«Y dijo: “Yo seré grande sobre la gente […] Seré su sol [¿Tonatiuh?)], su luz. Seré su luna […] Grande es mi iluminación. Soy su camino […] Mis ojos son brillantes, destellos de esmeraldas. Mis dientes, cuajados de piedras como el cielo. Mi nariz brilla de lejos como la luna y mi vista ilumina la superficie de la tierra cuando salgo de mi trono. Así pues, siempre seré sol, seré luna” […] Pero no era cierto. No era el sol el Siete Vergüenzas. Nada más se jactaba de sus plumas, de sus escamas. Todavía no salían el sol, la luna, las estrellas. Todavía no había amanecido, por lo cual Nuestras Siete Vergüenzas se hacía pasar por un sol, por una luna […] Solo ambicionaba grandeza»[1].
En el mito relatado en el Pop wuj, los gemelos Junajpú e Ixbalanqué se dieron cuenta de que, mientras existiera un ser soberbio que suplantara la divinidad, la humanidad y la justicia, no iba a despuntar el sol (el conocimiento), la ira iba a reinar y la acumulación excesiva de riqueza y de poder iba a envanecer a los seres humanos, por lo que determinaron acabar con Vucub Caquix para que no interrumpiera el destino de la humanidad. Unieron esfuerzos, acudieron a sus mayores (abuelos) y, utilizando su creación tecnológica (la cerbatana), abatieron al soberbio, que se posaba en el árbol de nance, que era su bastión y reducto (¿la Municipalidad?). Le pegaron «con un bodoque en la mandíbula y dañaron sus dientes, sus ojos esmeraldas y su pico, símbolos externos de los cuales se vanagloriaba y deificaba el Siete Vergüenzas»[2].
Luego de atacar su soberbia y derrumbar su bastión, llegó la humillación y acabó el poder. «Ya solo a tientas andaba cuando le quitaron el motivo de su orgullo»[3]. Y surgen el ser humano, el conocimiento, los valores y la civilización. ¡Amanece!
Recordaba esta parte del libro sagrado k’iche’ (reserva de la cosmovisión y testimonio de la historia, de la filosofía, de la ética y de la moral del pueblo en su relación con la madre tierra, el cosmos, la sociedad, el pensamiento y el ser humano) al observar la vida y los hechos de Álvaro Arzú en la historia de Guatemala. Él representa la esencia del colonialismo, del racismo y del machismo. Es producto de la historia colonial. No es individualidad política ni producto de la contemporaneidad. Es convergencia de siglos de opresión, de expolio y de desprecio del ser humano diferente. Es la doble moral que sustentó las invasiones occidentales de los siglos XV y XVI a territorios indígenas, mediante las cuales se violentaron pueblos, soberanías y cosmovisiones.
No es simplemente Álvaro Arzú. Es el colonialismo. Es también el espejo del rey de España, que exige que pidamos disculpas por los invasores muertos a manos de los pueblos que se defendieron de la ambición imperial de España. Es el descaro. Es la violencia. Es la corrupción y la impunidad. Es el capataz de la finca llamada Guatemala. Es la privatización que mata a los pobres y engorda a los ricos. Es el sistema.
Contra eso, para que amanezca la democracia, para que se eleve el sol de la justicia y de la equidad, para erradicar la soberbia política y el autoritarismo pigmentocrático, para que resurja el pueblo, tal como lo señala el Pop wuj, son necesarios el análisis crítico de la realidad y su cuestionamiento, entender el aislamiento individual que ha impuesto el sistema, conocer las fortalezas y que imperen la dignidad y la tolerancia.
Para ello es necesario construir colectivos plurales de pensamiento y de acción, retomar la sabiduría ancestral, acompañarse de la mística de las luchas populares y de los pueblos y cuestionar la verdad única impuesta y el modelo económico y político hegemónico para abatir la soberbia y la vanidad basadas en el poder material que ostenta el Tonatiuh eterno y dar paso a la sociedad plural.
Como dice Evo Morales en su decálogo del buen vivir: «Construir un mundo con una democracia real y participativa, en el que quienes gobiernen manden obedeciendo. Un mundo sin oligarquías, sin jerarquías, sin monarquías financieras. Un mundo en el que la acción política esté destinada al servicio de la vida como compromiso humano ético y moral».
[1] Adrián Inés Chávez, traductor (1979). Pop wuj. México: Ediciones de la Casa Chata.
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