Cada 25 de noviembre, a instancias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entidades públicas y privadas, y agrupaciones de la sociedad civil alrededor del planeta conmemoran el «Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer». Con este, suman 23 los años de implantación de una iniciativa para elevar la conciencia respecto de uno de los flagelos que humilla a niñas, adolescentes y adultas sin distinción de etnia, religión, ideología o nivel socioeconómico.
De acuerdo con la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, esta práctica engloba todo acto basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico; amenazas de tales actos como la coacción o la privación arbitraria de la libertad, en la vida pública o en la privada.
Una referencia relevante es que, en 1993, la Declaración y Plataforma de Acción de Viena de la Conferencia sobre Derechos Humanos, por primera vez se enfocó en las garantías fundamentales de las mujeres. Con ese pronunciamiento reconoció que la violencia de género es «…incompatible con la dignidad y valor del ser humano y debe ser eliminada… a través de medidas legales y de la acción nacional y la cooperación internacional en los campos de desarrollo económico y social, educativo, de salud y maternidad segura y el apoyo social».
En ese sentido, las declaraciones mencionadas, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y Recomendaciones de las Expertas de la Convención, el Protocolo Facultativo de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, «Convención de Belém do Pará» y el Informe Hemisférico de las Expertas del Mecanismo de Seguimiento, entre otros, son instrumentos impulsados en el sistema universal, ONU, y en el interamericano, Organización de los Estados Americanos (OEA).
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Al inicio de este artículo aludí a estrellas poderosas del cine, la música y la televisión, quienes han revelado los vejámenes soportados en distintos momentos. Como ellas, mujeres de la política, del deporte, de la ciencia y de las diversas actividades humanas, son vulneradas en escuelas, el hogar, espacios laborales y otros puntos en los que se expresa la fuerza bruta.
Golpes tan fuertes que causaron sordera, intentos de asfixia, palizas prolongadas, amenazas continuas, repetidas lesiones en cuerpo y rostro, y violación sexual afrontaron las luminarias citadas, hechos que, sin duda, no son ajenos a mujeres que, lejos de los reflectores, yacen en la oscuridad del anonimato cubiertas por la huella de las lesiones infligidas por manos criminales y voces amparadas en el machismo o la misoginia.
Violentar a las mujeres tiene raíces históricas y constituye un problema social sustentado en posturas patriarcales. Guatemala es uno de los países con altos índices a pesar de que no todos los casos llegan a las instituciones de asistencia, de manera que solo el entorno familiar y el vecindario permanecen como mudos testigos.
Según ONU-Mujeres, unas cinco féminas son asesinadas cada hora en el mundo por alguien de la familia, y el 56 por ciento de femicidios es perpetrado por la pareja de la víctima o un individuo cercano. Por eso, el clamor es: “Ni una más”.
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