De un lado, el primero describe la situación en que nos encontramos: divididos por intereses, preocupados por lo que nos conviene de forma personal, suspendidos en las mismas condiciones por décadas y sin intenciones de cambio. No hay confianza ni seguridad de nada. En la otra orilla hay otro puerto (moderno, ordenado, limpio y sin comenzar a operar) que muestra el escenario de la lucha en la que estamos. Es una lucha contra la corrupción que interpela el futuro que queremos construir. Esta terminal de contenedores es un proyecto que vio la vida con vicios y actos de corrupción. Estos se descubren y evidencian. Comienza así un proceso penal en el que se ven involucrados jueces, magistrados, alcaldes y el personal de una empresa española. Hoy el proyecto es de otro dueño (una empresa holandesa) y sigue pendiente la definición del futuro de una terminal como pocas en Centroamérica, una terminal de ensueño para cualquier país del Istmo, varada en la incertidumbre por la corrupción.
¿Puede redirigirse lo que nace de la corrupción para responder al mejor interés del Estado, es decir, de la sociedad? A mi parecer, debe.
La voluntad de trabajar bien
Arriba, encima del mar, cuatro hombres me reciben en una cabina. «La única compañera mujer es mucho mejor que nosotros, es más paciente, tiene más precisión», me dice uno de ellos. No todos tenían experiencia laboral en manejar una estructura que mide lo que un edificio de 17 niveles. Sin embargo, todos pasaron un concurso y ganaron el puesto de trabajo por sus propios méritos. No son amigos de políticos ni familiares o referidos de conocidos de alguien que trabaja en la terminal. Hoy son los únicos técnicos en el país (y se sienten privilegiados por la oportunidad) que tienen contacto con este tipo de grúas y su tecnología. «De aquí a la NASA», sonríe un hombre joven. Me hace sonreír a mí.
«Somos 14, afinamos la técnica y aprendemos a medir mejor mientras esperamos que comience a operar». Se han preparado por meses, todos los días, esperando que su esfuerzo se refleje en un aporte al país. Es decir, en una terminal que esté al nivel de un nodo comercial centroamericano, veloz y de calidad. Una terminal que se volvería estratégica para cualquiera que deseara comerciar en la región e impulsar así la inversión privada, a la que debería responder la inversión del Estado. A lo lejos les pregunto por un barco. Lleva allí una semana esperando su turno. Hay dos más en la cola. En este lugar, descargar un barco lleno de contenedores no sería cosa de más de una hora.
En la terminal laboran alrededor de 80 personas más: algunas aguardando a que entre mercancía en la bodega de inspección, otras en el área administrativa, otras en la sala de cámaras de control. También ellos y ellas esperan los barcos y ansían ver cómo se vacían las naves y cómo se van llenando las filas de contenedores. En definitiva, esperan poder trabajar.
«Sin barcos —me dice Francisco— no tiene sentido una terminal como esta. Sin barcos no hay razón para el trabajo de nuestros compañeros». Existe un sentimiento general: la expectativa del inicio de operaciones depende de un Estado que ha estado en disputa en los últimos años, en donde las mafias persisten y la corrupción se mantiene, pero la esperanza también brota de la posibilidad de hombres y mujeres que están dispuestos a hacer su trabajo bien hecho, sin sobornos, sin introducir intereses oscuros.
Los contenedores traen trabajo digno, en condiciones dignas, para quienes llevan meses yendo día a día a la Terminal de Contenedores Quetzal (TCQ). De la mano traen también la responsabilidad de un trabajo responsable y ético que defina una nueva manera de dar un servicio al Estado.
Fisuras para construir
La lucha contra la corrupción permitió crear fisuras. Estas, si se profundizan, permiten crear mejores condiciones para las transformaciones profundas. Lo más visible hasta el momento, el referente de las luchas iniciadas hace dos años, se concentra hoy (para la gran mayoría de los guatemaltecos) en la justicia. Es un camino largo e imprescindible para que aquellos que se encuentren finalmente responsables respondan ante la sociedad por negociar ilícitamente con el Estado, por lucrar con las instituciones que deben estar al servicio de los guatemaltecos y las guatemaltecas.
Pero en la justicia no se agota la capacidad de construcción de un Estado que anteponga su interés al del corrupto y al del interesado en aumentar su cuenta bancaria. Luchar contra la corrupción se queda corto si no buscamos alternativas a la corrupción. Y en el intento no perdemos lo bueno que tiene este país. Si lo logramos, estamos demostrándonos a nosotros mismos que, aunque la corrupción se mantenga, este país tiene una esperanza de poder comenzar a cambiar.
Rescatar la TCQ representa la posibilidad de generar una lógica nueva en un Estado aún corrupto. Representa recuperar la dirección de un Estado que debe modernizarse y brindar las condiciones de seguridad, calidad y eficiencia necesarias para abrirse a la llegada de dinámicas económicas imprescindibles para el país. Si perdemos TCQ (que quede sin operaciones, que el Congreso nunca resuelva el caso, que haya una demanda internacional), perdemos uno de los grandes logros que tuvimos en 2015.
Los contenedores traen fisuras, algunas necesarias, para avanzar en la construcción de un Estado diferente.
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