¿No han hecho ya suficiente penitencia las mujeres y niñas víctimas del machismo misógino y violador? ¿No han ayunado en exceso los trabajadores agrícolas, los subempleados del sector informal, la comunidad LGBTIQ+, los niños excluidos del sistema educativo y presas de la desnutrición crónica, la población que carga con las consecuencias de la corrupción, las comunidades indígenas, los empleados que deben someterse a la voluntad tirana y neurótica de sus empleadores? Al inicio de cada Cuaresma se nos invita a convertirnos y a creer en la buena nueva (Mc. 1, 15). ¿Consiste esta última en el anuncio del fin de nuestros ayunos y sufrimientos, en la posibilidad de transfigurar nuestro obsceno modo de existencia?
Parece que ayunan los equivocados. El 19 de abril de 2018, un sexteto de empresarios guatemaltecos confesaba públicamente estar involucrado en un caso de financiamiento electoral ilícito. Pilar de nuestras tragedias. Con antelación, y sin éxito, algunos habían intentado negociar con el comisionado anticorrupción el fin de las pesquisas que los expondría como una de las principales fuentes corruptoras. Los arrepentidos empresarios declararon: «Estamos acá dando la cara, asumiendo cualquier responsabilidad que hubiere, y conscientes de las consecuencias de nuestras decisiones personales». Esta inusual situación me hizo recordar entonces el episodio veterotestamentario que arranca con la escena en la que el profeta Natán hace caer en cuenta al rey David de su crimen. Natán le cuenta la historia de un hombre rico que, para alimentar a sus visitantes, toma la oveja de un pobre con el fin de mantener intacta las propias. De inmediato David clama a Dios por justicia y venganza. Natán le revela que se trata de su propio delito. El rey David no solo reconoce su crimen, sino que, en señal de arrepentimiento, inicia un período de ayuno y oración (2 S 12, 1-13), un proceso de conversión. Precisamente esta última parte, la que sigue al arrepentimiento, es la que nunca se dio en el caso del sexteto impenitente. A lo mejor es por eso que las cosas siguen tan iguales como antes del fallido acto contrito.
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A este sexteto de impenitentes arrepentidos bien podrían añadirse otros raptores de las ovejas de los pobres: los políticos del pacto de impunidad, los jueces y fiscales corruptos que persiguen a quienes han hecho posible el milagro del arrepentimiento y la confesión. También los pastores y clérigos que calman las conciencias de los depredadores de los débiles y rezan por el fin de la persecución de sus (pícaras) ovejas. A todos estos les vendría bien un período de ayuno y penitencia. Uno que tenga repercusiones públicas. En auténtico acto de conversión, aumentarían el salario mínimo al menos hasta que permita cubrir el precio de la canasta básica, pagarían los impuestos que por ley están obligados a pagar y administrarían con transparencia los fondos públicos. Pararían la criminalización de quienes defienden los ríos, las montañas y sus comunidades. Se comprometerían a ofrecer contratos laborales apegados a la ley y no intentarían eludir sus responsabilidades en los juzgados de trabajo. Meditarían, quizá, sobre la experiencia evangélica que llevó al sacerdote jesuita Rutilio Grande y a sus compañeros, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, a ofrendar su vida para que los pobres y excluidos tuvieran la oportunidad de vivir dignamente. Nos encaminaríamos con esto a una transfiguración del sensus communis guatemalensis.
Solo entonces no ayunarían los equivocados y la conversión a la buena nueva del amor tendría finalmente la posibilidad de salvarnos a todos. Este es el tipo de Cuaresma que necesitamos en Guatemala, una que tenga repercusiones salvíficas. Para todos los demás, para la mayor parte de la población guatemalteca que ayuna y debe hacer penitencia diaria e involuntaria, tendría más sentido recordar: «… yo quiero amor, no sacrificio» (Os 6, 6). Hemos ayunado y hecho ya demasiados sacrificios. Que se conviertan y crean en la buena nueva del amor quienes nos impiden vivir en un país seguro y solidario, quienes roban el futuro de los niños y las niñas. Ya han confesado. Oremos por su conversión. ¡Que así sea!
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