En su discurso de toma de posesión, en marzo de 1958 el preclaro exrector Martínez Durán bien decía: «No puede un rector de universidad vivir aislado de un mundo en fermento constante, y si quiere hacer de la institución algo nuevo a la altura de su tiempo, debe meditar con hondura en las transformaciones de la vida y el saber».
Martínez soñaba con una universidad novísima, que huyera del peligro de encallar y volverse estática. Se abogaba, en ese entonces, por la formación de hombres y mujeres integrales, y no tan solo pragmáticos mercaderes. Para ello, la ciencia y la técnica deben acompañarse de un nuevo humanismo. Ese es el fin de la universidad estatal y de la educación pública.
Me ha impactado profundamente cómo la improvisación y los mercaderes del templo han llegado, por ejemplo, al sistema de estudios de posgrado en la Universidad de San Carlos, donde cualquier perico de los palotes puede patentar un pénsum de estudios y montar una empresa, contratando incluso a los acomodados profesores del escalafón, otorgándoles fondos extra. Eso es el colmo de la entropía y la mediocridad. La Universidad de San Carlos debe transformarse.
Los insignes maestros de antes permiten trazar un rumbo, ya que propugnaban por una autonomía inherente al quehacer académico. Sin embargo, esto no significa jamás una introversión y que la universidad deba replegarse sobre sí misma, incomunicándose del resto de la sociedad y convirtiéndose en una torre de marfil. Y lujo sería decir, incluso, que al menos fuera una torre marfilesca, con académicos de valía que aportaran a la sociedad mediante el pensamiento científico. No obstante, muy pocas rosas silvestres se observan hoy en día en San Carlos.
Y es que es a través del desempeño de su misión académica que la universidad interactúa con la sociedad. Desde propuestas serias y científicas sobre la reforma del Estado hasta la certificación de materiales de construcción, pasando por laboratorios que verifiquen nuevos medicamentos para enfermedades comunes y crónicas, la universidad tiene un papel crucial que jugar.
A manera de propuesta: nada constructivo puede suceder si no se tiene clara la situación material del guatemalteco. Nada se logrará si se mantiene la visión fragmentada del sector público, donde cada facultad o centro regional lucha por su estrecho campo de conocimiento y sus recursos. Las soluciones son integrales y están profundamente ligadas a la necesaria transformación del Estado, la sociedad y, por supuesto, de la Reforma Universitaria.
En tiempos de anteriores rectores, antes de Murphy Paiz, algo se hablaba de reforma administrativa en la San Carlos. Mi incursión de nuevo a la vida académica universitaria, gracias a una invitación de Carlos Alvarado cuando Edgar Gutiérrez dirigía el IPNUSAC, me permitió ver ese esfuerzo. Pero, lastimosamente, todo ha devenido en un declive que obliga a alzar la voz de la familia universitaria.
[frasepzp1]
Hoy, lamentablemente, la alta cúpula —léase el Consejo Superior Universitario— y una buena mayoría de las juntas directivas facultativas han adoptado los estilos de vida del subdesarrollo, en lo que a sus élites dirigenciales se refiere: hacer pisto y acomodarse. Es como Vivir en el maldito trópico, esa interesante novela de David Unger: donde Marcos Etaleph, un playboy judío, disfruta de una posición privilegiada en una sociedad donde nadie escapa a la corrupción. Cuando Marcos es detenido en un centro hospitalario, sospechoso de fraude fiscal, su hermano usa sus contactos dentro del gobierno y el ejército para tratar de resolver la situación. Porque en Guatemala, todo depende de la posición social, de la capacidad de tener gasto de bolsillo en salud, de acudir a hospitales privados, consultas privadas.
En el caso de una cerrada pléyade de investigadores y docentes de la Universidad de San Carlos, que poco destacan hoy, y la situación es de privilegio. El anteproyecto de presupuesto para 2025 manifiesta que se les asignará más de tres mil millones de quetzales. Sin embargo, la mayor parte del gasto de funcionamiento se concentra en privilegios, por lo que anticipo serios problemas para mantener esas cohortes, que hoy se multiplican con la proliferación de centros universitarios municipales, donde se cuelan docentes poco calificados, quienes quieren llegar al ansiado escalafón doce de la actual Carrera Docente.
Una buena parte de quienes están asentados en los consejos facultativos y en las clases titulares gozan del famoso escalafón doce, —es decir gente con muchos años de estancia por esos lares— que no les rinde menos de Q40,000 al mes, más una buena cantidad de sueldos extra a los 14 sueldos del tradicional calendario laboral del guatemalteco asalariado.
Haga el cálculo usted: Q40,000 con 17 sueldos al año, para un profesor que se ha pasado dando Estadística I o Física II por 30 años sin mayor innovación. Ello significa tener en su bolsillo cerca de Q700,000 al año. Y ahora sin llegar a la U, dando clase por Zoom la mayoría de las veces: profesores ya rucos en pantuflas.
En las facultades de Derecho y Ciencias Económicas, por ejemplo, esto permite a un burócrata de altos vuelos, devengar su sueldo —digamos de viceministro de alguna cartera, o magistrado del organismo judicial—, y navegar hacia el escalafón doce, devengando su sueldo de magistratura y el de su cursito sin mayor evaluación. Eso sencillamente debe regularse, porque, por mucha autonomía, las correas salen del mismo cuero fiscal.
He conocido de esas grandes prebendas y aventuras que lloran sangre. Un ejemplo claro es el de un exgerente del Banco de Guatemala, quien durante décadas impartió su cursito de Microeconomía, mientras estaba inmerso en las altas responsabilidades del Banguat y la Junta Monetaria. En muchas ocasiones, sus auxiliares eran quienes impartían las clases. Este personaje se jubiló del Banguat con una pensión jugosa y desorbitada. Posteriormente, pasó a engrosar las filas políticas y académicas en la Facultad de Economía, donde consiguió un chance académico-burocrático que abultó su emolumento como profe, y rápidamente se jubiló también de la USAC. Ya retirado, fue contratado por sus antiguos alumnos y ascendió al cargo de Subsecretario de Planificación, navegando cómodamente por diversas entidades descentralizadas como el INDE durante el gobierno de Jimmy Morales, percibiendo altas dietas.
El problema no sería tan grave si todo ello no saliera del mismo bolsón fiscal. Recordemos que el Banguat alimenta sus pérdidas operativas con fondos del Ministerio de Finanzas Públicas. Ello mantiene de buena manera a su burocracia.
Casos como estos abundan: los investigadores con escalafón, por ejemplo, deberían retirarse a los 65 años para dar paso a nuevas generaciones más jóvenes, con tecnologías más modernas. Da realmente grima ver sus investigaciones repetitivas y sus autoplagios, sumados a una evidente holgazanería investigativa, que no solo denigra la investigación, sino también el privilegio de llevarla a cabo. Por supuesto, hay excepciones afortunadas, pero los casos paradigmáticos e inmorales proliferan en todo el entorno facultativo.
Y pensar que todo ello se debe a una gobernabilidad que verdaderamente hace aguas. Con un Consejo Superior Universitario que ha irrespetado la convocatoria a elecciones en la mayoría de unidades académicas. URGE CAMBIAR DE TAJO LA UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA. Y ello nos corresponde a todos los de esta familia de padres como José Rolz Bennet, Severo Martínez, Mario Dary y Carlos Martínez Durán, el gran rector de USAC.
Más de este autor