Atrapados por el río Polochic: un pueblo que resiste, incluso a las inundaciones
Atrapados por el río Polochic: un pueblo que resiste, incluso a las inundaciones
La comunidad Lagartos es un territorio en riesgo permanente. Casi todos los años, este parcelamiento de 77 familias q’eqchi’ padece por las inundaciones del río Polochic. A veces tienen que permanecer dentro del agua hasta que la correntada baja o, si el riesgo es mayor, escapan a través de balsas. Los residentes no se han acostumbrado al peligro, pero aceptan su realidad porque hace apenas seis años lograron convertirse en propietarios de la tierra que habitan.
La casa de María Che Xol está ubicada a unos 50 metros de la orilla del río Polochic. La vivienda es una copia exacta de otras que hay en el municipio de Panzós y otras localidades de Alta Verapaz, uno de los departamentos con más riqueza natural del país, pero con los indicadores más altos de pobreza.
El suelo es de tierra, las paredes están hechas de varillas o tablas de madera, el techo es de lámina de zinc. Adentro hay oscuridad y calor, porque no hay forma de huir del clima habitual de la zona. En un mismo ambiente están la cocina, la alacena de alimentos y los dormitorios con camas de tabla pura y dura elevadas a un metro del suelo, sin nada que sirva como colchón. Detrás del cuarto, un gallinero. María Che compara su vida con la de las gallinas.
Cada vez que llueve, «parecemos animales, encerrados», dice. A las gallinas las encierra para evitar que la corriente se las lleve. A su familia también la encierra en ese cuarto caluroso y todos se suben a las camas de tablas mientras observan cómo los amenaza la correntada de agua lodosa.
En noviembre de 2023, María tuvo a sus ocho hijos encerrados durante siete días en este pequeño recinto que no supera los seis metros cuadrados. «Nadie vino a rescatarnos» cuenta. Habla en q’eqchi’ y, con ayuda de un traductor de la misma comunidad, narra cómo sobrevivieron tanto tiempo en el encierro.
Ella tiene 44 años y una sonrisa fácil. Pero al recordar lo que vivieron, su semblante se transforma. Cocina en un poyetón ( protuberancia de tierra en donde hacen fuego). En aquel momento, la leña estaba mojada, pero logró encenderla para cocinar tamales de masa que sirvieron para alimentarse durante varios días.
El agua que bebieron fue la del mismo río que los inundó. María llenó varios recipientes y esperó a que la suciedad se asentara. Luego, la filtró y la hirvió. La guardó en otro recipiente y de ella bebieron todos. Sin luz, sin más que hacer que esperar, permanecían en silencio viendo el agua correr.
Cuando algún integrante de la familia necesitaba orinar o defecar, no había más solución que ir a la parte trasera de la casa y hacerlo en el agua.
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María era la que más tiempo permanecía dentro de la correntada, porque tenía que alimentar a las gallinas. Al verlas encerradas, pensaba en su propia vida. Usualmente, están libres en el patio de tierra y picotean todo el día afuera. La única diversión de los niños es retozar en el patio de tierra. Cuando llega la lluvia, animales y personas van al encierro.
Un territorio afectado por la pobreza extrema y el abandono del Estado
Para entender mejor la vida de esta mujer, es necesario conocer su entorno. El pueblo es una franja de tierra con pequeñas casas de madera, cultivos y árboles. Se ubica entre las cuencas del río Cahabón y el río Polochic. Los dos ríos son afluentes importantes en el sistema hidrográfico nacional. El río Cahabón atraviesa varios municipios, entre ellos Santa María Cahabón.
