Tuve la oportunidad de compartir con personas verdaderamente expertas en tales menesteres, entre ellos el doctor Carlos Rojas Enríquez, cirujano del hospital Juárez de la ciudad de México, y también participar en simulacros que lindaban con la realidad, tal el caso de la simulación de un terremoto en la catedral de México utilizando efectos luminosos especiales y la técnica acústica llamada Sensurround. Para entonces, allá recién habían sufrido el terremoto de 1985 y estaban muy enfocados en la prevención y la mitigación de los fenómenos sísmicos.
Conforme pasaron los años y me entró la experiencia por el pellejo, fui cayendo en la cuenta de que el éxito o el fracaso de las gestiones para minimizar riesgos, así como la optimización o imperfección de las acciones de mitigación ante el impacto de un desastre, estaban ligados directamente a la ética y a la honradez de los gobernantes de cada país, categorías en las que nosotros los guatemaltecos estábamos en deuda a causa de nuestros remedos de políticos, que cada cuatrienio se lanzaban detrás de los puestos de gobierno como verdaderos depredadores.
Algunas veces fui objeto de bromas que no lo eran tanto. Recuerdo un bochornoso momento cuando un compañero de curso me dijo: «En tu país la tendrás cuesta arriba porque en Guatemala al señor ladrón hay que decirle don». Lo peor para mí fue no haber encontrado argumentos para refutarlo. Porque, ciertamente, en nuestro país, el ladrón de cuello blanco tiene máscara de persona honorable.
Todos esos momentos se han estado repitiendo en mi memoria a manera de recuerdos emergentes ante el desastre que estamos viviendo en el norte y el nororiente de Guatemala a causa del paso de la tormenta Eta. Y he vislumbrado cómo, a lo largo de 30 años, en nada hemos avanzado en materia de manejo de desastres como no sean la solidaridad y la fraternidad que han aflorado entre nosotros, los ciudadanos de a pie, los que compartimos con el prójimo lo que tenemos y los que nos arriesgamos sustituyendo al Estado en menesteres que son obligaciones de este por precepto constitucional.
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En nuestro actual momento (en Alta Verapaz) no ha faltado el aparecimiento de variopintos personajes que son iterativos durante las calamidades. Aparecen a manera de histriones que con sus parodias generan falsas esperanzas y distraen la atención de las víctimas de aquello que es básico y vital. En el entretanto, las consecuencias de la catástrofe se vuelven más peligrosas que la causa.
Con relación a esas secuelas, a título de ejemplo, el agua sigue subiendo de nivel en muchas regiones. La tormenta se fue y las lluvias cesaron (aunque en breve vienen otras), pero el agua está inundando territorios donde antes no hubo un pequeño manantial. ¿Qué está sucediendo? Nadie se lo explica. Está pasando en la aldea Campur, del municipio de San Pedro Carchá, así como en muchos territorios de San Juan Chamelco y en otros tantos sectores del municipio de Cobán. Algunos ingenieros geólogos consideran que hay un colapso del sistema de dolinas o siguanes. De ser así, estamos ante un problema monumental. Y como sobre llovido, mojado, a nivel gubernamental solo escuchamos la implantación de un estado de calamidad, discusiones sobre una enorme danza de millones bajo el paraguas del desastre y propuestas de más préstamos para, supuestamente, resolver nuestros problemas.
Esa ha sido la tétrica cantaleta del manejo de los desastres en Guatemala. Desde la época de Mariano Gálvez y Rafael Carrera ese ha sido su lúgubre canturreo.
De tal manera, ante la invisibilidad de un centro de mando y comando del desastre (hasta ahora está percibiéndose algún liderazgo a nivel nacional), hago un respetuoso llamado a los gobernadores departamentales y a los alcaldes de las regiones afectadas para que dejen de lado sus diferencias políticas, se constituyan en una mancomunidad verdaderamente efectiva y convoquen a expertos en geología e hidrología para mitigar, que no resolver, los problemas que tenemos enfrente.
No está demás aprovechar este espacio para agradecer a las personas que estuvieron con nosotros cuando más las necesitamos: personal de salud de todos los niveles, cuerpos de socorro, escultistas, asociaciones civiles, pilotos aviadores, elementos de tropa y todas las personas de buena voluntad que sin más impulso que su nobleza tendieron su mano amiga a los más necesitados. Y por supuesto, un abrazo para quienes allí estuvimos los unos para los otros. Tengan por seguro que seguiremos estando.
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