¿Adónde van, en el toque de queda, los que no tiene adonde ir?
¿Adónde van, en el toque de queda, los que no tiene adonde ir?
«¿Cuántos años tiene usted?», pregunto a un anciano que descansa encima de un cartón en un rincón de la zona 1, recién pasadas las 16:00 horas, el martes 24, tercer día de toque de queda. «¿Cuántos me calcula? Bien, ponga eso», contesta Roberto L., que vaga por las calles del centro histórico de la ciudad.
La mirada opaca de Roberto L., su ausencia del presente, ese estar sin estar, se repite en muchas de las 400 personas que, según información del Ministerio de Gobernación, viven sin hogar en el departamento de Guatemala.
A veces están lúcidos, y a veces menos. La calle mina.
A un par de cuadras, al mediodía del jueves 26, un grupo de jóvenes se reúne en el habitual punto en que los voluntarios del Movimiento de Jóvenes de la Calle –Mojoca– distribuyen frijol y arroz de almuerzo, todos los días. Mano a la boca, solvente en los pulmones, la concentración de fantasmas despeinados, ojos grandes y pantalones enormes amarrados a piernas esqueléticas, se dispersa en el lapso de la entrega de la comida. Es el tiempo que le toma a José David, 20 años y 8 de andar en la calle, de probar la mascarilla recién regalada besando a Mercedes, de 18, justo lo que no se debería hacer.
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Pero cómo va a alarmar una epidemia viral a estos seres humanos que tuvieron que abandonar cualquier aspiración, cualquier pretensión de derechos, si su vida se llenó de abusos y violencias que los obligaron a refugiarse en la calle para sobrevivir.
Vidas frágiles.
Vidas quemadas, como las neuronas que el solvente vapulea por montones con cada bocanada.
Vidas que huyeron de hogares en que las pisotearon brutalmente, cuerpo y espíritu, o que no tuvieron.
¿Adónde van, en el toque de queda, los que no tiene adonde ir?
Unos se esconden. Otros, los mayores y los más niños, buscan albergues.
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A las 16:00 del jueves 26, tal como el día anterior, doscientos indigentes, la mayoría adultos, hacen cola frente a uno de los tres albergues habilitados por el Ministerio de Gobernación, en la zona 8 capitalina. Mujeres y ancianos bajo un techo, jóvenes bajo otro, a la par. Es la hora del toque de queda.
Otro albergue ubicado en la zona 7 sirve para familias y parejas. Los ministros de Salud, Gobernación y Desarrollo Social hablarán, un par de horas después, de la importancia de respetar las órdenes presidenciales, liberar las calles y resguardar las vidas de las cientos de personas que normalmente viven en las ellas , en condiciones insalubres, darles de comer y de dormir.
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Mascarillas a la boca, son los únicos que pueden presumir esa medida de prevención al contagio, ya que ni los policías que ayudaron con el control de los huéspedes frente a la entrada del refugio las tenían, obviando las máscaras de motoristas que suelen usar durante sus rondas.
Los ojos grandes de los jóvenes esqueléticos que acudían al almuerzo callejero, pocas horas antes, no se ven en la concentración de indigentes ordenados descansando encima de las colchonetas puestas por el Estado, bajo el techo del albergue.
Ellos escapan de todo.
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