En esta última localidad hay varias hidroeléctricas y, según el alcalde de Panzós, Jorge Choc, esos proyectos contribuyen, con sus mecanismos de esclusas, a que el río crezca y lleve tanta fuerza como para desbordarse sobre tierra firme. La Comisión Nacional de Energía Eléctrica (CNEE) respondió a un pedido de información y señaló que en el municipio de Panzós «no existe influencia directa por los caudales del río Cahabón» y que «la única hidroeléctrica instalada en el río Polochic corresponde a una planta pequeña (Santa Teresa, de 10 Megavatios de capacidad), ubicada a más de 40 kilómetros de Panzós, sin influencia en dicho municipio».
La CNNE agregó que el reporte de Infraestructura de Datos Espaciales de Guatemala, elaborado por la Secretaría General de Planificación y Programación de la Presidencia (Segeplan), indica que en Panzós existen «áreas de llanuras de inundación cuyo anegamiento se propicia con el aumento del caudal natural del río Polochic».
El documento fue elaborado en 2022. Aunque es correcto que la zona es pantanosa, la población que habita el sector ha señalado que las inundaciones ahora son más frecuentes y cubren más extensión de tierra, incluso con lluvias que duran pocas horas. La situación se ha vuelto crítica después de las tormentas Eta e Iota, que provocaron que el cauce del río invadiera decenas de poblados durante varias semanas en 2020.
En todo el departamento de Alta Verapaz no hay Planes de Ordenamiento Territorial, por lo que toda actividad en el territorio se desarrolla sin reglas claras. Además, la tendencia de los gobiernos anteriores ha sido la de privilegiar la instalación de proyectos hidroeléctricos o extractivos, sin escuchar las razones que asisten a la oposición comunitaria.
Por otra parte, los ciclos naturales son afectados por el cambio climático y ahora llueve con mayor intensidad en periodos más cortos. Desde el 2020, se han registrado más precipitaciones por tormentas y fenómenos climáticos extremos.
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El río Polochic tiene una longitud de 194 kilómetros. La vertiente del Cahabón se une al Polochic cerca de la comunidad Lagartos, que pertenece al municipio de Panzós y juntos desembocan en el Lago de Izabal, hacia la costa del mar Caribe.
A pesar de vivir frente a un río y de padecer periódicamente de las inundaciones, a esta comunidad no llega la información sobre precipitaciones, caudales, ni alertas. Han desarrollado su propio mecanismo de protección, que se activa a través de la observación de la crecida del río, porque lo tienen que atravesar para entrar o salir de su pequeño territorio, y del reporte noticioso en una de las dos frecuencias radiales que pueden sintonizar.
Cuando la correntada sube, los líderes comunitarios se comunican a través de llamadas telefónicas. Los aparatos que usan sólo reciben llamadas, porque no pueden costear un teléfono inteligente, ni tienen acceso a internet. Esos recursos no son prioridad para una población en escasez permanente. El 75% de las 48 casas de la comunidad Lagartos tiene todas las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), según el tablero que publica la Segeplan. Esta medición caracteriza la pobreza en un territorio y mide la situación de la vivienda, servicios sanitarios, educación y capacidad económica.
Las viviendas en este poblado están ubicadas en una hilera de tierra que abarca varios metros. El pueblo tiene como centro comunal el área de la escuela que es el único edificio de concreto en esa área. Algunas casas están a cinco o 10 minutos de distancia, pero otras están ubicadas a media hora de la escuela.
Cuenta María que, cuando llueve, el agua empieza a subir poco a poco. Es como ver un recipiente que se rebalsa. El agua cubre la zona forestal, luego el terreno de los cultivos, entra a los patios y, por último, ocupa las casas y las atraviesa, mientras busca a dónde más extenderse. El agua sube hasta un metro de altura, aproximadamente. La escuela tiene un salón en alto, justo para servir de refugio cuando el agua llega hasta ese nivel, pero casi todos esperan su destino encerrados en sus casas.
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«¿Qué podemos hacer?», se pregunta. «No podemos irnos a otro lado, solo esperar la voluntad de Dios». María y su comunidad se aferran a la tierra que habitan porque no tienen otro sitio para habitar. Sus antepasados, su generación y sus primeros hijos trabajaron durante años para obtener la propiedad en donde viven. Pero si alguien les ofrece otro terreno, «un lugar seco», María no dudaría en irse.
