Pues bien, compartiéndoles esta preocupación, los últimos días he estado pensando en cosas fuera de lo común. Mientras todos hablan de las últimas capturas y denuncias del MP y de la Cicig y de lo corruptos que fueron los del Partido Patriota, a mí se me ha fijado una idea en la cabeza: si Guatemala fuera un producto o una marca, ¡qué excelente marketing estaría teniendo! Sí, sé que suena irracional, pero analicémoslo: con sus 16 muertos por violencia al día; con la mitad de sus niños menores de cinco años con algún grado de desnutrición; con los sectores más importantes de la economía manejados por monopolios, oligopolios o carteles; con su reducida clase media, que no sobrepasa el 20 %; y con su enorme clase pobre, que está por encima del 60 %, la gente en las zonas urbanas habla todos los días de la situación del país, de lo mal que está. Pero al final de la crítica sigue sin abandonar esa esperanza de que algún día las cosas cambien. O sea, insisto, si Guatemala fuera un producto electrodoméstico que compráramos en el supermercado, sería algo así como que en la góndola tiene un precio, pero al llegar a caja nos cobran el doble. Posteriormente, al desempacarlo en casa, nos damos cuenta de que está abierto y no funciona. Y cuando vamos a hacer el reclamo nos dicen que no tiene garantía. Sin embargo, en la primera oportunidad que tenemos lo recomendamos a los amigos diciendo que seguro a ellos sí les sale bueno y que vale cada quetzal que se pagó. Y agregamos el consabido «solo asegúrate de que esté sellado».
La Guatemala de hoy tiene ese común denominador: sin importar qué ideología se tenga, todos siguen creyendo en el producto. Por ejemplo, hay grupos de jóvenes que intentan organizarse y que podrían representar cierta esperanza de que la política en Guatemala empiece a cambiar. Hacen exigencias que quizá no le vendrían nada mal al país, pero que al ser analizadas más fríamente no rompen con la lógica de funcionamiento de Guatemala porque pretenden analizar la problemática del país como sistema fallido, pero mantienen la constante oposición entre una élite económica todopoderosa y una élite intelectual sin poder. Por otro lado, hay un gran grupo de la clase media y alta que se ve a sí mismo como los conservadores de unos valores que, de aplicarse adecuadamente, harían de Guatemala una gran nación, sin aceptar que son precisamente esos valores aplicados al sistema los que han llevado al país a este nivel de deterioro en el que se encuentra. Y por eso regreso al ejemplo del producto —explicado al estilo Jimmy Morales—, porque la forma como la sociedad está reaccionando a los casos de corrupción no altera la forma de funcionar del producto y, por lo tanto, el sistema se mantendrá.
Me explico. Tenemos un producto electrodoméstico, que puede ser una licuadora, una plancha, etcétera, cuya batería provee energía, pero siempre se ha creído el componente más importante y por lo tanto ha pedido siempre privilegios porque, en definitiva, sin la batería nada funcionaría. Luego tenemos los chips, que entienden el funcionamiento del producto y que de hecho funcionan porque la batería sí les comparte algo de energía (aunque muchas veces no la cantidad que quisieran). Así ha sido Guatemala desde antes de su independencia. Ahora que sale a luz toda la podredumbre que ha habido en Guatemala, para una gran mayoría es fácil entender que el producto está mal. Sin embargo, la batería dice que si la dejaran mantenerse conectada al tomacorriente podría sacar adelante al producto. Los chips dicen que eso no es justo y que si el producto no funciona es porque la batería no logra alimentarlo con suficiente energía. Piden, pues, que se reparta la misma energía a los chips y al mecanismo que hace funcionar el producto, alegando que el sistema de alimentación de energía es inadecuado. Y para mientras, el mecanismo de engranajes, poleas, tornillos, resistencias, etcétera, que hace funcionar al producto es omitido como siempre.
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Y, bueno, por aquí voy con esas ideas que he tenido fuera de lo común y que hoy me hacen pensar qué podríamos hacer distinto para de verdad esperar un buen futuro. Lo primero que me viene a la mente es que tal vez deberíamos dejar ese diálogo histórico que se ha tenido entre la batería y los chips y que empecemos a incluir el mecanismo de funcionamiento, todas las partes del producto, pero dejando que hablen por ellos mismos, y no pretendiendo, como batería o como chips, representar sus intereses. La otra sería que tanto la batería como los chips dejaran de lado esa idea de ser imprescindibles y se vieran a sí mismos como componentes de un todo. Y, sí, claro, que entendieran que cada quien tiene su tarea, pero que cumplirla correctamente conlleva un beneficio general.
