Desglosados en concreto, los números de las izquierdas parecen decirnos que es precisamente el universo de las izquierdas al que peor le ha ido en esta elección. En la elección del 20D, el PSOE, sumado a Podemos (amarrado a IU), sumó un total de 11 684 809 votos, mientras que ahora, en el 26D, la izquierda española tomó un total de 10 474 443.
Hay 1.2 millones de votantes de izquierda que por una u otra razón no han votado o han hecho uso del voto nulo o en blanco. Solo podemos contabilizar lo que se expresó en las urnas. La abstención del 26D es muy parecida a la del 20D (30 % en ambas fechas). Los votos nulos también fueron muy parecidos (225 888 el domingo pasado, frente a 226 997 en diciembre de 2015), y los votos en blanco también (178 521 el 26D contra 187 771 en la elección del 2015). Eventualmente conoceremos la explicación de adónde se ha canalizado la abstención. Sin embargo, mientras ese análisis se da, la pregunta es cómo tres partidos de izquierda (sí, tres, pues el PSOE es de izquierdas) son incapaces de ganar una elección cuando tienen un solo enemigo en común: Rajoy.
El parlamentarismo en España es muy inestable, más de lo que normalmente son de por sí los sistemas parlamentarios. No hay que leer la situación española como que esto fuese un sistema presidencial: el problema no es solo ganar elecciones y meter diputados, sino lograr conformar gobierno. Los sistemas parlamentarios se sostienen sobre una cultura de pacto, y tal cultura no es poca cosa: genera una hoja de ruta negociada con las fuerzas políticas más importantes, produce compromisos de gobierno a mediano plazo y, sobre todo, permite la transparencia, pues los socios de la coalición se fiscalizan mutuamente.
Y entonces alguien podría preguntar por qué es tan atípico el sistema español.
Pues porque el parlamentarismo español es el único de los sistemas parlamentarios europeos en el que los pactos se limitan al nivel regional (hasta el 40 % de los Gobiernos regionales desde los años 80 han sido coaliciones). Pero, a nivel estatal, esa cultura de pacto no existe, lo que hace entonces que el Ejecutivo español juegue constantemente otras cartas. Por eso es que buena parte de quienes añoran hoy una coalición Podemos-PSOE deberían acceder primero a la revisión de la estadística en la conformación de gobiernos estatales en España y notar el siguiente detalle: desde el retorno a la democracia, los Ejecutivos se han conformado con gobiernos que ganan la mayoría absoluta o en ejercicios que requieren coligarse de forma minoritaria.
Esto quiere decir que España es el único país continental donde ninguno de los gobiernos ha sido formado por más de un partido. Por eso, dicho de paso, el matrimonio Podemos-PSOE rompe toda la lógica histórica, como también suponer el matrimonio coligado PP-PSOE. Lo que sí puede permitir la amistad PSOE-PP es una investidura rápida por mayoría simple.
La revisión estadística es interesante: los gobiernos de 1977, 79 y 81 fueron de la UCD; y los de 1982, 86, 89 y 93, del PSOE. Los de 1996 y 2000 son del PP. Y de aquí en adelante continúa el bipartidismo que conocemos. ¿Por qué sucede esto? Aquí es donde la parte técnica de la ciencia política (es decir, el estudio de los sistemas electorales) hace la diferencia: el sistema electoral español prefabrica escenarios bipartidistas, que son los que han asegurado cierta estabilidad. Esa estabilidad, con el advenimiento de Podemos, Unidos y Ciudadanos, ha hecho más inestable el estado de partidos: no por haber más y variados resulta más fácil ahora conformar gobierno.
Por eso es que, si uno espera con ansias esa gran coalición de izquierdas entre PSOE y Podemos, las estadísticas juegan en contra. Pero tampoco se olvide que esa posibilidad ya se ofreció antes de las elecciones del 26D. Podemos tuvo la opción de quitar a Rajoy de en medio, pero no lo hizo porque calculó que en una repetición de elecciones ganaría la mayoría absoluta. Prefirió montarle a la ciudadanía 130 millones de euros provenientes del sistema (para alguien que considera que el sistema es el problema), solo para comprender la primera regla en la política democrática: la necesidad de conciliar y de negociar. La cuestión de la autonomías podía haberse dejado para mediano plazo, pero, si Sánchez le hubiera ofrecido a Iglesias la opción de gobernar y este la hubiera tomado, Iglesias habría probado algo totalmente nuevo en Europa: que las izquierdas jóvenes y marxistas (distintas de las izquierdas desmarxizadas, como el PSOE o el PSD alemán) también pueden ser responsables al momento de hacer gobierno.
¿Habría sido un gobierno estable?
La estadística muestra que el promedio de los gobiernos españoles dura 33.4 meses antes de romper la coalición mínima. Quizá esta se habría roto antes, pero Podemos se habría afianzado al electorado apoyando políticas públicas concretas (quizá no los puntos medulares de su agenda) y habría aprendido una lección que todas las izquierdas democráticas reciben: se concede hoy para gobernar mañana. Le tocó a Felipe González para consolidar los Pactos de la Moncloa. Les tocó a todos los partidos chilenos de izquierda para poder construir la Concertación y salir de la dictadura. La derecha pinochetista decía que la izquierda no estaba lista para gobernar, que haría inestable el país a raíz de las diferencias entre izquierdas. Pero la izquierda chilena mostró que un Fernando Ávila, del MAPU Obrero Campesino (MAPU-OC), podía ir en listas con un demócrata cristiano como Patricio Aylwin, así como de la mano de un Ramón Silva, de la Unión Socialista Popular (Usopo). Nombré tres partidos, pero la Concertación la conformaban 14 partidos de izquierdas.
Y si usted cree que correrse al centro es una expresión poco importante, no habría tenido a un Mujica sin una izquierda uruguaya capaz de conciliar diferencias entre extupamaros y otras izquierdas liberales para consolidar el Frente Amplio. No solo lo consolidó, sino que lo posicionó en las clases urbanas uruguayas. ¿Para lo anterior no hubo que dejar las ortodoxias? Claro que sí.
Podemos perdió una oportunidad que la historia no repite.
El mejor escenario ahora es, salvo repetir elecciones (con lo cual España sería el hazmerreír entre los sistemas parlamentarios), un gobierno conservador en minoría, el cual es perfectamente posible de investir por mayoría simple si Ciudadanos y el PSOE se abstienen de entorpecer la investidura.
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