«Necesitamos una institución que nos ubique en un lugar seco, porque cuando nos muramos ¿quién por nosotros?», cuestiona. En noviembre, cuando sucedió la última inundación, ninguna autoridad se comunicó con ellos para ofrecerles apoyo.
Un poblado recóndito, pero bien conocido por sus tragedias
A Lagartos solo se puede ingresar o salir a través de una balsa que debe cruzar el Polochic. El trayecto no tarda más de 10 minutos. Es una actividad habitual y necesaria para la comunidad. Pero, cuando llueve, el río que los hombres enfrentan con sus remos se vuelve peligroso. Su caudal lleva fuerza y arrastra palos, piedras, lodo y cualquier elemento que se ponga en su camino.
Este año, una oenegé donó una lancha con motor a la comunidad Lagartos. Ahora que poseen ese medio de transporte, la comunidad debe coordinarse para reunir el dinero y comprar el combustible en el centro municipal. Esto implica cruzar el río, caminar 10 minutos por un tramo de bosque para salir a la carretera, esperar que un vehículo baje de la aldea Cahaboncito y los lleve a la zona urbana en un trayecto de terracería. Media hora de recorrido con fuertes sacudidas por el impacto de la tierra y las piedras.
La vida en Lagartos es muy distinta a la de los centros urbanos. Aquí se escucha con más fuerza el trino de las aves, el zumbido de insectos, el paso del agua. La escuela es la única actividad que ocupa a los niños durante el día. Este año, a mediados de junio, el gobierno decretó la suspensión de clases a nivel nacional debido a la alerta por las lluvias, a pesar de que en este sector del país todavía no llovía.
Lagartos no es un lugar tan desconocido. Ha sido noticia en varias ocasiones. «Inundación en el caserío Lagartos, Panzós, Alta Verapaz, afectó a 325 personas», reportó el boletín 293 de la Coordinadora Nacional Para la Reducción de Desastres (Conred) el 28 de julio de 2022. Ese año, la tormenta Julia los obligó a desplazarse al casco urbano durante varias semanas, hasta que el agua bajó.
Prensa Libre, publicó, en agosto de 2018, «Familias de Panzós viven sin comida ni trabajo». En ese reportaje narraban la situación de varias personas que habitan Lagartos que padecían porque no podían alimentarse apropiadamente, lo que provocaba casos de desnutrición en niños menores de cinco años. Este año, la comunidad vuelve a tener pérdidas en la producción alimentaria por las inundaciones. Solo pueden sembrar una vez al año.
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Además de la pobreza, las inundaciones son parte de la historia de esta población. La Conred, a cargo de la reducción de desastres, tiene la potestad de organizar y capacitar a los comunitarios en Coordinadoras Locales para la Reducción de Desastres (Colred). La de Lagartos está inactiva desde hace dos años, por lo que en ese periodo no han recibido capacitaciones. La Conred indicó, a través de su departamento de comunicación, que la Instancia Municipal para la Gestión Integral del Riesgo debe dar el seguimiento.
La comuna aseguró que estaban en coordinación con la Conred y que tenían vías de comunicación con los líderes locales. Pero el alcalde, Jorge Choc, parecía resignado a que la solución al problema no sería atendido ni este año ni en 2025, porque no hay ninguna asignación para inundaciones en los proyectos de infraestructura que ejecutarán los Consejos de Desarrollo con el presupuesto estatal.
El alcalde dijo que su objetivo era conseguir lanchas para trasladar a las personas durante las inundaciones, pero también necesita chalecos salvavidas, personal de apoyo, adecuar áreas para albergues, gestionar alimentos hasta que el agua baje y los afectados puedan volver a su rutina.
