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Berta Brías de Coro posa con su hija Taila María enfrente de su casa, que colinda con una colonia privada, en el asentamiento San Francisco Pavón, Fraijanes, en la periferia de la ciudad de Guatemala, el 11 de noviembre 2011. Simone Dalmasso

Una economía del siglo XXI: 7 claves para producir sin morir y no matar al planeta

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Una economía del siglo XXI: 7 claves para producir sin morir y no matar al planeta

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La economista Kate Raworth propone cambiar la forma en que producimos y distribuimos cosas y riqueza: ¿Podemos centrarnos en las necesidades de la humanidad?, ¿el ser humano solo piensa en su bienestar?, ¿podemos dejar de preocuparnos por el crecimiento y concentrarnos en reducir las desigualdades?, ¿podemos producir sin continuar con la destrucción del planeta? El reto requiere mucha imaginación. Pero hay 7 claves.

Preocupada por la pobreza y la destrucción del ambiente, sus vivencias personales y profesionales, la economista Kate Raworth asumió una posición crítica sobre la teoría económica convencional, que la considera como un sistema cerrado e independiente. También cuestiona los postulados que rigen la economía, es decir, los factores productores de riqueza, como los recursos naturales, el trabajo, el capital y el conocimiento.

En su libro Economía Rosquilla. Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI, nos reta a pensar como economistas del siglo XXI. Propone que el crecimiento económico no es el objetivo central, considera que la economía interactúa con la naturaleza y con las instituciones y reconoce su interdependencia con el ambiente. Afirma que la desigualdad no es una necesidad económica sino un fallo de diseño. 

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¿Qué es la rosquilla?

La rosquilla es una brújula para guiar a la humanidad en el siglo XXI. Apunta a un futuro que puede satisfacer las necesidades de cada persona al tiempo que protege el medio natural del que dependemos. En palabras de Enrique Dussel, filósofo argentino que ha estudiado la herencia de la colonia, el «capital está llevando a la extinción de la vida y al empobrecimiento del 99% de esa humanidad».

Por debajo del fundamento social de la rosquilla se sitúan las deficiencias de bienestar humano que afrontan quienes carecen de elementos esenciales de la vida: alimento, agua limpia, saneamiento, acceso a energía, cocina limpia, educación, sanidad, vivienda digna, renta mínima, trabajo digno, acceso a redes de información y redes de apoyo.

El anillo exterior de la rosquilla, es decir, el techo ecológico, representa los límites planetarios. La humanidad no debería ejercer presión sobre el planeta si pretende proteger la estabilidad de nuestro hogar, la Tierra. Ahora provocamos cambio climático, acidificación de los océanos, contaminación química, extracción excesiva de agua dulce, conversión de tierras, pérdida de biodiversidad, y reducción de la capa de ozono.

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Por ejemplo, entre los indicadores de exceso reportados por Will Steffen y otros autores en 2015, se encuentra el consumo de agua dulce, cuyo límite planetario es de 4,000 kilómetros cúbicos anuales. Ahora es de unos 2,600 kilómetros cúbicos al año y su tendencia es al alza.

Entre esos dos límites se extiende una zona óptima, con una inconfundible forma de rosquilla, que es ecológicamente segura y socialmente justa para la humanidad. La tarea del siglo XXI es llevar a toda la humanidad a ese espacio.

Las siete maneras de pensar

1. Cambiar de objetivo

Se propone que el Producto Interno Bruto (PIB) deje de ser el principal indicador de progreso. El siglo XXI requiere un objetivo más ambicioso: respetar los derechos humanos de todas las personas. En lugar de perseguir un PIB cada vez mayor, es hora de descubrir cómo prosperar de forma equilibrada porque el planeta no puede seguir con el mismo ritmo.

Raworth argumenta que el movimiento que mejor describe el progreso necesario es un equilibrio dinámico. Es decir, alcanzar la prosperidad moviéndose entre el fundamento social y el techo ecológico. Es pasar del infinito del PIB a la prosperidad en equilibrio de la rosquilla. Así hace preguntas personales (¿de qué manera la forma de comprar, comer, viajar, ganamos la vida, gestionar las cuentas bancarias, votar otras actividades de voluntariado influyen en los límites sociales y planetarios?), pero también cuestiona a las empresas (¿contribuye nuestra marca a llevar a la humanidad a ese espacio seguro y justo?) y a los funcionarios de las economías más poderosas del mundo (¿cómo diseñar un sistema financiero global que sirva para llevar a la humanidad a esa zona óptima?).

