La prisión es una característica inevitable y permanente de nuestra vida social que considero que debemos cuestionar seriamente ahora. Espero que este breve artículo aliente a los lectores a cuestionar sus propias suposiciones sobre el Sistema Penitenciario y a considerar la viabilidad de la abolición de la prisión como actualmente la conocemos para reemplazarla por instituciones que cumplan con su función de castigo, reinserción y protección del resto de la sociedad. Pero es necesario debatir y entender el trasfondo ideológico que creó las prisiones, pues estas fueron creadas como centros de exclusión racista, adonde eran enviados los indígenas si se oponían a trabajar como mano de obra en las fincas, según las leyes de vagancia vigentes el siglo pasado.
Muchas personas ya han llegado a la conclusión de que la pena de muerte es una forma anticuada de castigo, que viola los derechos básicos de los seres humanos. Creo que es hora de alentar conversaciones similares sobre las prisiones guatemaltecas. Durante mi carrera, estudiando ciencias sociales e intentando problematizar lo que ocurre en nuestras múltiples modernidades, he visto que la población de nuestras prisiones aumenta con mayor rapidez entre los habitantes de zonas rojas y de ciudades dormitorio, donde se tienen más posibilidades de ir a la cárcel que de obtener una educación secundaria. Si observan, muchos de estos jóvenes también son los que se enlistan en la Policía y en el servicio militar para evitar terminar en prisión. Lo anterior debería llevarnos a preguntarnos si no deberíamos tratar de implementar mejores alternativas a la forma de desarrollo que estamos promoviendo.
La cuestión de si la prisión se ha convertido en una institución obsoleta se ha vuelto especialmente urgente a la luz del hecho de que 41 niñas bajo la tutela del Estado murieron en un incendio el pasado 8 de marzo en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción. Más recientemente, dos jóvenes fueron encontrados muertos en la prisión Las Gaviotas después de unos disturbios iniciados por los reclusos, que exigían mejores alimentos, así como terminar con el hacinamiento, y que se quejaban de violaciones de sus derechos por parte de los policías a cargo de su seguridad. Mientras tanto, nuestras prisiones están superpobladas y ninguna reforma está siendo planificada o escrita en el Congreso.
¿Estamos dispuestos a relegar a un número cada vez mayor de personas de las comunidades oprimidas a una existencia aislada marcada por regímenes autoritarios, violencia, enfermedades y tecnologías de aislamiento que producen una grave inestabilidad mental? Debemos preguntarnos cómo es que tantas personas de las zonas rojas y de ciudades dormitorio han podido terminar en prisión sin que exista un serio debate sobre la eficacia del encarcelamiento que deben enfrentar actualmente.
En general, la gente tiende a dar las prisiones por hecho. Es difícil imaginar la vida sin ellas. Al mismo tiempo, hay renuencia a afrontar las realidades ocultas detrás de ellas. Así, la prisión está presente en nuestras vidas y al mismo tiempo está ausente de nuestras vidas. Pensar en esta presencia y esta ausencia simultáneas es comenzar a reconocer el papel que desempeña la ideología de consumo corporativista en la configuración de nuestra forma de interactuar con nuestro entorno social. Damos las prisiones por sentado, pero tenemos miedo de enfrentar las realidades que producen. Después de todo, nadie quiere ir a la cárcel y, por lo tanto, esta es un túnel oscuro que no debe debatirse.
Pensamos en el encarcelamiento como un destino reservado para los demás, un destino reservado para los delincuentes. Debido al poder persistente del racismo, los delincuentes son, en el imaginario colectivo, fantaseados como pobres, borrachos e indígenas. Por lo tanto, la cárcel funciona ideológicamente como un sitio abstracto en el que se depositan los indeseables. La prensa amarillista lo ilustró elocuentemente sacando en primera plana a uno de los reclusos bebiendo cerveza y luciendo ropas de tiendas de segunda mano. Así nos liberan a nosotros de la responsabilidad de pensar en los verdaderos problemas que aquejan a las comunidades de las que se extraen los presos en un número tan desproporcionado. Surge acá la lucha entre nosotros y los otros. Este es el trabajo ideológico que realizan las prisiones guatemaltecas: nos liberan de la responsabilidad de comprometernos seriamente con los problemas de nuestra sociedad, especialmente los producidos por el racismo y cada vez más por el capitalismo global de economía mixta. ¿Acaso no es hora ya de pensar de manera diferente, en lugar de seguir permitiendo que las minorías, los más pobres y los excluidos sean enviados a prisiones donde ya no cabe un alma? ¿Qué opinan?
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