La eterna batalla por el acceso a la tierra
Lagartos es una de las 154 comunidades del municipio de Panzós y su situación de abandono no es una anormalidad. En el ecosistema de este territorio, la pobreza y las violaciones a los derechos humanos ha sido la normalidad.
A finales del siglo XIX, con la Revolución Liberal, vastas propiedades de Panzós fueron entregadas a ciudadanos alemanes para que pudieran implementar el cultivo del café como producto de exportación. El pueblo q’eqchi’ quedó condenado a la servidumbre mediante el trabajo obligatorio como mozos colonos, sin derecho a propiedad.
Con la contrarrevolución de 1954, las posibilidades de acceso a tierra se volvieron a cerrar y los terrenos habitados por los q’eqchi’ fueron declarados baldíos y cedidos a otras personas. En 2005, el ingenio Guadalupe, S.A., trasladó sus operaciones de Escuintla a Panzós, por los bajos costos de la tierra. En 2010, cuando suspendió operaciones y se abrió un proceso de subasta de las 37 fincas que poseía, varias familias decidieron ocuparlas y empezaron a sembrar milpa para su autoconsumo.
En 2011, los propietarios del ingenio lograron la autorización para que la Policía Nacional Civil efectuara el desalojo de 15 comunidades. En esas jornadas hubo violación a los protocolos internacionales, murió un campesino y las familias quedaron en la calle. Un año después, en una marcha masiva indígena y campesina, la población viajó a pie a la capital para exigirle al gobierno de Otto Pérez Molina respuesta ante la emergencia que vivían. Ese gobierno tenía un plan para ubicar a todas las 715 familias afectadas, pero sólo entregó dos fincas a 130 de ellas.La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Oacnudh) reportó en el documento «Los desalojos en el Valle del Polochic», publicado en 2013, que la población decidió ocupar la tierra como reacción a dos problemáticas que los dejaron en situación de emergencia: no tenían empleo por el cierre del ingenio y tampoco tierra para la producción de maíz, que es la base de su alimentación familiar.
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La situación de las comunidades del área fue de mal a peor. Segeplan publicó en 2014 el Plan de Desarrollo Integral del Polochic y señaló en los antecedentes que «La pobreza general rural en la Subregión del Polochic pasó del 55.3% en el año 1994 al 85.2% en el año 2011, con lo cual hubo un aumento del 29.9% en 19 años».
La comunidad Lagartos fue una de las comunidades que consiguió que el Fondo de Tierras (Fontierras) les diera un crédito para comprar una finca. El proceso duró décadas y en 2018 les entregaron las escrituras de 313 hectáreas. En ese momento había 58 familias, ahora viven ahí 77. La gestión la hicieron a través de la Asociación Civil no Lucrativa AJ AWINEL, comunidad El Rodeo, con el apoyo del Comité de Unidad Campesina (CUC).
«Los señores (extranjeros) vinieron a la finca, pero después se fueron y nuestros padres y abuelos buscaron la manera de lograr las escrituras», cuenta Arturo Tot Chub, uno de los pobladores que logra comunicarse con fluidez en castellano. Esas tierras estaban abandonadas y solo eran de interés productivo, así que ante la falta de opciones, se convirtieron en la única esperanza de un pueblo cansado de ser nómada y que buscaba un lugar donde asentarse para vivir y producir.
Fontierras no pudo explicar por qué permitieron que la comunidad Lagartos se asentara en una zona de alto riesgo. Daniel Pascual, dirigente del CUC y ahora integrante del Consejo Directivo de Fontierras, señaló que la entidad ha sido cuestionada durante años por ofrecer tierras inadecuadas para las familias urgidas de terrenos para sembrar sus alimentos.
El censo de 2018 reportó que todas las familias de Lagartos se dedican a la agricultura, tienen baja o nula escolaridad y que su idioma principal es el q’eqchi’. Los hombres trabajan como jornaleros en sus propias parcelas o buscan empleo agrícola. Las mujeres apoyan las labores de siembra y cosecha y también realizan las labores domésticas.
