Como dijo un amigo: «Este país provoca ganas de llorar, patalear, gritar, perder las casillas. Es un desgaste». Lo que provocan esas palabras cuando pasas por una vitrina y ves en un televisor un titular que dice «terror en hospital Roosevelt» es algo indescriptible. Enojo, impotencia, ganas de largarme del país donde sin vacilar llegan mareros a disparar a diestra y siniestra a un hospital para rescatar a uno de sus compañeros.
No es la primera vez que pasa. El último caso relevante f...
Como dijo un amigo: «Este país provoca ganas de llorar, patalear, gritar, perder las casillas. Es un desgaste». Lo que provocan esas palabras cuando pasas por una vitrina y ves en un televisor un titular que dice «terror en hospital Roosevelt» es algo indescriptible. Enojo, impotencia, ganas de largarme del país donde sin vacilar llegan mareros a disparar a diestra y siniestra a un hospital para rescatar a uno de sus compañeros.
No es la primera vez que pasa. El último caso relevante fue el de un ataque en el Hospital General San Juan de Dios perpetrado por miembros del Barrio 18, donde las bombas lanzadas alcanzaron a varias personas que esperaban ser atendidas en la consulta externa. Así podría seguir mencionando muchos otros casos en los que personas inocentes perdieron la vida por culpa de otras a las que este derecho humano les es irrelevante.
Siete personas fallecidas, entre ellos un niño de ocho años, dos médicos y guardias privados y del Sistema Penitenciario. Esto me hace preguntarme quiénes pueden salvarse en Guatemala. En Guatemala, por mencionar algunos casos, se salvan quienes no tienen que llegar en horas de la madrugada a hacer cola a la consulta externa de un hospital nacional para poder ser atendidos, con el riesgo de que un grupo de mareros acabe con su vida en cualquier momento. Se salvan los médicos que no tienen que estar trabajando sin un salario digno, sin insumos y, todavía así, arriesgando sus vidas mientras salvan otras. Se salvan quienes no tienen que usar el transporte público para llegar a sus lugares de estudio o trabajo y a sus hogares sabiendo que en cualquier momento pueden subirse pandilleros a asaltarlos o a asesinar al piloto por no haber pagado la extorsión. No quiero decir que no utilizar el transporte público ni los hospitales nacionales o que ser médico de un hospital privado te asegure que logres llegar a tu casa sano y salvo, pero, ante lo evidente, el riesgo es menor.
Ante esto es imposible no pensar en la crisis de gobernabilidad de Jimmy Morales. ¿Acaso no se pudo prever que una situación como esta volvería a suceder cuando no hay centros asistenciales donde los privados de libertad puedan ser atendidos y donde no se ponga en riesgo la vida de médicos, de niños o de agentes de seguridad que, con los recursos que tienen, día a día hacen lo posible para que este país no toque fondo?
Guatemala nunca deja de sorprenderme. Cada día tiene algo nuevo que mostrarnos: algo que nos inspira a seguir luchando por un país más seguro, más justo, donde todos tengamos la oportunidad de salvarnos sin excepción, o algo que nos desanima y nos hace perder la esperanza.
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