La publicación (destinada a estudiantes de educación media y pregrado universitario) logró su cometido porque se comunicaron conmigo tres alumnos de bachillerato y dos docentes de ciclo básico para que les compartiera más información relacionada con nuestro egregio escritor. Les interesó su infancia. Les ofrecí entonces trasladarles, por este medio, otros escenarios de su estancia en Salamá.
Para mejor lograr el propósito tomaré como referencia a fray Domingo Arroyo, O.P., quien estaba a cargo de la parroquia de San Mateo Apóstol cuando el niño Miguel Ángel Asturias Rosales se trasladó de la ciudad capital a la cabecera departamental de Baja Verapaz. Y comprenderemos mejor el contexto cuando nos pongamos al corriente de las razones de la estadía de fray Domingo allá, mismas que se gestaron treinta y un años antes. Vamos entonces a ese espacio/tiempo de Guatemala.
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El 7 de junio de 1872, Justo Rufino Barrios, encargado provisorio de la República de Guatemala, mediante el decreto número 64, proscribió todas las comunidades de religiosos, declaró nacionales los bienes que poseían y prohibió el uso del hábito y distintivos religiosos a aquellos que no salieron del país; asimismo, declaró secularizados a los que se quedaron residiendo en la república. Así fue la exclaustración de los dominicos y otras órdenes. Por ello, era común encontrar en las iglesias sacerdotes que usaban el antenombre Fray pero no ponían a continuación de su nombre las siglas de la orden a la que pertenecían. Aún así, usar el antenombre constituía todo un desafío.
Fray Domingo Arroyo era un religioso dominico exclaustrado y sentó su residencia en la parroquia mencionada. Allí, Miguel Ángel Asturias entabló relación con el religioso entre los cuatro y los cinco años de edad. Se recuerda, en la tradición oral de Salamá, que llegó como aprendiz de monaguillo.
En tres áreas era instruido todo acólito o monaguillo antes del Concilio Vaticano II. Rúbrica, que prescribe la exactitud y devoción para las sacras ceremonias; latín, por ser el lenguaje universal que se utilizaba en estas; y doctrina católica, indispensable para la vida de un buen cristiano que optase por el catolicismo. Aprender latín significaba también ilustrarse en gramática, ortografía, dicción, etcétera. De tal manera que, muy fácilmente, los curas formadores pasaban a ser una especie de segundos maestros de los niños que acolitaban en sus iglesias. Esto suponía también el desarrollo de un afecto entre alumnos y maestros, e, indudablemente, aconteció así con el padre Arroyo y Asturias. Nótese en sus escritos que, aun los que se distinguen por un fuerte contenido crítico contra la jerarquía eclesiástica, guardan en su momento respeto y veneración por el entorno sacerdotal. Asturias estuvo pues, bajo la formación de fray Domingo entre sus cuatro y nueve años de edad.
Como expliqué en mi artículo publicado la semana pasada, según versiones de la oralidad de Salamá, en más de alguna ocasión se llegó a creer que Miguel Ángel tomaría la carrera eclesiástica.
Fray Domingo y los otros religiosos que estaban alrededor suyo (aparecen dos en los archivos eclesiásticos), siendo religiosos exclaustrados, no eran proclives al gobierno liberal de turno. Tampoco eran de los favoritos del arzobispo (dominico y cobanero de origen), fray Julián Riveiro y Jacinto. Y todos los que hemos sido monaguillos, sabemos a cabalidad cuánto influye en los niños esa relación casi paternal con los sacerdotes, tanto en la formación religiosa como en el pensamiento filosófico.
Miguel Ángel Asturias, ya adulto, salió de Guatemala por causas no del todo claras, pero en evidente desacuerdo con el régimen de turno. Obtuvo el Premio Lenín de la Paz y no pocas personas lo tildaron de agnóstico o ateo. Su crítica a la jerarquía eclesiástica fue muy fuerte, particularmente en sus novelas El señor presidente y Torotumbo. Llama la atención entonces, la cantidad de referencias o acontecimientos religiosos que se encuentran en sus principales obras. Para encontrar las razones, es necesario retroceder hasta la faja etaria en donde, los períodos Simbólico, Intuitivo, de Operaciones concretas y de Operaciones formales del desarrollo psicológico del niño, permiten fijar ideas, formar carácter, desarrollar rasgos de personalidad y proyectar las vivencias y las experiencias a muchos años después.
Dejo abierta la puerta para estudiantes y docentes que deseen investigar más acerca de este fascinante entramado. Como un delicado anzuelo con la fina carnada de la curiosidad académica, les propongo que comiencen por visitar en Salamá La casa del pretil (allí encontrarán una placa conmemorativa) y el templo parroquial de San Mateo Apóstol. De hacerlo, habrán entrado al vórtice de 1904-1908 y quien sabe si no perciban, difuminada por allí, la figura del Gran Moyas.
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