2. Ver el panorama general

En los cursos de economía ocupa un lugar central el flujo circular entre empresas y familias. Unas aportan trabajo a cambio de salarios y beneficios y otros su capital. Las familias gastan sus ingresos comprando en el mercado bienes y servicios a las empresas. Esta interdependencia entre producción y consumo crea el flujo circular de la renta. Complementan el flujo la banca comercial, el Estado y el comercio internacional.

Raworth propone redibujar la economía, concibiéndola como un sistema abierto que interactúa con la sociedad y la naturaleza, y basándola en la energía solar. Implica reformular las ideas sobre la Tierra, la sociedad, la economía, la familia, el mercado, los comunes, el Estado, las finanzas, la empresa, el comercio internacional, el poder.

La propuesta de concebir la economía como un sistema abierto resulta muy fecunda para la formulación de políticas públicas que reviertan el deterioro de los ecosistemas y del sufrimiento de las personas. Permite incorporar el valor de la naturaleza y de la vida humana.

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3. Cultivar la naturaleza humana

La economía del siglo XX postula la noción del «hombre económico racional” que es egoísta, aislado y calculador. La naturaleza humana es mucho más rica que eso: las personas somos seres sociales, interdependientes, próximos, de valores fluidos y dependemos del medio natural.

La humanidad es una comunidad de sembradores y acróbatas. Raworth explica que esta imagen nos recuerda que, entre todos los animales, somos la especie más social y dependemos de otros durante todo el ciclo vital.

La imagen de sembradores y segadores nos coloca en la red de la vida, haciendo patente que nuestras sociedades evolucionan con el medio natural del que dependemos. Y los acróbatas muestran nuestra capacidad de confiar, de actuar con reciprocidad y de cooperar entre nosotros para lograr cosas que no podemos conseguir solos.

Raworth concluye que hemos malgastado doscientos años admirando al homo economicus, figura solitaria que se alza enarbolando el dinero, de cabeza calculadora, con la naturaleza a sus pies y un apetitito insaciable en su corazón. No somos eso.

4. Aprender a dominar los sistemas

Un sistema es un conjunto de elementos interconectados de tal forma que produce pautas de comportamiento. Pueden ser células de un organismo, los participantes de una manifestación, los miembros de una familia o los bancos de una red financiera. En el núcleo del pensamiento sistémico residen tres conceptos simples: existencias o reservas y flujos, bucles de realimentación y demoras. Su interacción es compleja.

Raworth explica que si las existencias y los flujos son los elementos principales de un sistema, los bucles de realimentación son sus interconexiones.

En todos los sistemas hay dos clases de bucles: de realimentación reforzante (positiva) y bucles de realimentación equilibradores (negativa).

Con los bucles de realimentación reforzante, cuanto más tienes, más obtienes. Amplifican lo que ya está ocurriendo, creando círculos viciosos o virtuosos que, si no se les pone freno, desembocan en un crecimiento explosivo o en el colapso: Las gallinas ponen huevos, de los que nacen más gallinas, y de ese modo la población de aves crece y crece.

Las realimentaciones de equilibrio impiden explotanr o implosionar, salirse de control. Contrarrestan y compensan lo que ya está ocurriendo y, en consecuencia, tienden a regular los sistemas.

La complejidad se deriva del modo en que los bucles de realimentación reforzantes y equilibradores interactúan mutuamente: de ese movimiento surge el comportamiento del conjunto del sistema.

Raworth explica que de estas interacciones entre existencias, flujos y realimentaciones y demoras surgen los denominados sistemas adaptativos complejos. Complejos debido a su impredecible comportamiento emergente y adaptativos porque no dejan de evolucionar a lo largo del tiempo.

Así, se hace evidente la potencia del pensamiento sistémico a la hora de entender el mundo actual en perpetua evolución, desde el auge de los imperios empresariales hasta el colapso de los ecosistemas. Raworth propone entender el dinamismo de la economía en términos de sistemas. Se trata de relacionar los mercados financieros con la desigualdad económica y el cambio climático, por ejemplo.

