Guatemala está llena de historias heroicas y solidarias, pero también de canalladas imperdonables. La reciente emergencia de la covid-19 es una buena muestra. Personas y empresas reaccionaron con generosidad ante las peticiones de las personas con banderas blancas. Por las calles aparecieron familias enteras con extrema necesidad, pero también salieron las oportunistas, aquellas que viven de la caridad ajena, pero que no la conocen en su propio corazón. Creo que la mayoría de las peticiones eran genuinas, pero supe también de algunos actos de ingratitud, como cuando se seleccionaban algunas cosas de las cajas que les entregaban y dejaban abandonados víveres saludables y en perfecto estado.
Por otra parte, esta es la hora en que no se conoce ningún inventario de donaciones recibidas por el Gobierno, mucho menos informes fidedignos de cómo se distribuyó tal asistencia. La credibilidad de muchos Gobiernos municipales y la del central se esfuman a pesar de que estos intentan hacer pensar que todo se hace con transparencia. De los casos denunciados (como el envío y la descarga de una camionada de bienes de ayuda en la residencia personal de un alcalde o de uno de sus asociados) no se supo más que lo que se denunció en algunos medios de comunicación. No se sabe de ninguna investigación oficial, de ninguna renuncia, de ningún despido, de la persecución legal de quienes quieren enriquecerse robando de la boca de los pobres.
La precocidad de los nuevos gobiernos para quitarse el guante de caballero y dejar la mugrosa mano de uñas largas a la vista se hace cada vez mayor. ¿Confía usted en las instituciones nacionales responsables de la respuesta a emergencias? ¿Confía en el buen uso de los recursos estatales y de las donaciones? Hay buenas instituciones, pero son tenue minoría.
La calamidad de la tormenta tropical Eta encuentra a muchas instituciones en plena caída libre de credibilidad. Para muchos, esta desgracia es una bendición, pues podrán continuar con las compras sin sentido y con la selección a dedo de proveedores compadres. Continuarán las sobrevaloraciones (¿cuál fue el denunciado factor de sobreprecio de medicamentos en la municipalidad de Mixco, por tomar un ejemplo al azar: 37 o 39 veces?). Continuarán los fraudes con dinero público (como la franquicia política que, como despiadada garrapata, metió a su personal en la lista de beneficiarios de los fondos para empresas en crisis de pago de salarios). La corrupción y la impunidad seguirán inflándose de baba inmunda.
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Pero las personas generosas seguirán apoyando, sea desde sus empresas o desde sus hogares. Para mí, el caso emblemático es el de aquel niño que rompió su alcancía y le entregó al presidente todo lo que tenía con tal de ayudar a los necesitados.
Lo que posiblemente esté cambiando es la forma en que las personas ayudan. «Yo no voy a permitir que se roben mi dinero ni que se burlen de mí», dijo un amigo. Estuvimos de acuerdo. Ahora las personas están ayudando como siempre, pero organizan sus propias distribuciones. Ya no es como cuando daba para llenar muchos camiones con lo que entregaba la población en operación hormiga. Ahora desconfían del Gobierno central, de los alcaldes, de las autoridades comunitarias. Las personas quieren que su esfuerzo se vea coronado con la entrega de ayuda a las personas verdaderamente necesitadas. Quieren participar en la identificación de necesidades, en la recaudación y canalización de fondos, en la logística de distribución, en la compra de bienes, en la selección de beneficiarios y en el seguimiento. Confían más en contactos personales que están en el terreno que en lo institucional.
Lo anterior me parece muy bueno. Debemos involucrarnos para poder desarrollar ciudadanía. El voluntariado es una gran manera de hacer patria. El contacto con las personas afectadas nos genera sensibilidad a las necesidades ajenas. Y la satisfacción de un trabajo bien hecho desarrolla confianza en nuestras capacidades.
Abramos la mano hacia quienes lo perdieron todo. Busquemos (o creemos) canales confiables. Que la falta de decencia ajena no sea excusa para dejar de mostrar nuestra solidaridad.
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