Trata de contextos poco sabidos o no sabidos de la guerra interna de Guatemala, pero vistos desde sacristía adentro, y, contrasta las malaventuras y las felicidades que los seres humanos sufrimos, a veces, unas seguidas de las otras sin que podamos controlar el momento en que aparecen.
El recién pasado 14 de agosto me tocó en suerte vivenciar en toda su magnitud un momento de esos sufrimientos a causa de las miserias humanas. Y lo contrasté con otro de venturas experimentadas el 15 de enero 2024. También recordé sucesos vividos en ese lapso de enero 2024 para acá y a los que no les encontraba explicación alguna. Creo, comenzaron a aclarárseme –muy posiblemente– desde el miércoles 14 (de manera cruda y dolorosa). Para mejor comprensión, explico el primer contexto, el de las venturas.
Cuando tomó posesión el doctor Bernardo Arévalo y la Dra. Karin Herrera (presidente y vicepresidenta de la República) mi familia nuclear y yo no estuvimos en palcos preferenciales. El domingo 14 de enero mi esposa y tres de mis hijos estuvieron hasta la madrugada en el parque central de la ciudad capital de Guatemala. Yo viajé ese día, en bus, de Cobán a la capital. Solo pudimos reunirnos en horas de la madrugada del día lunes 15 para descansar unas horas y asistir, allí sí, con toda la alegría del caso, al solemne Te Deum de acción de gracias celebrado en la Catedral Metropolitana de Santiago de Guatemala. Tuvimos gratos encuentros afuera y adentro del templo. Uno fue con nuestro rector, el R.P. Míquel Cortés Bofill, S.J. Nos encontramos haciendo cola entre toda la gente que iba a ingresar, sin pases de cortesía ni lugares predestinados. También nos encontramos con el diplomático Iván Espinoza, embajador ante Argentina y con quien nos conocimos en Venezuela el año 2005 precisamente a raíz del lanzamiento de un libro mío en Caracas. Él estaba allá al frente de la embajada de Guatemala. Y así, hubo otras gratas coincidencias que me robarían demasiado espacio al reseñarlas en este artículo.
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Terminado el acto litúrgico celebrado por el señor arzobispo Gonzalo de Villa, S.J., cada quien fue a lo suyo. Mi hija mayor y yo debíamos volver a Cobán por motivos de trabajo. Antes, dispusimos comer algo en uno de los pocos lugares que había abiertos a esa hora en el centro histórico de la ciudad. Fue allí, en ese restaurante cuando, ya sentados, escuchamos los sonidos de los 21 cañonazos en la ceremonia de entrega del bastón de mando al nuevo comandante general del Ejército de Guatemala. Y no pudimos controlar las lágrimas. Los momentos vividos desde la segunda vuelta electoral, acaecida el 20 de agosto 2023, justificaban nuestra emoción.
Dos sucesos signaron ese instante. Uno fue cuando alguien de los comensales dijo: «Los sonidos de esos cañonazos dan gusto y no miedo». Yo pensé: «A mí hasta me parecen dulces». El otro hecho fue igual de significativo. Cuando las lágrimas rodaban por nuestras mejillas, la señorita encargada de la mesa se situó frente a nosotros y en lugar de ofrecernos el menú también se puso a llorar. Nos percatamos entonces de que así estaban otras personas. No éramos solo nosotros los acometidos por esa conmoción psicológica. Sí, fue un momento de venturas humanas.
A partir de entonces, vivenciando y gozando de momentos como los vividos en el restaurante, me pregunté muchas veces por qué hubo personas que intentaron impedir la toma de posesión del nuevo gobierno. Me preguntaba por qué razón si fueron perdedores, en lugar de atacar arteramente, no habría sido mejor para ellas y ellos comenzar a organizarse y prepararse para un periodo venidero. Realizar un ejercicio FODA, ver sus fortalezas, debilidades, oportunidades, etcétera, y trabajar por el bien del país. Pero respuestas no tuve. Fue hasta el miércoles 14 de agosto cuando comencé a entender (posiblemente) el intríngulis.
Durante una sesión de directores y directoras de Campus del Sistema Universitario Landivariano comenzamos a notar la viralización de una noticia relacionada con una conferencia de prensa que brindaba el señor superintendente de administración tributaria (SAT), Marco Livio Díaz, acompañado de sus cinco intendentes. Se trataba del caso llamado B410. Según Carlos Raúl Kestler, de Plaza Pública: «El recaudador Marco Livio Díaz reveló este 14 de agosto que una estructura de 410 empresas habría provocado que el Estado perdiera 300 millones de quetzales en impuestos de 2021 a 2023». 1
Consideré entonces que, de llegarse a comprobar, estaríamos ante muchos momentos de miserias humanas, porque a más de los posibles delitos cometidos, estos habrían sucedido en plena pandemia de Covid-19, cuando la población necesitaba ayuda como nunca, desde la penúltima pandemia sucedida cien años atrás.
Según el superintendente de la SAT las denuncias fueron presentadas a donde corresponde. Era lo procedente.
Una amiga me comentó, refiriéndose a mis dudas: «El contenido de esta noticia puede ser unas de las razones. Yo no quiero enterarme ni de nombres ni de personas. Estoy harta del retintineo del mal».
Yo respondí con el pensamiento (recordando mi novela): «Miserias y venturas humanas». Y le di toda la razón.
Hasta la próxima semana, si Dios nos lo permite.
1 https://www.plazapublica.com.gt/politica/informacion/q300-millones-robad...
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