5. Diseñar para distribuir

Según Raworth, no hay que esperar que el crecimiento económico reduzca la desigualdad, porque no lo hará. Como alternativa propone crear una economía que sea distributiva por diseño. Considera que para que una economía coloque a todo el mundo por encima del fundamento social de la rosquilla debe alterar la distribución de la renta y de la riqueza.

Propone que la economía funcione como una red distribuida cuyos nodos se hallan interconectados por un entramado de flujos. La idea que está detrás es que las redes son excelentes para distribuir recursos de manera fiable.

Raworth afirma que el desarrollo económico debe centrarse más en fomentar el capital humano, de la comunidad y de la pequeña empresa. La cuestión es diseñar redes económicas que distribuyan el valor, es decir, materiales, energía, conocimiento y renta, de forma más equitativa.

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¿Qué formas concretas propone Raworth para reducir las desigualdades?

Crear comunes del conocimiento global. Una red mundial de diseño libre de código abierto para los innovadores comunitarios. Para ello se requiere una plataforma digital global que permita la colaboración entre investigadores, estudiantes, empresas y organizaciones no gubernamentales. Así, se fomentará la innovación, el emprendimiento y la solución de problema locales.

John Stuart Mill propuso impuestos a los «propietarios rentistas» que se «enriquecen por así decirlo mientras duermen, sin trabajar, arriesgar o economizar». Según Raworth, inspirados en tal razonamiento, hay impuestos sobre el valor de la tierra en países como Dinamarca, Kenia, EE.UU. y Australia. Raworth apela a una discusión sobre la política fiscal basada en criterios de eficiencia social, económica, ambiental y política y no solo desde un ángulo.

Las empresas autogestionadas por los empleados y las cooperativas de trabajo constituyen una piedra angular del diseño de empresa distributivo. Este modelo, afirma Raworth, ofrece mayor seguridad laboral y la participación en la gestión de la empresa. Para reforzar su argumento, señala que en 2012 las 300 cooperativas más grandes del planeta generaron unos ingresos de USD$2.2 billones, el equivalente a la séptima economía del mundo.

6. Crear para regenerar

Raworth propone el modelo de economía «mariposa», la cual se concibe como regenerativa por diseño, es decir, aprovecha el inagotable flujo de la energía solar para transformar materiales en productos y servicios útiles. Funciona con energías renovables (solar, eólica, biomasa, undimotriz, fuentes geotérmicas), elimina todos los productos químicos tóxicos y erradica los residuos. Para Raworth, la degradación ecológica es el resultado de un diseño industrial degenerativo.

La clave para que esto funcione es concebir todos los materiales como elementos pertenecientes a uno de dos posibles ciclos de nutrientes: nutrientes biológicos (suelo, plantas y animales) y nutrientes técnicos (plásticos, productos sintéticos y metales).

Así, estos dos ciclos se convierten en las dos alas de la mariposa, donde los materiales nunca se gastan y se tiran, sino que se utilizan una y otra vez mediante ciclos de reutilización y renovación.  El reto para reutilizarlos está en asegurarse de que no se explotan más deprisa de lo que la naturaleza los regenera.

7. Ser agnósticos con respecto al crecimiento

La séptima propuesta que hace Raworth es adoptar una postura agnóstica respecto al crecimiento. ¿Es viable una economía que no crece?, ¿es posible que haya prosperidad independientemente de que se crezca?

Raworth no responde, pero sí invita a indagar sobre la correlación entre crecimiento y prosperidad, entre los factores explicativos del crecimiento y su ritmo. Identifica dos posturas respecto: Los defensores de que el crecimiento es necesario y posible y los que sostienen que ya no es posible ni necesario.

La autora reconoce que ambas tienen parcialmente la razón. La primera confía en desacoplar el PIB de los impactos ecológicos. ¿Es posible? Los partidarios de este enfoque (economía verde) consideran que sí al abandonar los combustibles fósiles y adoptar las energías renovables, fortalecer la economía circular para hacer eficiente el uso de los recursos y expandiendo la transformación digital, en donde la mente y no la materia, el cerebro y no la fuerza física, y las ideas y no las cosas impulsan el crecimiento del PIB.

Hay cierto escepticismo, anota Raworth, sobre la viabilidad del crecimiento verde al constatar, por ejemplo, que las emisiones de los países de renta elevada tendrían que reducirse a un ritmo de al menos un 8% o 10% anual para situar la economía global dentro de los límites planetarios. Sin embargo, las emisiones han disminuido a lo sumo un 1% o 2% anual. Raworth concluye que para cerrar esta brecha se requiere un desacoplamiento suficiente.

