 afluentes naturales del poblado.
Fue él también quien convenció a casi todo el pueblo para que entregaran sus muestras de ADN a la FAFG. Gracias a eso, se han identificado 44 osamentas de hombres del pueblo.
Al principio, la intención de Roberto y el resto de la población de Pambach, no era llevar el caso a los tribunales. Sino saber qué le había ocurrido a sus parientes. “No es que queramos la justicia, sino encontrar y saber que ya están muertos y ya no esperar más. Porque si no los encontramos de repente van a aparecer (vivos)”.
Un día antes de que se llevaran a los hombres de Pambach, el Ejército había irrumpido para quemar viviendas y detener a algunos pobladores. La mayoría de la población ni se metió y hasta sintió alivio de que los soldados hubieran hecho sus desmanes y se hubieran retirado.
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Por eso el 2 de junio nadie los esperaba.
Los sobrevivientes recuerdan que los militares los sacaron a la fuerza de sus casas para reunirlos en una explanada. No hubo tiempo de vestirse ni de preguntar por qué irrumpían de ese modo violento en su privacidad. Los reunieron a todos, separaron a los hombres jóvenes y adultos de las mujeres y después de interrogar a varias personas, amarraron a los hombres y se los llevaron.
El abuelo de Roberto Jalal recibió la instrucción de traducir del español al pocomchí unas palabras de consuelo para las madres, esposas y hermanas que se quedaron solo con sus hijos pequeños: “No tengan pena, se van a ir a prestar servicio militar y siempre les van a mandar su telegrama”.
El telegrama nunca llegó. A Miguel y a 43 hombres más los identificaron tres décadas después en la fosa identificada con el número 17 en Creompaz, en donde solo había restos masculinos. Los hombres de Pambach.
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Después del hallazgo, el Ministerio Público (MP) les explicó que esas muertes no podían quedar impunes. La Unidad Especial de Delitos del Conflicto Armado Interno, de la Fiscalía de Derechos Humanos, a cargo del caso, unificó esa masacre a otras más en un expediente judicial. Entre esas se encuentra la de la comunidad Río Negro, en San Cristóbal Verapaz. Elena Sut, a cargo de esa unidad, explica que la imputación que se presentó en enero de 2016, vinculó a 23 mandos del Ejército que estuvieron en servicio de 1981 a 1986. De estos fueron detenidos 14.
Adicional al juicio por genocidio al pueblo Ixil, en el que están acusados los generales retirados Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez, este es el segundo caso en la historia nacional, en donde los acusados son los que ocuparon los puestos más altos en la escala jerárquica castrense. Entre ellos figura Benedicto Lucas García, oriundo de Alta Verapaz, quien se desempeñó como Jefe del Estado Mayor del Ejército en 1982.
No obstante que el caso se inició con altas expectativas de juzgar el pasado y a quiénes daban las órdenes, el proceso ha sufrido varios reveses. Solo ocho acusados fueron enviados a juicio y todavía quedan nueve prófugos.
El MP ha presentado varios recursos legales porque, según Set, la jueza Claudette Domínguez dejó “en el limbo jurídico” a varias víctimas. De las 564 osamentas encontradas en Creompaz, 143 han sido identificadas a través de ADN, lo que significa que ya se sabe cuál era su nombre, apellido y parte de su historia. Y la cifra va en aumento. Sin embargo, la juzgadora solo aceptó imputar a los acusados por 29 de esas personas. La mayoría de los que fueron admitidos pertenecen a la comunidad Pambach.
Dejar fuera del proceso a las víctimas identificadas, no pronunciarse por cada una de ellas y no aceptar los cargos por abusos sexuales contra las mujeres, dice Set, genera “un sentimiento de no acceso a la justicia y de que el caso por su pariente no va (a juicio)”.
Según los fiscales, los sobrevivientes están decididos a declarar. En lista tienen a no menos de 300 personas dispuestas a viajar desde sus comunidades, no solo de Pambach sino desde la Franja Transversal del Norte, para contar lo que vivieron. Por lo menos dos amparos han sido presentados ante la Corte de Constitucionalidad, quien tendrá la última palabra para resolver las peticiones del MP.
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En la casa de Isabel Chub todo está rodeado de una oscuridad grotesca. Es abuela, tiene 71 años. Su cabello es canoso, es de pequeña estatura, delgada, pómulos sobresalientes. Es morena y tiene la mirada acuosa. Vive junto a un hijo y su esposo, que está enfermo.
Solo habla pocomchí. En su casa, de dos cuartos, vive con los pollos amarrados a la cama, para evitar que se le escapen. Uno de los gallos canta incansablemente, para anunciar que llegó el medio día.
Isabel perdió a su hijo, Santiago Ja Mo. El muchacho de 25 años no lleva los apellidos de sus padres, porque lo inscribieron sus abuelos. Era militar, usó el traje verde olivo y patrullaba. Su sede estaba en Jutiapa.
El día de la detención masiva de hombres, estaba en su casa con un permiso de descanso. Como no hubo tiempo de dar explicaciones y no pudo presentar un documento con la licencia, fue capturado por otros soldados, iguales a él.
