¿Qué encontrará uno en un libro sobre oralidad?, ¿existe acaso una teoría oral sobre el libro?, no siempre lo obvio es innecesario, no siempre la retórica es espuma, humo, por principio no lo es, pero nos hemos escuchado tantas veces, tantísimas veces, en medio de la humareda retórica, de la voluptuosa espuma de las palabras. Dónde buscar la experiencia de la oralidad, dónde construir un conocimiento que sostenga que, efectivamente, la oralidad es uno de los dispositivos más sofisticados de almacenamiento, distribución, resguardo y adaptación de información. No hay que ser demasiado perspicaces para darse cuenta de la gran cantidad de conocimiento que aplicamos en nuestras vidas que tiene como principio el “alguien me lo contó”, y me refiero pues a conocimiento puro y duro, me refiero a experiencias epistemológicas verificables todos los días: la cultura, mutis mutandi: varios cientos de años, varios miles de años, de boca en boca. A Cabrera parecía seducirle tremendamente la posibilidad de organizar parte de esa tradición, varios buenos años trabajando en el lago de Atitlán, en Santiago muy particularmente, escuchando, podemos imaginarlo, atento, podemos seguir imaginando, sentado escuchando a las abuelas de sus alumnos, a los señores miembros de las cofradías, insisto en imaginarlo porque son pocas las personas que lo vieron ahí, y porque es fundamental crear esa imagen, la del constructor de puentes, la del acucioso lector del mundo “otro”, la del sistematico mediador entre quién sabe cuántos mundos.
Cabrera es polifonía, y en eso polifónico me gusta pensar que comunidad es otra palabra fundamental para entenderlo. Puedo, y tengo que, decir que a Cabrera, el polifónico, lo conocí a través de otras personas, personas que dicen, “una vez escuché a Cabrera decir”, “Como decía el maestro Cabrera”. Es fácil caer en el espacio anecdótico, las mesas de amigotes, los encuentros casuales. Escuchando a estos amigos a través de quienes conocí a Cabrera, el polifónico, pienso que sin lugar a dudas la amistad también es una forma de organización de conocimiento. Mis amigos eran amigos de Cabrera, y con esa carta me presenté un viernes santo en Santiago Atitlán, pasé el día entero con el Maestro, escuchando, con su voz de árbol antiguo, con sus manos de árbol joven, describiéndome cada uno de los momentos de la ceremonia del viernes, de las procesiones, de San Juan Carajo, de Maximón descolgado, sus palabras como una capa de ropa sobre otra capa de ropa sobre otra capa de ropa, su obra como una corbata sobre una corbata sobre una corbata, era polifónico Cabrera y era también acumulador Cabrera, su inmensa biblioteca, su colección de obras, sus instalaciones como altares mutantes llenando el espacio de signos: la escritura de las cosas.
Pienso ahora en una obra de Alejandro Marré, un perfil de Facebook que se llama Personaje de Roberto Cabrera: un cuadro-personaje de Cabrera que interactúa en Facebook, la gente se tomaba foto con él, un policía municipal, una pareja de chicas sonriendo a plenitud, un motociclista. Marré, amigo también de los amigos de Cabrera, devuelve el gesto. No tengo claro si el Maestro supo de esta obra, seguramente de enterarse habrá tenido ese gesto bastante objetivo e incluso parco del antropólogo inconmovible, pero es una conjetura bastante aventurada, da igual si se enteró o no, el Personaje de Roberto Cabrera, este cuadro-personaje inmerso en esta dinámica cotidiana, ancestral y simple: la comunidad, la pertenencia, la cercanía.
Me pregunto, cuántos de los objetos escultóricos, y sí, también ceremoniales, de la obra de Cabrera son en realidad historias, su investigación muchas veces consistía en recolectar e interconectar, su obra siempre generosa de objetos, era en realidad una crónica cifrada de alguna experiencia colectiva, o podríamos imaginarla así, podemos volver a imaginar a Cabrera en ese modo recolector: chunches, anota Benvenuto, uno de sus más cercanos amigos y alumnos, quien en otra conversación –es oportuno pensar en ciertas conversaciones como ensayos, como la experiencia posterior a terminar cierto texto lleno de notas y subrayones- me comentaba el origen del chunche en su obra: Cabrera encontraba objetos y a partir del encuentro construía un nuevo signo, él, Benvenuto, no encuentra los chunches, los recuerda “son cosas que se olvidaron”, me dijo, acaso cosas que se le olvidaron a Cabrera también podrían ser, la tradición del chunche habría que anotar entonces.
Achimero es una palabra tan hermosa, y aunque tiene que ver directamente con la compraventa de objetos, se vale resignificar y pensarla, claro está caerían rayos sobre mi cabeza de llamarle achimero a Cabrera, pero es una palabra hermosa, pero era un gran recolector, pero era un verdadero explorador de objetos, pero era un traductor, un mediador, un constructor de puentes, pero era un tremendo conocedor de la oralidad y de las tradiciones que fluyen por ella, del caudal inagotable de las palabras y de las cosas.
Pienso en una nimiedad de las redes sociales, #DeCabreraAprendí podría etiquetar el personaje de Cabrera, o uno de sus amigos que también son mis amigos, de Cabrera aprendí que el arte también es una máquina de afectividades y conocimientos. De Cabrera aprendí el ancestral y secreto (y cotidiano, y generoso) arte de escuchar, pero sobretodo de preguntar, “es que es bien curioso el Maestro” pude escuchar en los pasillos donde todos los días almorzaba con otros amigos, el gran Cabrera, un viejo al que conocí sobretodo con a través de mis amigos, y no es poca cosa reivindicar la amistad y el arte como una construcción filosófica, sin aspavientos, ahí hablando con el maestro Cabrera, el polifónico, el generoso, un viernes santo de 2012 en Santiago Atitlán, el último viernes que llegó a aquel sitio que visitó desde la década del 60, y que aparezca en caminando en una foto borrosa que torpemente tomé, y contarles del Maestro, porque mis amigos me contaron…
*este texto forma partel libro Cabrera -testimonios, entrevistas, documentos-, publicado por Catafixia Editorial
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