En el territorio siembran milpa, frijol, arroz, chile y algunos árboles frutales. Debido a las inundaciones, la mayoría solo siembra una vez al año, después de la temporada de lluvias. En 2014, a raíz de la emergencia humanitaria y de las agresiones cometidas contra los desalojados del ingenio Chabil Utzaj, Segeplan elaboró un Plan de Desarrollo Integral para el Valle del Polochic que abarca hasta el 2032, el cual no se ha cumplido.
En el documento se habla de la necesidad de fortalecer la economía productiva de las familias y asigna esta responsabilidad al Ministerio de Agricultura. La meta del plan es que las personas que solo producen para su propio sustento puedan tener excedentes y venderlos. También se planteaba la urgencia de inversión en infraestructura, potenciar el acceso a la educación, la salud, fortalecer las capacidades para el turismo, así como la inversión externa para proyectos que generen desarrollo.
En la zona, que colinda con el Estor, Izabal, las únicas empresas que funcionan son las que poseen amplias zonas para el cultivo de palma y la explotación minera. El río Cahabón también sirve para la producción energética. Pero el éxito de esas actividades no se ha traducido en desarrollo para la comunidad.
Una comunidad invisible, sin esperanza de ser atendida por las autoridades
El nuevo gobierno municipal no tiene proyectos planeados para Lagartos. En Panzós hay muchas necesidades, reconoce el alcalde, Jorge Choc, pero el presupuesto local no alcanza para atenderlas y el Consejo de Desarrollo Departamental no ha contemplado fondos para invertir en la vertiente del río Polochic, ni hay proyectos para reubicar a la población afectada por las inundaciones.
El Consejo de Desarrollo aprobó siete proyectos para Panzós. En la lista hay cuatro proyectos de infraestructura educativa, un proyecto de agua y dos adoquinamientos. El alcalde Choc dice que necesita comprar lanchas para sacar a la población de las zonas inundadas durante los días de emergencia y que a falta de presupuesto su confianza está depositada en la empresa Naturaceites, que a lo largo de los años ha dado asistencia para reparaciones, construcciones e incluso rescates en época de lluvias extremas.
Ahora mismo, esa empresa construye nuevas bordas o barreras de tierra en Cahaboncito, la aldea donde reside el alcalde, y ya construyó en la parte baja de Panzós, aunque esto perjudicó a otros poblados que ahora se inundan porque el río ha buscado otras vías para desfogar su caudal.
Del gobierno hay poco qué decir. La Coordinadora para la Reducción de Desastres se declara incapaz de apoyar económicamente a la municipalidad. María Angela Leal Pineda, subsecretaria de Gestión para la Reducción del Riesgo de Conred, dijo a Plaza Pública que no tienen recursos para atender todas las necesidades del país y que los alcaldes deberían contemplar en sus presupuestos locales la atención de emergencias.
La gobernadora de Alta Verapaz, Dilia Margarita Có Coy, explicó que no es ajena a la situación de vulnerabilidad de comunidades como Lagartos, pero indicó que no puede actuar a menos que haya un requerimiento por escrito de la alcaldía o las comunidades.
«Yo no puedo pasar sobre la autonomía de los municipios, no puedo llegar a decir que se necesita un dragado o un puente, tengo que escuchar a todos. La gobernadora no tiene la varita mágica para resolver, entonces es importante conformar una mesa técnica para analizar la situación. En la gobernación estamos anuentes a organizarnos y no tengo ninguna petición al momento».
Esto significa que, cualquier opción de respuesta institucional para Lagartos y otras comunidades afectadas por las inundaciones del río Polochic, depende de una gestión burocrática.
María Ché Xol y sus vecinos tienen que esperar a que la municipalidad haga la petición por escrito, pero no es certero que esto ocurra pronto. Lo único que tienen claro es que tienen que estar preparados para sobrevivir.
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