Sus restos también aparecieron en la fosa de Creompaz. Los brazos en posición de estar atados, hacia atrás y un trapo cerca de donde una vez estuvo su boca. Quienes los mataron no quisieron escuchar suplicas ni gritos de auxilio, así que los silenciaron con lo que encontraron y luego les cortaron el cuello con un arma punzocortante. No hubo disparos, todos fueron degollados.
Aunque Isabel también enterró los restos de su hijo, y merece la reparación que otorga el PNR, no ha podido recibir ningún beneficio. Está científicamente comprobado que ella es la madre de Santiago, pero el hecho de que no lleve los apellidos de ella y su esposo, obstaculiza el resarcimiento del Estado.
De haber recibido el dinero, Isabel Chub lo habría invertido en (señala el techo) reparar su casa, por donde se filtra el aire frio todos los días y por donde se le cuela el agua, cada vez que llueve. Y en estos meses, llueve recio y casi todos los días.
La única esperanza de solucionar ese problema es recibir el resarcimiento. Pero El PNR atraviesa temporadas difíciles, desde hace varios años. Les han reducido las asignaciones para atender a las víctimas, muchas de ellas ancianas, como Isabel.
“Así como a nosotros nos hicieron esa maldad, así que respondan ellos (los acusados) también”, afirma, cuando se le pregunta qué espera del juicio que se lleva en la capital.
Mientras esperan a que se resuelvan el juicio o los trámites de resarcimiento, a las mujeres de Pambach les toca luchar. Isabel cuenta que a veces siembran una cuerda de frijol, maíz y cilantro, para vender. Esos ingresos los ajustan con los Q400 que ella y su esposo reciben del gobierno cada mes.
Como es la única mujer de la casa, es la encargada de proveer la alimentación. Todos los días camina 20 minutos diarios por empinadas colinas para ir al molino de nixtamal. Esa rutina es obligatoria para proveer de tortillas calientes a su familia.
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En todas las familias de Pambach hay historias de los hombres desaparecidos. Abelardo Mash Caal tenía 20 años en 1982, pero se salvó de que se lo llevaran porque era “pequeño, como desnutrido”.
Mash es delgado y sonriente. Trabaja en la construcción de un pequeño edificio que patrocinó una organización externa, para que lo usen los jóvenes de secundaria. A pocos pasos de esa edificación, se encuentra la Escuela Oficial de Pambach, un edificio de un nivel que ya es insuficiente para atender a los más de 200 niños en edad escolar.
A un costado de la escuela, se construye desde hace cuatro años la ampliación de la primaria. Un edificio de dos niveles que financió el Consejo de Desarrollo.
Toda esa área en donde de enero a octubre se pasean los niños, fue el lugar en donde el Ejército concentró a todo el pueblo, aquel 2 de junio. Roberto Jalal ha pensado que por ahí debería ubicarse un monumento con los nombres de las víctimas.
Si el juicio prospera y llega a sentencia, Roberto cree que la comunidad debería exigirle al Estado una reparación digna.
En su imaginación ha dibujado cinco grandes proyectos que se deberían realizar: el abastecimiento de agua entubada para cada vivienda (unas 200 aproximadamente). El asfalto de ocho kilómetros del periférico de Pambach, así le llaman a todo el recorrido que se hace desde el punto de ingreso hasta las circunvalaciones en un camino principal dentro de la aldea; la edificación de un centro comunal, la construcción de un instituto básico y la colocación de gramilla y graderíos en el campo de fútbol.
Ahora que el proceso lleva meses detenido, el desconsuelo se le nota en el rostro y en sus palabras. “Vamos a esperar, si llega a juicio está bien y si no, pues qué se va a hacer”.
“La carretera es lo más importante. Eso lo debemos pedir al gobierno, no es con el alcalde porque el municipio es pequeño. Yo les he dicho a las señoras que el plan es demandar al Estado para que nos pavimenten todo”, concluye.
Alfredo, el encargado de finanzas del Consejo Comunitario de Desarrollo de Pambach, confirma que ese es el deseo de toda la comunidad. “Se llevaron a mi papá. Nuestras mamás tuvieron que buscar chance para darnos una tortilla y por eso esperamos que ahora nos apoyen, porque ahora la carretera se está reduciendo un poco”, asegura.
Solo la población de Pambach está consciente de su problema. La expectativa de lo que pasa en los tribunales de la capital, los mantiene alertas.
Antes de hablar de Miguel, su hijo secuestrado, doña Juana respira hondo. “Saber cómo fuera ahora si estuviera vivo. Tal vez me apoyaría. A veces me estoy solita. O los nietos, tal vez vendrían a traerme algo. A veces ya no pienso en él y se me olvida, y a veces me vuelvo a acordar”. Entonces le vienen los dolores de cabeza.
Su valentía y fortaleza se notan en cada palabra y en sus actos. Cuando rindió su testimonio, cuenta que sintió tal dolor de cabeza y de corazón que “le agarró el desmayo”. Le tuvieron que mojar la cabeza con ruda para que se recuperara. Eso de pedir justicia no es nada fácil.
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