Hijo de Gustavo Gutiérrez Merino y Raquel Díaz, nació en Lima, Perú, el 8 de junio de 1929. Sus estudios secundarios los concluyó en el colegio de los Maristas del Distrito de Barranco. De 1947 a 1950 cursó estudios de medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. A través de sus prácticas, conoció de cerca la miseria en los barrios pobres y en los mismos hospitales donde se enfrentó cara a cara con esa realidad de la cual se sabe, pero se soslaya para obviar ese reclamo de la conciencia que exige sensatez y coherencia a toda persona que se considere cristiana.
Se decidió entonces por la carrera eclesiástica porque consideró que su tarea tendría que ir más allá de paliar enfermedades o estados depresivos en pacientes que, más tarde o más temprano, volverían al mismo estado por su pobreza. Y su vida académica –desde esta otra categoría cognoscitiva– fue prolífica. En 1951 viajó a Europa para estudiar filosofía en la Université Catholique de Louvain. Después de permanecer allí cuatro años se doctoró, entre 1955 y 1959, en la Université Catholique de Lyon. Luego, en Roma, obtuvo otro doctorado similar en la Pontificia Universidad Gregoriana (1960). De inmediato fue absorbido por varias universidades de prestigio como catedrático y conferencista. Entre otras, Michigan, Montreal, Cambridge, Harvard, Comillas, Berkeley, Tokio (Universidad de Sophía) y São Paulo, en Brasil.
Como autor y tratadista fue incomparable. Convencido de que la filosofía y la teología contemporáneas eran insuficientes para dar respuesta a las necesidades de los latinoamericanos, volvió a las fuentes del cristianismo. Según su visión, la teología de los primeros apóstoles fue pastoral pero justamente intentaba también liberar al pueblo de la esclavitud romana. Trazó entonces líneas pastorales para la iglesia americana dándole énfasis al tema de la pobreza. Estas propuestas pastorales las enunció desde sus obras Líneas pastorales de la Iglesia americana, La fuerza histórica de los pobres, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, La verdad os hará libres y En busca de los pobres de Jesucristo, entre muchas otras.
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Gustavo Gutiérrez fue un seminarista diocesano que se ordenó como presbítero a los 31 años y concluyó su paso por esta vida como un miembro de la Orden de Predicadores. En 1968 la Conferencia Episcopal Latinoamericana dio particular interés al compromiso de la Iglesia católica con los pobres. La respuesta del padre Gutiérrez fue lanzar cinco años después (1973) su libro Historia, política y salvación de una teología de la liberación. La Santa Sede se conmocionó a tal grado por su contenido y posibles consecuencias que urgió a la Congregación para la Doctrina de la Fe (Antiguo Santo Oficio), a emprender un extenso estudio sobre toda la teología de la liberación. Solo se concluyó trece años después con la publicación de los documentos Instrucciones sobre ciertos aspectos de la teología de la liberación e Instrucción de la libertad cristiana (1986). Estos escritos ofrecen explicaciones acerca de puntos positivos y negativos de la teología de la liberación, mas, en el ínterin, el mismo papa Juan Pablo II (paradójicamente) utilizó elementos de esta para algunas de sus directrices pastorales.
La teología de la liberación se engarzó y muchas veces dio paso a la canción protesta aun sacristía adentro. El punto de partida era: ¿Cómo decirle al maltratado, al oprimido y al marginado que Dios lo ama? Gutiérrez sostenía que el objetivo primordial de la Iglesia debía ser el anuncio del amor de Dios. Pero la situación del continente planteó una presencia que, en muchas categorías eclesiásticas, se llamó «la irrupción de los pobres». Bajo este influjo se propusieron cantos que no obstante proclaman un nuevo cielo no hablan del amor de Dios sino de una liberación previa para llegar al amor de Dios. Como ejemplo puede documentarse Un nuevo día cuya primera estrofa reza: «Nos llegará un nuevo día, un nuevo cielo, tierra nueva, nuevo mar, y en este día los oprimidos en una voz, libertad proclamarán».
Contrastó la actitud, en contra o a favor de Gustavo Gutiérrez, de los últimos dos cardenales arzobispos de Lima. El primero fue Juan Luis Cipriani (1999-2019), primer cardenal del Opus Dei. El 13 de agosto de 2001 el padre Gutiérrez fue aceptado oficialmente como novicio en un lugar no determinado (convento) dentro de la provincia dominica francesa. Su superior dejó de ser Cipriani y pasó a ser Thimoty Radcliffe, Superior General de los Dominicos quien expresó su admiración por el teólogo peruano y lo comparó con una de las principales figuras de la Orden: Santo Tomás de Aquino. Gutiérrez no era del agrado del Opus Dei, de los Legionarios de Cristo y otras facciones del conservadurismo religioso. El segundo es el prelado Carlos Castillo, sacerdote diocesano a quien el papa Francisco nombró Arzobispo de Lima y Primado de Perú el 25 de enero de 2019. Según Jesús Bustamante, de elDiario.es, el cardenal Castillo se refirió a él como: «un defensor incansable de la opción preferencial por los pobres, frase que él acuñó y que se integró al Magisterio de la Iglesia como un camino fundamental para vivir nuestra fe».
Así pues, el nombre de Gustavo Gutiérrez ya está inscrito junto a Dom Hélder Cámara, san Romero de América, Pedro Casaldáliga y otros líderes religiosos que han sido la voz de los sin voz de este continente tan lejano y tan cercano, tan querido y tan explotado (de manera inmisericorde) y tan propicio para la reconciliación entre la Iglesia oficial y los pobres del evangelio (si se les sabe encontrar).
Descanse en paz, el presbítero Gustavo Gutiérrez Merino.
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