Pero, ya dejando de lado el método coloquial de Jimmy Morales para analizar y solucionar los problemas, en el presente, si no hacemos un cuestionamiento profundo de los valores culturales que tenemos y modificamos las relaciones de poder que estos valores han mantenido por siglos, nada cambiará. Y para ello pongo un ejemplo. Organizaciones de jóvenes que han salido a luz a raíz de las protestas y manifestaciones del año pasado convocan a nuevas manifestaciones. Se convoca a presentarse en la Plaza Central, frente al Palacio Nacional, como inmueble representante del poder político. O sea, se quiere cambiar el sistema, pero manteniendo los símbolos del poder histórico y sus relaciones. Si analizáramos con humildad las manifestaciones del año pasado, nos daríamos cuenta de que los grupos sociales que siempre han estado al margen de la toma de decisiones y que representan una gran mayoría de la población no estuvieron presentes. Si queremos construir un sistema que represente a todos, porque al final el poder debe estar en el pueblo, ¿acaso un cambio de lógica y de claro cuestionamiento al sistema actual no sería realizar esas convocatorias en las zonas pobres de la ciudad, donde esa clase media que salió a protestar el año pasado se una con las clases populares y se confronte y pierda el miedo que nos tenemos los unos a los otros? ¿No se debería cambiar esa lógica de esperar que los pobres, los abandonados de este país, lleguen a nosotros y nos acompañen en la plaza en vez de que, por el contrario, seamos nosotros quienes vayamos a ellos y le demos su lugar por fin a esa voz que siempre fue acallada? Esta ya sería una nueva lógica que debería aplicarse no solo en las ciudades, sino en las zonas pobres de la totalidad de los departamentos donde existen conflictos y luchas por la supervivencia.
Mientras la protesta quede en utilizar las investigaciones del MP y de la Cicig para decir que el sistema es corrupto, pero sin abrir el espacio para que la periferia y los excluidos de nuestra sociedad sean escuchados y participen en igualdad de condiciones en la construcción de una nueva reforma, nada de lo que ha pasado en los últimos meses habrá servido de algo, ya que la única garantía de que el sistema puede reformarse y transformarse en uno en el que la corrupción sea la excepción, y no la regla, donde la economía trabaje en beneficio de todos, y no de unos cuantos, es la participación de los más damnificados por esas prácticas y costumbres.
¿Qué creo hoy del producto Guatemala? ¿Lo compraría?
Tengo esperanza, pero esta va más allá de los nuevos grupos de jóvenes universitarios organizándose. Creo que puede empezar a haber un cambio en ciertos jóvenes de la élite económica que empiezan a cuestionar y a hacer autocrítica de la cultura de su misma élite. También creo que, por ende, si ellos dieran el cambio en los valores que hasta hoy han defendido y que no han funcionado, podrían influir en el resto de la sociedad para pensar en una nueva forma de hacer las cosas. Comprender, como primer paso, que dentro de las ideas que forjan nuestra cultura como élite (sea esta económica, intelectual, etcétera) están el racismo, el machismo y otros y que al aceptar esa realidad se pueda tener la capacidad de sentarse junto a los excluidos de siempre, en igualdad de condiciones y dignidad, perdiendo el miedo que nos tenemos unos y otros. Pero más esperanza me da ver que la organización más fuerte y sólida se está gestando en aquellos grupos de la sociedad que nunca han tenido voz —y que, por lo tanto, nunca han sido escuchados— y que sin recursos, pero con la energía que da el luchar por la vida (que en su caso es de subsistencia), puedan apurar ese cambio de lógica que nosotros, los que vivimos con comodidad en las zonas urbanas, no podemos o no queremos hacer. Bajo esas dos premisas he de decir que sí, que volvería a comprar el producto. Y no sería por un buen marketing, sino porque estoy seguro de que el mecanismo podría funcionar de maravilla, que la batería podría ser mejor y que los chips serían los más avanzados. Por eso le seguiría apostando a una Guatemala, pero a una que sea de todos, de los que siempre han hablado y dirigido y de los que siempre fueron ignorados y utilizados.
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