Tres siglos y medio después, la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC) sigue monopolizando los recursos públicos destinados a la educación superior. Y a la par tenemos 14 universidades privadas, de distinto signo ideológico, persiguiendo intereses corporativos y de roscas cercanas al poder del Estado. Una politiza la academia y las demás mercantilizan el conocimiento y el derecho a la educación de la población en general. Señalaba que, en ese contexto, la democracia universitaria es un mito que esconde intereses de élites profesionales que están ora en la educación pública, ora fundando y controlando universidades privadas, ora accediendo a círculos de poder político, ora alejándose de la academia en procesos legales mas no legítimos.
Por esas y otras razones, las universidades, en diferentes intensidades o modalidades, lucen lejanas a la realidad diversa del país y tienen una débil incidencia en el desarrollo integral o, mejor dicho, desarrollan la sociedad de manera desigual. Para muchos, las instituciones universitarias son altamente conservadoras y se asemejan a los castillos feudales de antaño, donde los señores controlaban el conocimiento, el poder y la economía y cerraban sus pesadas puertas a la mayoría poblacional, especialmente a la pobre. Además, discriminan prácticas y saberes que no sean los originados en la civilización occidental. (Según el Instituto Nacional de Estadística, solo el 10 % de los estudiantes de la USAC son pobres, una proporción casi igual a la de indígenas dentro de ella).
Los que hemos transitado por la universidad pública somos privilegiados, y más los que se han insertado en las universidades privadas. Sin embargo, me pregunto si me he formado o deformado cuando la inserción en la vida social es problemática y difícil, cuando lo que me motiva es el lucro personal y olvido los preceptos del juramento universitario de defender las causas nobles, erradicar la injusticia y colaborar en la solución de los problemas nacionales. Eso me angustia, sobre todo por darles la espalda a mis raíces, conocimientos y prácticas ancestrales y por obviar la diversidad. Semejante colonización intelectual requiere un profundo proceso de descolonización, más difícil que lo primero, y, en ese sentido, proponer alternativas académicas que promuevan la desmonopolización, la pertinencia cultural, la descentralización de los estudios, el acceso democrático y la complementariedad entre tradición y modernidad.
Lo anterior motivó a formular, allá por 1980, antes de los acuerdos de paz, el primer planteamiento de la creación de la universidad maya. Sobre todo, por la exclusión cultural, poblacional, territorial, epistemológica y política de pueblos, clases y culturas. Las primeras ideas surgieron de cuestionarnos si la universidad maya debía ser exclusivamente para los mayas, para dotar a estos de ciencia y tecnología mayas (es decir, que se creara una entidad de estudios superiores cerrada a la ciencia universal), a lo que se respondió que no. La idea era crearla desde los mayas para la pluralidad social del país, desde las propias capacidades y fortalezas organizativas y de conocimiento y abierta e incluyente de las distintas ciencias, pero recuperando la ciencia y la técnica propias al servicio del cambio social incluyente.
Se propuso, como alternativa para desmonopolizar la educación superior pública, que fuera expresión y aporte del pueblo maya y que se consolidara el derecho de nuevas iniciativas educativas desde distintos grupos y clases sociales y culturales, toda vez que las universidades existentes respondían a intereses patrimonialistas, y no a la estructuración socioeconómica de la sociedad. Considerábamos que la universidad debía ser adaptada y adaptable a la diversidad social-étnica, a la pluralidad, a la multiculturalidad y a la diferencia de clases; que debía cumplir la función propedéutica para contrarrestar el fracaso del sistema educativo nacional y su impertinencia cultural; que debía encaminarse por la senda del conocimiento universal sin obviar la historia y la tradición.
Para su creación era necesaria la reforma constitucional, pues así se desmonopolizaría la educación superior pública, lo que implicaba la posible creación de otras universidades públicas distintas a la San Carlos que pudieran ser territoriales. Y en ese sentido era necesario crear la universidad maya en territorios indígenas. (Continuará).
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