Pude salir gracias a la celeridad de respuesta del equipo responsable del mantenimiento de los ascensores del hotel donde estaba hospedado y a mi condición física (hacer ejercicio físico sin importar la edad es importante), porque tuve que propulsarme para escapar por una abertura pequeña que lograron mantener mientras yo salía del encierro que pudo ser fatal para una persona claustrofóbica o para alguien que padeciera alguna dolencia cardíaca.
Mientras se lograba abrir una de las puertas de ingreso tuve la ocasión de pensar y repensar la situación en que me encontraba y cotejarla con algunas vivencias (no mías precisamente) que pueden ser parangonadas. Las describiré de manera numerada para no dejar alguna en el olvido.
1. Hace muchos años tuve que operar de emergencia a un joven que había sufrido una herida en el abdomen provocada por proyectil de arma de fuego. Lucía tatuajes en todo el cuerpo y pertenecía a una mara. Cuando llegó el momento de su egreso hospitalario dialogué con él y le pregunté acerca de la razón de pertenecer a un grupo donde la frontera entre la vida y la muerte era difusa. Me respondió que la mara era como una ventana por donde había podido escapar del encierro que le provocaba la miseria. Un día se le presentó una falsa claraboya y decidió correr el riesgo. Qué fue de él después de salir del hospital, pues, lo ignoro. Nunca supe de su persona porque no volvió ni a su primera consulta postoperatoria.
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2. No tengo recuerdo si antes o después de la experiencia narrada en el numeral 1, dialogué con un migrante que había logrado su sueño americano. Lo conocí ya como un pequeño empresario en fase de crecimiento y bonanza. Me compartió que la desesperación lo había impelido a cruzar fronteras por medio del coyotaje y a correr el riesgo de perder la vida en el intento. Para fortuna suya, tuvo éxito en su tentativa, pero, con mucha tristeza, me contó de otros casos que terminaron de manera fatal. No ocultaba su sentir con relación a nuestro país y a nuestras sociedades. No terminaba de asimilar que, después de haber corrido todos los peligros imaginables, él estaba enviando dinero a través de remesas. Necesario era para su familia, mas sabido estaba que dichos envíos dinerarios eran de vital importancia para la economía del país que lo había expulsado por su pobreza, misma que le había cerrado todas las puertas posibles. Vio en la migración una claraboya por donde decidió salir. Era su única opción.
3. Otro caso de encierro desesperado fue el de una joven que quedó embarazada y su pareja se desentendió de toda responsabilidad. Como todo cobarde, huyó al tener enfrente lo que él consideró una tempestad. Ella sintió estar entre cuatro paredes y asumió, como posibilidad única de solución, el aborto. Afortunadamente procuró a una profesional de la salud que le hizo comprender que su embarazo no significaba el fin del mundo y le abrió un mar de posibilidades para dar paso a la vida. Hoy, es una académica al servicio de la humanidad.
Estas tres vivencias se repitieron en mis pensamientos mientras se procuraba mi salida del ascensor averiado. Yo sabía que tenía que guardar mucha calma, mas la manera de divagar la mente para minimizar la angustia no es patrimonio absoluto de la voluntad, y las imágenes de algunos hechos sobrevienen según sea la situación que se está experimentando.
Ya afuera del elevador resalté tres palabras que definieron en su momento a posibles agujeros de escape: mara, migración y aborto. Contextos estos que se banalizan o se tratan de manera peyorativa porque no se ha tenido la experiencia del encierro sin salida y con el oxígeno agotándose.
Y me pregunto: ¿qué tipo de sociedad somos? Expulsamos a muchos jóvenes de nuestros entornos para ofrecerles después una redención (fatuo reconocimiento) a cambio de dinero enviado. Es el caso de los migrantes que mantienen a Guatemala con sus remesas.
De los otros casos ni dialoguemos porque se puede lastimar a nuestras ‘impolutas’ conciencias.
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