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Aquí conviene retomar el trabajo de Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI. Explica con detalle la ley del crecimiento acumulado. Con base en el análisis de la tasa de crecimiento mundial de 1700 a 2012 encontró que la de los países que están a la vanguardia en desarrollo tecnológico mundial, no podrá ser superior a 1% o 1.5% anual a largo plazo, sin importar qué políticas se apliquen.

Sobre la segunda postura, Raworth acude a experiencias concretas para demostrar que sí es posible obtener beneficios sin que haya crecimiento. Alude a la «inversión directa perenne” (IDP) que genera rendimientos financieros a la vez aceptables y resilientes de empresas maduras con bajo o nulo crecimiento.

El mecanismo es que en lugar de pagar a los accionistas dividendos basados en beneficios, la empresa paga una parte de su flujo de ingresos a los inversores a perpetuidad. Esta configuración, afirma Raworth, permite que una empresa rentable que no crece atraiga una inversión estable de gestores de riqueza con visión de largo plazo, como los fondos de pensiones. La IDP permite que una empresa actúe a la manera de un árbol: Una vez alcanza la madurez, deja de crecer y da fruto, y ese fruto es tan valioso como lo fue el crecimiento.

Para ser agnóstico respecto al crecimiento se requerirá reconocer experiencias concretas y sus escalas.

Según la economista Rebeca Gimeno, Nueva Zelanda, Austria y Holanda han dado pasos en dirección de diseñar una economía rosquilla. Suecia ha emitido una ley de emisiones cero y se compromete a no emitir ningún gas efecto invernadero a partir de 2045. Austria se encamina hacia la economía del reciclaje y dejar atrás la práctica de usar y tirar. En Holanda y Nueva Zelanda se debate en los espacios de poder las proposiciones de la economía rosquilla.

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¿Cuál es el camino?

Esta invitación a cambiar la forma de concebir la economía en el siglo XXI que hace Rawortn se complementa con la necesidad de identificar los escenarios o disyuntivas a las que tienen que enfrentarse las corporaciones, empresas, el Estado y la sociedad. 

Hay cinco posibles rutas a seguir, con énfasis en la dimensión ambiental:

  1. No hacer nada. Seguir maximizando beneficios mientras no se introduzcan impuestos o cuotas medioambientales que alteren los incentivos corporativos.
  2. Hacer lo que salga a cuenta. Adoptar medidas de eficiencia ecológica que reduzcan costos o que potencien la marca.
  3. Hacer la parte que nos toca. Reconocer la necesidad de realizar el cambio a la sostenibilidad.
  4. No hacer daño. Supone un auténtico cambio de perspectiva. Se conoce también como misión cero, es decir, diseñar productos, servicios, edificios y empresas que aspiren a ejercer un impacto ambiental nulo.
  5. Ser generoso, crear empresas que sean regenerativas por diseño, compensando a los sistemas habitables. Es una forma de estar en el mundo que hace suya la gestión de la biosfera y reconoce que tenemos la responsabilidad de dejar el medio natural en mejor estado de cómo lo encontramos.

Desde el ángulo ambiental, en términos comparativos, Guatemala presenta un bajo desempeño ambiental. En 2018, ocupó el puesto 110 de un total de 180 países. Nuestra calificación fue de 52.33. Los países que encabezan la clasificación más alta son Suiza (87.42), Francia (83.95), Dinamarca (81.60), Malta (80.90) y Suecia (80.51). Los cinco países que presentan la calificación más baja son Nepal (31.44) India (30.57), República Democrática del Congo (30.41), Bangladés (29.56) y Burundi (27.43).

La utilidad que tienen las proposiciones y disyuntivas expuestas por Raworh es la importancia de abrir procesos de dialogo que estén basados en objetivos universales y dispuestos a explorar nuevas rutas, sin apegos a supuestos teóricos e ideológicos. Es un desafío enorme en un ambiente de intolerancia y polarización como Guatemala. No se parte de cero. Existe un marco orientador: Constitución de la República, Acuerdos de Paz, Objetivos de desarrollo Sostenible. Lo único que se requiere es disposición de remover intereses, pensar y actuar desde la búsqueda del bien mayor.

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