La realidad que expresa esta canción sigue vigente, y los migrantes centroamericanos están sujetos a distintos peligros y vulnerabilidades en su tránsito por el hermano país guatemalteco.
A pesar de los múltiples instrumentos impulsados por el Sistema de Integración Centroamericana y el Parlacén, la libre locomoción de centroamericanos —especialmente salvadoreños, hondureños y nicaragüenses— por Guatemala está sujeta, en el mejor de los casos, a la suerte que los acompañe mientras transitan por un territorio convulsionado por la violencia y cooptado por distintos actores ilícitos, algunos de ellos amparados en la institucionalidad del Estado.
En su paso, los centroamericanos son perseguidos y expoliados por redes integradas por pilotos de autobuses, taxistas y tratantes de personas que trabajan en contubernio con integrantes de la Policía Nacional Civil, quienes establecen retenes en los puntos de internación de centroamericanos (Chiquimula, Jutiapa e Izabal) y en los territorios fronterizos con México (San Marcos, Huehuetenango, Petén y Quiché), donde utilizan la coacción y las amenazas para exigir dinero a cambio de dejarlos avanzar en su paso por Guatemala. Esto es aún más crudo para aquellos que viajan sin la protección de un coyote y se desplazan por el territorio nacional sin más que una pequeña mochila en los hombros y sus sueños a cuestas.
«Estoy descalza porque los policías me quitaron los zapatos. Como no me quise ir con ellos y no traigo dinero, me dejaron así aquí en la carretera. Tengo los pies quemados, pero gracias a Dios se fueron. No me hicieron nada. Tuve suerte…».
Migrante hondureña caminando hacia Esquipulas, 2014
Este testimonio tomado a finales de 2014 relata la experiencia de una mujer hondureña que fue encontrada en la carretera, cerca de la frontera de El Florido. Al entrar en Guatemala y avanzar un poco fue interceptada por policías que intentaron subirla a la autopatrulla y llevarla a un lugar desconocido, pero, por razones que la víctima desconoce, tuvieron que marcharse a toda prisa. Sin embargo, ante la negativa de ella de acceder a sus peticiones, le quitaron los zapatos y la dejaron descalza en la carretera.
Sin duda, las mujeres y los niños son los grupos más vulnerables, pues, entre otros peligros, están expuestos al asedio de redes de trata y prostitución. Existe un amplio mercado sexual en las zonas fronterizas del país que recluta a mujeres centroamericanas y las explota sexualmente ante la indiferencia general de la sociedad, que las ha estigmatizado y ha creado toda una cultura de rechazo hacia ellas que las sume en este ciclo de vulnerabilidad y explotación. Los hombres, por su parte, se ven obligados a mendigar en los semáforos de las zonas semiurbanas o a buscar trabajos en los que su condición de migrantes es la excusa perfecta para explotarlos a cambio de comida y exiguas cantidades de dinero, las cuales van recolectando para proseguir el viaje mientras llegan al siguiente punto de extorsión.
Aunque no existen datos oficiales respecto al flujo de centroamericanos, sudamericanos y extracontinentales que transitan por Guatemala, Unicef, en 2010, estimaba que alrededor de 300 personas cruzaban diariamente la frontera guatemalteca con México con fines migratorios. Por otra parte, según informes de organizaciones de protección de derechos humanos en México, la cantidad de centroamericanos que atravesó Guatemala y por ende se internó en aquel país durante 2013 ascendió a más de 200 000, que están sometidos a toda clase de vejámenes en su tránsito por Guatemala mientras nuestras autoridades alzan la voz para exigir respeto a nuestros connacionales en su paso por México.
Es urgente que, como sociedad, adoptemos una cultura de hospitalidad hacia el migrante, partiendo de aquella famosa regla de oro que nos invita a tratar a los demás de la misma forma como nos gustaría ser tratados. Por su parte, los Estados centroamericanos enfrentan grandes retos para construir una institucionalidad efectiva y respetuosa de la dignidad humana y, específicamente en este caso, hacer valer efectivamente aquello de llamarnos hermanos centroamericanos.
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