Antes de salir de casa puse la aplicación que mide el tiempo y la distancia. También puse música y a trotar. O bueno, un episodio que aún no había escuchado de un podcast que se supone, es de música.
Me fijé en uno de los rótulos. Supongo que había otros, pero por alguna razón, por alguna coincidencia, uno recuerda ciertas cosas más que otras. Detalles que se enlazan con algo en mi memoria. Coincidencias que luego exagero y que siempre me han servido para crear pequeñas historias. Me pasa con los libros. El caso es que aquel rótulo decía “Mariachi Los Paisanos Alegres”
Desemboqué en esa avenida subiendo por la una de las calles que bordea el Teatro Nacional. Recién empecé a correr de nuevo. El cuerpo se desacostumbra fácilmente a esto. A pesar de tener algún tiempo de hacerlo, cuando no corro un mes y lo retomo, mis piernas y mi aliento me lo reclaman. Le puse pausa a la aplicación. Vi el tiempo y la distancia, ambos datos me parecieron erróneos. Digo, cuando corro, siempre creo que el tiempo es menor y la distancia mucho mayor. Decidí tomar aliento y caminar.
El podcast era un programa con una entrevista a un trío de músicos. Una plática, o como lo llaman algunos, un conversatorio. Tenían una discusión acerca de los centros de enseñanza de música. En algunos países esto es a nivel universitario. Envidiable. Hablaban de que en esos lugares es imposible enseñar a sentir. Vital para que un músico se comunique, decía uno. Otro no estaba de acuerdo. Hablaban con tal intensidad que no me importó que no hubiera música.
Yo caminaba procurando la sombra de las cornisas destartaladas y leprosas. De las paredes a las que se les caen las capas de pintura. A veces es posible adivinar sus viejas glorias. Por ahora, pasan los días ennegreciéndose con el humo de los buses del transmetro. También las calles agrietadas atestiguan el paso de esos pesados buses. Para estos sectores, la municipalidad tiene eso.
Recordé la vez que la ciudad ennegreció por completo. Un volcán se vaciaba. Las hemerotecas guardan las imágenes. Pero yo quería mi propia versión. Salí a dar una vuelta y pasé por aquí. En una esquina, en esas gradas donde ahora platican unos tipos, que estoy seguro son los músicos del mariachi alegre, había un muerto. Ahora están sin su traje, seguramente esperando que lleguen por ellos para ir a amenizar un almuerzo familiar. Uno como del día del padre, por ejemplo.
En días laborales en este sector hay bastante actividad. Tipos que trabajan cargando bultos en el mercado y en los depósitos cercanos y que también se sientan en esas gradas a tomar un respiro. Por suerte, todavía el aire no se vende ni necesita ser cargado. Esta mañana, mientras veo a un grupo de músicos esperar, recuerdo al muerto. Ropa negra, pelo enmarañado negro, recostado sobre una ciudad negra. Es muy probable que también sangrara. Pero la negrura siempre puede más.
Crucé la calle. Reanudé los contadores de la aplicación y retomé mi ritmo. Los tipos del podcast decían que sólo a los que les ha tocado perder la casa, pasar frío y hambre, sólo ellos podían sentir intensa y profundamente cuando tocan un instrumento. Luego hablaron acerca de la intelectualización de la música. Como en todos los temas anteriores, uno era el que estaba en desacuerdo.
Ese día no hubo música mientras trotaba algo así como ocho kilómetros. Es que sigo sin creerle a la aplicación. Me quedé con ganas eso sí, de escuchar lo que tienen para decir, o repetir, músicos de un mariachi conformado por alegres paisanos. Seguro que es con música que también se puede celebrar la vida, borrar por un momento la negrura de esta ciudad y aligerar la aspereza de la cotidianidad. Seguro que sí.
Más de este autor