Es así como se presenta don Juanito en el primer capítulo del documental Semillas quedan, producido por el colectivo Vaca Bonsai y por Estrella Audiovisual, el cual lleva por título: «Un patio de tierra».
Don Juanito es miembro de la Cooperativa Nuevo Horizonte del Petén y cada mañana se despierta con las mismas ganas de trabajar de siempre. Cuando el café de la mañana ya está en el fuego, don Juanito se prepara para sus labores diarias, se pone sus botas y su sombrero, agarra su machete y sale al campo.
Los problemas que más le preocupan son los de las plantas, las enfermedades de la milpa y de los árboles frutales que desde hace mucho tiempo cuida. Dedicándose al cuidado de sus siembras se siente muy tranquilo porque no lo chingan los compas de la aldea, que cada vez que se van a tomar sus cervezas pierden mucho el tiempo.
Juan lo llaman sus compas. No José Domingo, sino Juan. Don Juanito tenía su parcela, sus animales y sus siembras. Tuvo que empezar a vender todo sin decirle nada su compañera de vida, ya que ni él sabía qué iba a pasar. Al ver que comenzó a vender todos sus animales, ella le preguntó: «Bueno, ¿qué estás haciendo?». Don Juan se vio obligado a contarle lo que sucedía. Incluso le dijo que era posible que se separaran. Don Juan solo pensaba en sus seis hijos y en su esposa.
Fuente: tráiler oficial de Semillas quedan.
Don Juan se fue dando cuenta de que nada fue como les habían dicho al principio: que la guerra iba a tardar unos pocos meses. No. La guerra duró 36 años. Los miembros de su comunidad no sabían por qué estaban armados, escondidos en la selva, y por qué dejaban su casa, su familia. La guerra, dice don Juanito, fue impuesta. «No fue porque nosotros la hayamos querido. Éramos un grupo de personas armadas víctimas del mismo enemigo», afirma.
Don Juanito y sus compas, que así se llamaban unos a otros por el cariño que se tenían por haber pasado tanto tiempo juntos viendo cómo unos sobrevivían y otros eran asesinados, se cuidaban en todo momento del enemigo, de los uniformados. Ese enemigo que llegaba hasta lo más profundo de las selvas y subía las más altas y escondidas montañas. Ese enemigo que realizaba a la perfección todas las tareas de inteligencia que le eran asignadas.
El tiempo pasó. Llegó la década de los ochenta, luego la de los noventa, y don Juanito y sus compas seguían en las mismas mientras en la VI Cumbre de Presidentes, realizada en Chile en 1996, el entonces mandatario guatemalteco, Álvaro Arzú, anunciaba la decisión de la Comisión de Paz y de la URNG de firmar la paz definitiva el 29 de diciembre de ese mismo año.
A don Juan y a sus compas les resultaba extraño que la guerra fuera a terminar con la firma de unos acuerdos de paz. No se explicaban cómo. Les preocupaba su seguridad. Tenían que entregar las armas teniendo al enemigo junto a ellos. No les quedaba de otra.
A casi 20 años de conmemorarse la firma de los acuerdos de paz, don Juanito sigue despertándose desde muy temprano para trabajar. Mientras el café ya está en el fuego, se pone sus botas y su sombrero, agarra su machete y sale al campo. Seguramente sigue comunicándose con don Raimundo Gallegos Moya, más conocido por sus compas como Pável, también miembro de la Cooperativa Nuevo Horizonte en Petén.
Ojalá un día, así como la madre tierra le ha dado tanto a don Juanito, su larga caminata sea recompensada con una mejor calidad de vida para sus hijos, para sus compas y para todas las comunidades que han quedado en el olvido.
Fuente: documental Semillas quedan.
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