En la primera avenida de la zona 10 capitalina solían apostarse decenas de muchachos lustradores de zapatos, la gran mayoría provenientes del altiplano occidental. El domingo pasado pasé por el lugar, y me sorprendió ver que solo había uno de ellos, quien, como es usual, me ofreció dar brillo a mis zapatos por cinco quetzales.
Lo que conversamos me dejó perplejo. Oriundo de Chichicastenango, Quiché, al preguntarle por qué estaba solo él y no las decenas de muchachos que compiten por captar clientes para el lustrado de zapatos, me respondió «es que ya todos se fueron para el norte… allá en Chichi ya no queda ningún lustrador, solo yo, todos se han ido.»
Me dolió en extremo. Tuve la visión de Guatemala, representada por el mapa de su territorio, desangrándose por su frontera norte con México. Bastante acongojado, pregunté si solo los muchachos se habían ido, o también las muchachas. «Parejo, la necesidad no distingue entre hombres y mujeres. Se cobra igual, 175 mil quetzales por llevarlo a uno seguro, a las mujeres las llevan más rápido para que no las violen, pero, igual, lo matan a uno si el viaje se tarda. Si uno tiene una cuerda de tierrita, se deja empeñada como garantía, y ya trabajando, poco a poco, y si no lo agarran a uno, se va pagando la deuda».
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Acompañado del pequeño Abner, su hijo de 4 años, quien veía la labor de lustrado disfrutando de agua gaseosa y una bolsita de chucherías, me contó que su esposa, Lucía, de 24 años, también se quiere ir al norte, pero su hija menor, una bebé de un año, está grave en el hospital de Quiché, lleva dos meses interna sufriendo de pulmonía. Lucía permanece al lado de la bebé, y el pequeño Abner no puede quedarse en casa, «llora mucho», y por ello acompaña a su padre a verlo trabajar como lustrador.
«Pero, en unos cuatro meses, yo también me voy… solo que salga la nena del hospital para que la Lucía cuide también al Abner y me voy. Ya allá ganó dólares y los mando a traer a los tres».
La enorme comodidad macroeconómica que nos dan las remesas que envían estos hermanos y hermanas migrantes no nos hacen sentir la crudeza de la tragedia de perderlos. Y, es que ya son muchos guatemaltecos migrantes fuera, y las remesas son enormes. En 2023 por cada US$10 de remesas, Guatemala logró exportaciones en territorio aduanero de US$6.58, y tan solo US$0.78 en inversión extranjera directa y US$0.54 en turismo. En 2023 las remesas (Q154 millardos) fueron mucho más grandes que todo el gasto público que realizó el gobierno central (Q112 millardos), que toda la recaudación de impuestos (Q95 millardos), y hacen ver enano el gasto público social (Q53 millardos) y la inversión pública (Q5 millardos). Por varios años ya, es gracias a las remesas que la cuenta corriente de la balanza de pagos sigue con posición superavitaria, y gozamos de estabilidad cambiaria.
Con sus remesas, son los migrantes marginados, no las exportaciones ni la inversión extranjera, quienes sostienen el sector externo de la economía guatemalteca.
En el corto plazo se siente sabroso una macroeconomía sostenida por los migrantes. Pero, en realidad y en el fondo, es a costa de la miseria, la pobreza y la falta de oportunidades. No es bueno, y la bonanza aparente no durará para siempre.
A ver si nos damos cuenta y hacemos algo al respecto.
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