Hay formas menos dolorosas de experimentar el cuerpo y el tacto que con las cicatrices o las heridas que las preceden, eso me habría gustado saberlo antes de caerme, romperme, abrirme, rasgarme, cortarme y quemarme, pero lo sé ahora, desde hace algunos años, desde que le permití al tacto extenderse por todo el cuerpo y al cuerpo existir más allá de la experiencia estética.
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Ahora entiendo las manos, he sostenido, he tomado, me he aferrado, he señalado, he hecho señales, he sido señal y he sido signo, he movido mis manos sobre otra piel, he descubierto mi propia piel, la reconozco como una piel que siente pero que también piensa y sus pensamientos se mueven sobre otro cuerpo, he tocado cicatrices que no son mías, incluso le he procurado cicatrices a alguien más, cicatrices con formas hermosas, cicatrices de colores, he aprendido a dirigir mi tacto, he convertido todo mi cuerpo en una mano.
Es difícil, decía Heidegger, pensar es el más difícil oficio de la mano del hombre, aun así, o mejor dicho, a pesar de ello, solo en la caricia es en donde logramos realmente trascender, porque es ahí en donde el movimiento se convierte en consciencia y sentido, porque el tacto es un lenguaje, una caricia es la palabra en carne viva.
Bien lo escribió Benedetti en un acertado Informe sobre caricias:
La caricia es un lenguaje
Si tus caricias me hablan
no quisiera que se callen
…
Es la fiesta de la piel
…
La caricia empieza antes
de convertirse en caricia
Una caricia implica entrega, es ahí donde empieza. Soy yo quien se entrega en ella para experimentar al otro.
Es la fiesta de la piel
Barthes, pregunta ¿No es acaso nada, para ti, ser la fiesta de alguien?
Leí acerca de una creencía que dice que el dedo medio de la mano de una mujer tiene la medida exacta de profundidad para plantar el maíz, y quiero que sea verdad, tan verdad como que si el cuerpo da lugar a la existencia, los dedos de la mano nos permiten sentirla, tan verdad como que el tacto es el sentido de los sentidos, tan verdad como que tocar es ser tocado y sentir es sentirse.
Quiero que sea verdad, como la cicatriz que tengo cerca del codo, como cuando el poeta Lucrecio dijo «Todo siente y sentimos todo en grandes, medianas y pequeñas proporciones. Todo nos toca, somos tocados por todo y nada es intocable, ni siquiera el alma, ni siquiera los dioses».
Alguien a quien amo me dijo una vez «Todo lo que vemos sucede en el pasado. Todo lo que oímos sucede en el pasado, aún más lejos. Pero lo que tocamos, lo que tocamos, eso sí, es ahora».
Mientras escribo y recuerdo esto, viene a mi mente Don Quijote, que un díase despierta y dice «Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, para certificarme si era yo mismo el que allí estaba o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento (…) me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora». Lo que tocamos, eso sí es ahora, es el presente, es la existencia y la verdad que se extiende por todo el cuerpo, tocar es hallar nuestro propio cuerpo.
Dice Homero, en uno de los cantos de la Odisea, que la nodriza de Ulises le reconoce al tocar una cicatriz que este tenía en el muslo, tocar es hallar nuestro propio cuerpo y también el del otro, es extender la voluntad táctil y trascender la voracidad egoísta que nos limita de la caricia constante.
Dejemos que otras manos nos nombren con su roce, asumamos el compromiso háptico de escuchar lo que las caricias nos dicen y pidamos que no se callen, conversemos con la piel, permitamos el contacto, rindámonos ante la posibilidad de tocar para creer, para crear, para existir.
Si tus caricias me hablan
no quisiera que se callen.
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